jueves, 16 de junio de 2016

LAS TRES PRINCESAS DE LA MONTAÑA AZUL - Parte 2

La tentación fue tan grande que las niñas decidieron conmover al soldado e inducirlo a que les abriera la puerta, a fin de poder salir un momento.
Tanto lloraron y gimieron que por fin el hombre, enternecido, consintió en dejarlas pasar, pero con la condición de que estarían en el jardín sólo un momento.
Así lo prometieron, asegurándole que era imposible que nevara en un día de primavera tan hermoso.

Levantó el soldado la alabarda, y las tres niñas, tomadas de la mano, se precipitaron al jardín resuelto a divertirse a gusto.

Pisaban el césped con sus piececitos, y ligeras y alegres como pájaros saltaban de aquí para allí cortando flores al pasar.
Cuando advirtieron las señas del soldado pidiéndoles que entraran y se disponían a hacerlo, por desgracia vieron una rosa tan espléndida que se distrajeron. En el preciso momento en que, alborozadas, se disponían a cortarla, el cielo se obscureció de repente, empezó a soplar el viento y se desencadenó una tormenta de nieve.
Trataron de correr, al tiempo que una plegaria acudía a sus labios; pero era tarde, y el soldado vio espantado cómo eran levantadas por remolino y desaparecían entre los blancos copos esas tiernas rositas víctimas del vendaval.
Es de imaginar la consternación de los reyes al llegar al castillo. La Reina lloraba sin consuelo, y el Rey hizo anunciar desde el púlpito que aquel que les devolviera a sus hijas sería dueño de la mitad del reino y podría casarse con una de ellas.

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