La joven, sorprendida y
emocionada, se acercó tanto que el joven se despertó, y con voz lastimera dijo:
- ¿Qué habéis hecho,
niña imprudente?
¡Ahora, por vuestra
impaciencia, seremos desgraciados los dos!
Sabed, pues, que una
perversa princesa muy poderosa me ha encantado.
Por eso soy de día un
oso y un hombre por las noches.
Había conseguido poder
cuidaros hasta que se cumpliera mi destino y fuera dueño de casarme, pero ahora
todo ha terminado entre nosotros. Debo abandonaros y reunirme con la fea
princesa de nariz larga que vive en un castillo situado al este del Sol y al
oeste de la Luna, castillo más inaccesible aún que éste.
Ingrid lloró y gimió,
pero en vano.
El destino inexorable
debía cumplirse.
Al otro día, cuando
despertó, el Príncipe y su palacio habían desaparecido.
La luz del sol apenas
llegaba a ella, y notó que se encontraba en medio de un bosque tupido y
obscuro. El hatillo que trajera de casa de su padre se encontraba a su lado.
Creyéndose víctima de un
mal sueño, la niña se frotó los ojos.
Luego, ante la triste
realidad, lloró largo rato; pero el deseo de encontrar al Príncipe le dio
fuerzas, y animosamente se puso en marcha.
Caminó días y días,
cruzando sombríos parajes, hasta que en uno más feo y triste que los otros
vieron a una extraña anciana que, sentada en una roca, jugaba con una manzana
de oro que tenía en las manos.
Se acercó a ella la
niña, y después de saludarla le preguntó tímidamente si conocía el camino que
conducía al castillo que ésta al este del Sol y al oeste de la Luna.
- No - respondió la
vieja, que a todas luces era una hechicera -. ¡Nadie la sabe! Pronto, tarde o
nunca encontraréis el camino de la ilusión. - Luego, conmovida, al parecer, por
la inocencia de la niña, agregó - : Si queréis, os puedo prestar mi caballo,
que os llevará a ver al Viento Este.
Quizá él os dé las señas
que buscáis. Únicamente os pido que cuando lleguéis a destino, deis al caballo
un golpecito bajo la oreja izquierda, con una varita de avellano; sólo
encontrará el camino de vuelta. Además, como me gustáis, os regalo esta manzana
de oro, que creo os servirá.
Comprendió Ingrid que la
anciana era un hada. Así que tomando la manzana montó a caballo, y éste partió
a la carrera. Anduvieron mucho tiempo, y por fin llegaron a una cueva sombría,
morada del Viento Este.
Se acercó la niña, y
suavemente preguntó al Viento Este si podía indicarle el camino que está al
este del Sol y al oeste de la Luna.
- He oído hablar de ello
- dijo el Viento - , pero nunca fui tan lejos. Si os colocáis entre mis alas os
conduciré hasta la morada de mi hermano, el Viento Oeste; quizá él ayudaros.
Despidió Ingrid al
caballo, y con el regalo de la hechicera se instaló en la extraña cabalgadura.
Os podéis imaginar la
rapidez de la marcha.
Al llegar a la vivienda
del Viento Oeste, el Viento Este se adelantó hacia su hermano y le explicó lo
que la joven esperaba de él.
- Ignoro ese camino -
contestó - , pero puede ser que nuestro hermano el Viento Sur, que ha llegado a
lejanísimas comarcas, lo conozca.
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