Al otro día fue domingo y vino mi tía Rosa con mis primos, y
fue un día en que jugamos todo el tiempo al vigilante y ladrón con mi hermana y
con Lila que tenía permiso de la madre. A la noche tía Rosa le dijo a mamá si
mi primo Hugo podía quedarse a pasar toda la semana en Bánfield porque estaba
un poco débil de la pleuresía y necesitaba sol. Mamá dijo que sí, y todos
estábamos contentos.
A Hugo le hicieron una cama en mi pieza, y el lunes fue la
sirvienta a traer su ropa para la semana. Nos bañábamos juntos y Hugo sabía más
cuentos que yo, pero no saltaba tan lejos. Se veía que era de Buenos Aires, con
la ropa venían dos libros de Salgari y uno de botánica, porque tenía que
preparar el ingreso a primer año. Dentro del libro venía una pluma de
pavorreal, la primera que yo veía, y él la usaba como señalador.
Era verde con
un ojo violeta y azul, toda salpicada de oro. Mi hermana se la pidió pero Hugo
le dijo que no porque se la había regalado la madre. Ni siquiera se la dejó
tocar, pero a mí sí porque me tenía confianza y yo la agarraba del canuto.
Los primeros días, como tío Carlos trabajaba en la oficina
no volvimos a encender la máquina, aunque yo le había dicho a mamá que si ella
quería yo la podía hacer andar. Mamá dijo que mejor esperáramos al sábado, que
total no había muchos almácigos esa semana y que no se veían tantas hormigas
como antes.
—Hay unas cinco mil menos —le dije yo, y ella se reía pero
me dio la razón. Casi mejor que no me dejara encender la máquina, así Hugo no
se metía, porque era de esos que todo lo saben y abren las puertas para mirar
adentro. Sobre todo con el veneno mejor que no me ayudara.
A la siesta nos mandaban quedarnos quietos, porque tenían
miedo de la insolación. Mí hermana desde que Hugo jugaba conmigo venía todo el
tiempo con nosotros, y siempre quería jugar de compañera con Hugo. A las
bolitas yo les ganaba a los dos, pero al balero Hugo no sé cómo se las sabía
todas y me ganaba. Mi hermana lo elogiaba todo el tiempo y yo me daba cuenta
que lo buscaba para novio, era cosa de decírselo a mamá para que le plantara un
par de bifes, solamente que no se me ocurría cómo decírselo a mamá, total no
hacían nada malo. Hugo se reía de ella pero disimulando, y yo en esos momentos
lo hubiera abrazado, pero era siempre cuando estábamos jugando y había que
ganar o perder pero nada de abrazos.
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