La siesta duraba de dos a cinco, y era la mejor hora para
estar tranquilos y hacer lo que uno quería. Con Hugo revisábamos las
estampillas y yo le daba las repetidas, le enseñaba a clasificarlas por países,
y él pensaba al otro año tener una colección como la mía pero solamente de
América. Se iba a perder las de Camerún que son con animales, pero él decía que
así las colecciones son más importantes. Mi hermana le daba la razón y eso que
no sabía si una estampilla estaba del derecho o del revés, pero era para
llevarme la contra. En cambio Lila que venía a eso de las tres, saltando por
los ligustros, estaba de mi parte y le gustaban las estampillas de Europa. Una
vez yo le había dado a Lila un sobre con todas estampillas diferentes, y ella
siempre me lo recordaba y decía que el padre le iba a ayudar en la colección
pero que la madre pensaba que eso no era para chicas y tenía microbios, y el
sobre estaba guardado en el aparador.
Para que no se enojaran en casa por el
ruido, cuando llegaba Lila nos íbamos al fondo y nos tirábamos debajo de los
frutales. Las de Negri también andaban por el jardín de ellas, y yo sabía que
las tres estaban locas con Hugo y se hablaban a gritos y siempre por la nariz,
y la Cufina sobre todo se la pasaba preguntando: “¿Y dónde está el costurero
con los hilos?” y la Ela le contestaba no sé qué, entonces se peleaban pero a
propósito para llamar la atención, y menos mal que de ese lado los ligustros
eran tupidos y no se veía mucho. Con Lila nos moríamos de risa al oírlas, y
Hugo se tapaba la nariz y decía: “¿Y dónde está la pavita para el mate?”
Entonces la Chola que era la mayor decía: “¿Vieron chicas cuántos groseros hay
este año?”, y nosotros nos metíamos pasto en la boca para no reírnos fuerte,
porque lo bueno era dejarlas con las ganas y no seguírsela, así después cuando
nos oían jugar a la mancha rabiaban mucho más y al final se peleaban entre
ellas hasta que salía la tía y las mechoneaba y las tres se iban adentro
llorando.
A mí me gustaba tener de compañera a Lila en los juegos,
porque entre hermanos a uno no le gusta jugar si hay otros, y mi hermana lo
buscaba en seguida a Hugo de compañero. Lila y yo les ganábamos a las bolitas,
pero a Hugo le gustaba más el vigilante y ladrón y la escondida, siempre había
que hacerle caso y jugar a eso, pero también era formidable, solamente que no
podíamos gritar y los juegos así sin gritos no valen tanto. A la escondida casi
siempre me tocaba contar a mi, no sé por qué me engañaban vuelta a vuelta, y
piedra libre uno detrás de otro. A las cinco salía abuelita y nos retaba porque
estábamos sudados y habíamos tomado demasiado sol, pero nosotros la hacíamos
reír y le dábamos besos, hasta Hugo y Lila que no eran de casa. Yo me fijé en
esos días que abuelita iba siempre a mirar el estante de las herramientas, y me
di cuenta que tenía miedo de que anduviéramos hurgando con las cosas de la
máquina. Pero a nadie se le iba a ocurrir una pavada así, con lo de los tres
niños de Flores y encima la paliza que nos iban a dar.
A ratos me gustaba quedarme solo, y en esos momentos ni
siquiera quería que estuviera Lila. Sobre toda al caer la tarde, un rato antes
que abuelita saliera con su batón blanco y se pusiera a regar el jardín. A esa
hora la tierra ya no estaba tan caliente, pero las madreselvas olían mucho y
también los canteros de tomates donde había canaletas para el agua y bichos
distintos que en otras partes. Me gustaba tirarme boca abajo y oler la tierra,
sentirla debajo de mí, caliente con su olor a verano tan distinto de otras
veces. Pensaba en muchas cosas, pero sobre todo en las hormigas, ahora que
había visto lo que eran los hormigueros me quedaba pensando en las galerías que
cruzaban por todos lados y que nadie veía. Como las venas en mis piernas, que
apenas se distinguían debajo de la piel, pero llenas de hormigas y misterios
que iban y venían. Si uno comía un poco de veneno, en realidad venía a ser lo
mismo que el humo de la máquina, el veneno andaba por las venas del cuerpo
igual que el humo en la tierra, no había mucha diferencia.
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