Para saltar el abismo que separa el paradigma de 1929 del de
1932, le hacía falta no solamente observar detenidamente y devanarse los sesos,
sino y sobre todo ser capaz de desdecirse, de deponer el orgullo y admitir la
propia ridiculez, de soportar que se quiebre el cristal del espejo elogioso del
yo. Para ese trámite ineludible, el surrealismo no tenía nada para enseñarle:
en la riña de gallos de los caballeros surrealistas nadie bajaba el copete del
yo. ¿Cómo fue, entonces, que Lacan...? Hay indicios de que ese aplacamiento de
la pasión yoica ocurrió en la cama de la burguesa Victoria Ocampo, en febrero
de 1930.
Desde 1997, contamos con pruebas documentadas acerca de la
sagacidad de Victoria Ocampo para deshonrar esos envanecimientos yoicos y, con
desiguales resultados, aplacarlos en un joven amante suyo: Roger Caillois. Por
más que ella misma era una señora de convicciones firmes y de gestos
impugnables, V. O. dio muestras de una exquisita sensibilidad para avizorar las
tonterías de la infatuación masculina (y las tonterías del acatamiento
femenino). Por eso se volvió una enemiga instantánea y pertinaz del sectarismo
inflado de Caillois, a quien conoció en el Collège de Sociologie.
Muy pronto se
volvieron amantes y, desde la primera carta de un nutrido intercambio
epistolar, Caillois debió defenderse de las ironías de Victoria acerca de la
aspiración de fundar una secta iluminada con un puñado de elegidos. Pero lo más
persuasivo de ese debate pasará por los cuerpos, no por los forcejeos
epistolares. Por el cuerpo de Caillois, al parecer frágil de salud a sus
veinticinco años, que teme perder la unidad ante los avances del de Victoria,
de cuarenta y ocho.
En 1945, durante una conversación entre caballeros, Jacques
Lacan confiesa a Roger Caillois que la relación con V. O. lo volvió consciente
de su propia inflexibilidad. Caillois permanece exiliado en la Argentina
durante toda la guerra y va cediendo el papel de guerrero del Collège de
Sociologie al de funcionario de la Unesco. Lo consigue sin perder todas sus
mañas, porque es más fácil realizar un giro ideológico que uno yoico.
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