sábado, 18 de junio de 2016

LAS TRES PRINCESAS DE LA MONTAÑA AZUL - Parte 4

Por fin llegaron a un río. Dirigirnos a un puente colgante para tratar de ganar la otra orilla, pero lo encontraron custodiado por un gran oso, tan feroz que amenazaba devorarlos.
- ¡Ved adónde nos habéis conducido! - dijo el capitán, aterrado.
Osvaldo, sin inmutarse, abrió la mochila, sacó de ella un trozo de ciervo y se lo arrojó a la fiera.
Se lanzó ésta sobre la presa, franqueando así la entrada del puente, por el que pasaron los tres hombres.
Continuaron avanzando por un camino bordeado de árboles que los condujo a la entrada de una casa tan hermosa como extraña , ya que si bien la puerta estaba abierta nadie parecía vivir en ella , pues no había fuego en la cocina ni manjares ni bebidas sobre la mesa , a pesar de hallarse perfectamente tendida.
Por suerte, al soldado le quedaban aún ciertas provisiones, con las que aplacaron su gran hambre y sed. Luego acostárnosle en cómodas camas y se quedaron profundamente dormidos.
Al otro día, como nadie apareciera, el soldado y el teniente resolvieron cazar algo, mientras el capitán montaba guardia en la casa.
Como se dijo se hizo. Pero cuando, ya de regreso, los cazadores se preparaban a saborear las numerosas piezas cobradas, como no encontraron al capitán, a quien llamaban alegremente, les asaltó la sospecha de que algo había ocurrido. Y la sospecha se confirmó al encontrar al capitán caído y con la cara cubierta de sangre.
Vuelto en sí por los cuidados de sus compañeros, les contó que un perverso hombrecillo, medio jorobado, se le había acercado para pedirle una limosna, y luego, aprovechando de su distracción al buscar una moneda, lo golpeó sin, misericordia.

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