Después de un rato me cansaba de estar solo y estudiar los
bichos de los tomates. Iba a la puerta blanca, tomaba impulso y me largaba a la
carrera como Buffalo Bill, y al llegar al cantero de las lechugas lo saltaba
limpio y ni tocaba el borde de gramilla. Con Hugo tirábamos al blanco con la
Diana de aire comprimido, o jugábamos en las hamacas cuando mi hermana o a
veces Lila salían de bañarse y venían a las hamacas con ropa limpia.
También
Hugo y yo nos íbamos a bañar, y a última hora salíamos todos a la vereda, o mi
hermana tocaba el piano en la sala y nosotros nos sentábamos en la balaustrada
y veíamos volver a la gente del trabajo hasta que llegaba tío Carlos y todos lo
íbamos a saludar y de paso a ver si traía algún paquete con hilo rosa o el
Billiken. Justamente una de esas veces al correr a la puerta fue cuando Lila se
tropezó en una laja y se lastimó la rodilla. Pobre Lila, no quería llorar pero
le saltaban las lágrimas y yo pensaba en la madre que era tan severa y le diría
machona y de todo cuando la viera lastimada.
Hugo y yo hicimos la sillita de
oro y la llevamos del lado de la puerta blanca mientras mi hermana iba a
escondidas a buscar un trapo y alcohol. Hugo se hacía el comedido y quería
curarla a Lila, lo mismo mi hermana para estar con Hugo, pero yo los saqué a
empujones y le dije a Lila que aguantara nada más que un segundo, y que si
quería cerrara los ojos. Pero ella no quiso y mientras yo le pasaba el alcohol
ella lo miraba fijo a Hugo como para mostrarle lo valiente que era. Yo le soplé
fuerte en la lastimadura y con la venda quedó muy bien y no le dolía.
—Mejor andate en seguida a tu casa —le dijo mi hermana—, así
tu mamá no se cabrea.
Después que se fue Lila yo me empecé a aburrir con Hugo y mi hermana que
hablaban de orquestas típicas, y Hugo había visto a De Caro en un cine y
silbaba tangos para que mi hermana los sacara en el piano. Me fui a mi cuarto a
buscar el álbum de las estampillas, y todo el tiempo pensaba que la madre la
iba a retar a Lila y que a lo mejor estaba llorando o que se le iba a infectar
la matadura como pasa tantas veces. Era increíble lo valiente que había sido
Lila con el alcohol, y cómo lo miraba a Hugo sin llorar ni bajar la vista.
En la mesa de luz estaba la botánica de Hugo, y asomaba el
canuto de la pluma de pavorreal. Como él me la dejaba mirar la saqué con
cuidado y me puse al lado de la lámpara para verla bien. Yo creo que no había
ninguna pluma más linda que ésa. Parecía las manchas que se hacen en el agua de
los charcos, pero no se podía comparar, era muchísimo más linda, de un verde
brillante como esos bichos que viven en los damascos y tienen dos antenas
largas con una bolita peluda en cada punta. En medio de la parte más ancha y
más verde se abría un ojo azul y violeta, todo salpicado de oro, algo como no
se ha visto nunca. Yo de golpe me daba cuenta por qué se llamaba pavorreal, y
cuanto más la miraba más pensaba en cosas raras, como en las novelas, y al final
la tuve que dejar porque se la hubiera robado a Hugo y eso no podía ser. A lo
mejor Lila estaba pensando en nosotros, sola en su casa (que era oscura y con
sus padres tan severos) cuando yo me divertía con la pluma y las estampillas.
Mejor guardar todo y pensar en la pobre Lila tan valiente.
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