lunes, 8 de agosto de 2016

AL ESTE DEL SOL Y AL OESTE DE LA LUNA - Parte 4


Partieron, y volando a increíble altura llegaron a presencia del Viento Sur, quien tampoco conocía el camino que lleva al castillo que está al este del Sol y al oeste de la Luna.
Siguieron, pues, volando hasta la guarida del Viento Norte.
Era éste el más poderoso de los cuatro vientos, y sobrecogió a la niña su terrible aspecto.
Tratando de suavizar el rugido de su voz, dijo a Ingrid:
- Sé dónde queda ese país, y si la idea de viajar conmigo no os desagrada demasiado, trataré de llevaros a tan remotos lugares.
Como la marcha será larga, es prudente pasar la noche en mi cueva; partiremos mañana temprano.
Era ésta otra prueba cruel para la niña, pero su amor le dio valor, y aceptó agradecida cuanto propuso el Viento Norte.
A la mañana siguiente, cuando al esfumarse la neblina dejó ver las copas de los árboles y el lejano contorno del mar, el Viento Norte despertó a la joven; luego, tomando aliento, se agitó y se infló tanto, que rápidamente adquirió un cuerpo monstruoso, cuya sombra cubría todo el país.
Por último, el terrible Boreal levantó a Ingrid en sus alas, y juntos partieron a vertiginosa velocidad.
A veces el Viento Norte daba un fortísimo envión, y con la soberana majestad del águila se perdía en el cenit; pero otras, como pato herido, se inclinaba hasta tocar las aguas.
Por fin, a fuerza de saltos sobre reinos y zancadas sobre el océano, presintieron que se acercaban al ansiado lugar.
El Viento Norte conoció, por algunas algas gigantes que boyaban sobre las aguas, que la tierra estaba próxima; hizo un último y poderoso esfuerzo, y segundos después depositó a la niña en la dorada arena de la playa, frente mismo al castillo que queda al este del Sol y al oeste de la Luna.
Deshecha de fatiga, se durmió Ingrid con profundo sueño, para despertar en el gran día.
Apuntaba el alba cuando, al abrir los ojos, vio que el Viento Norte había desaparecido.
Una inmensa calma había sucedido a la borrasca; aparecía un sol esplendoroso y miles de pájaros revoloteaban sobre el mar.
La joven se sintió tan alegre y reconfortada, que se puso a jugar con la manzana de oro.
Al instante se abrió una ventana del castillo, por donde apareció la cabeza de una fea princesa de nariz muy larga.
En cuanto vio la manzana de oro, deseó poseerla, y le preguntó:
- Niña, ¿queréis venderme esa manzana de oro?
- ¡No se vende, ni por oro ni por plata! - contestó astutamente Ingrid.
- Pues - entonces, ¿cuál es su precio? - insistió la Princesa.

- Señora mía, os daré mi manzana al salir de este castillo si me permitís pasar la noche y ver al Príncipe que mora en él.
Refunfuño la Princesa; pero, como su deseo era vehemente, asintió:
- Aceptado. ¡Entrad!
La puerta se abrió de par en par e Ingrid penetró en el maravilloso recinto.
En uno de los salones encontró al Príncipe, profundamente dormido.
- Os dejo - dijo la Princesa, sonriendo con malevolencia al notar el desconsuelo de la niña.
Una vez sola; trató Ingrid de despertar al Príncipe de su largo y pesado sueño.
Bañada en lágrimas, desconcertada, se puso a jugar la niña con la manzana de oro, recordando al hada bondadosa que se la diera.
Entonces, como respondiendo a una señal, tembló al castillo entero, crujieron sus maderas, retumbó un trueno, el encanto quedó roto y el Príncipe abrió los ojos asombrado y feliz.
- Querida niña - dijo a Ingrid - , el camino de la ilusión sólo lo encuentran los que saben ser fieles y valientes. Ahora, gracias a ti nada se opone a nuestra dicha.
Abandonaron el castillo, donde el Príncipe había sufrido tanto y donde sólo pudo escapar en forma de oso, y se fueron a vivir lejos, muy lejos, a un país verde y bello, donde encontraron una casa de madera de todos colores, que era la de los padres de Ingrid.

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