En un maravilloso país
de leyenda, hace muchos años, tantos que ya se perdió la cuenta, vivía un rey
que tenía por esposa a una reina bella y buena; pero no eran dichosos porque no
tenían hijos.
Un día en que la Reina
se paseaba sola y pensativa por los jardines del palacio, encontró a una
anciana, la que observando su tristeza le preguntó qué pena la afligía.
- Es inútil decirlo,
buena mujer. Nadie puede poner remedio a mi mal - contestó suspirando la Reina.
- ¿Quién sabe, mi bella señora?
Contadme lo que os sucede y os ayudaré.
- Sabed, pues - dijo la
Reina - , que el Rey y yo no tenemos descendencia, y eso causa nuestra
desventura.
- Puedo complaceros -
dijo la extraña mujer - , pero para ello debéis hacer todo cuanto os diga.
- Y como la soberana así
lo prometiera, agregó - : Esta tarde, a la puesta del sol, a la hora en que se
cierran los lirios en la pradera, tomaréis una copa de dos asas e iréis a enterrarla,
lo más hondo que podáis , en el extremo noroeste de vuestro jardín.
Mañana, cuando los
primeros rayos del sol despierten a las flores, destaparéis la copa.
Encontraréis en ella dos
rosas. Una roja como la sangre, otra blanca como la nieve.
Debéis comer de una
ellas. Si elegís la roja tendréis un hijo; si preferís la blanca nacerá una
hija.
Pero os advierto: ¡ no
comaís de las dos! ¡Os arrepentiríais luego!
Y antes de que la Reina
pudiera darle las gracias, la mujer desapareció.
Apenas llegada al palacio,
buscó la Reina una copa de dos asas, y cuando el sol se ponía realizó punto por
punto cuanto se le indicara.
A la mañana siguiente ,
apenas la luz del día se filtró por las ventanas de su cuarto , corrió al
jardín y desenterró la copa , encontrando en ella dos rosas , una roja y otra
blanca , tan frescas y bellas que causaron su admiración.
Indecisa ante la elección,
dudaba si preferir tener un hijo o una hija. ¿Cuál de ellos le causaría mayores
satisfacciones?
Y como las dos rosas
eran apetitosas... comió de las dos. Pasó un tiempo. El Rey partió para la guerra,
y durante su ausencia nacieron dos niños, sanos y hermosos. No había tenido
tiempo la Reina de mostrar su satisfacción, cuando desapareció misteriosamente
uno de ellos.
Y fueron infructuosos
los esfuerzos por saber de él, de tal manera que acabó por pensar que había
tenido un sueño y que sólo un niño había nacido.
Volvió el Rey de la guerra,
y se sintió dichoso al encontrar el heredero esperado. Su reino parecía el
reino de la felicidad. Pero los años pasaron, y llegó el momento en que el
Príncipe debía casarse, y se dispuso a visitar los países vecinos en procura de
alguna bella princesa que lo quisiera.
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