En cuanto
vuelve a París, recibe el recado de Victoria de ubicar a Jacques Lacan;
primero, se muestra reticente y simula torpeza, ella le replica que no sea
mierda, que localice el nuevo domicilio de casado de Lacan preguntando a amigos
en común. ¿Acaso no conociste a Bataille en casa de Lacan?, ¡pregúntale a él!
Finalmente, Caillois envía a Buenos Aires la noticia: “Ayer cené en lo de
Lacan. Me hizo muchas preguntas sobre ti. Deplorando el choque de caracteres
entre ambos, que habría arruinado las perspectivas de un entendimiento
agradable. Se lamentó de no haber sido flexible. A mí me pareció muy
presuntuoso”. El mensaje llega a destino y sirve para confirmar otro cuerpo de
pruebas, el de las cartas enviadas por Victoria a su hermana Angélica: “Lacan
es muy extraordinariamente inteligente, pero de carácter intolerable”, diagnostica
el 7 de febrero de 1930, luego de haber ellos intimado un par de meses.
Pero las cartas a Angélica Ocampo registran cómo Victoria le
hizo tragar a Lacan su inflexibilidad. El diagnóstico de Victoria es de
comienzos de 1930, mientras que la autocrítica de Lacan escuchada por Caillois
es de fines de 1945; podría objetarse, entonces, que se trata de un juicio
retrospectivo, debido a un cambio de posición adoptada por Lacan, vaya uno a
saber en qué momento de esos quince largos años, y que no fue, necesariamente,
consecuencia directa e inmediata de la relación con V. O., sino probablemente
debido a otros acontecimientos sucedidos en el ínterin, como el de su análisis
personal con Rudolph Loewenstein. Pero la vertiginosa flexibilidad de
pensamiento, la auténtica metamorfosis que exhibió Lacan entre 1930 y 1931
parece indicar lo contrario.
Eso no impide, desde luego, que en Lacan haya sobrevivido,
por siempre, un grado de presuntuosidad manifiesta, tal como Caillois informa
imparcialmente (?) a V. O. Lo que importa es que, antes de conocer a Victoria,
en Lacan dominaba una rigidez y una propensión al enfrentamiento mucho mayores
a los que mostró muy poco después de que ellos se separaran. Las nuevas
astucias que sofrenaron las proclividades del yo del Lacan de 1929 se
instalaron luego de estar con Victoria, no porque ella fuese especialmente
conciliatoria, sino porque era un amo que les cortaba la cresta a los
jovencitos prometedores y miraba fijo los dislates de los señorones y le
encantaba hablar y escribir para poner el dedo sobre esa llaga. En julio del
’29 había escrito encantada: “Yo también, como Nietzsche, he salido siempre de
casa de los sabios, de los filósofos, de los artistas y de los filántropos
pegando un portazo. ¿A quién busco?”.
Crece el número de pruebas de que Jacques
Lacan llegó a convertirse pronto en psicoanalista por haber estado entre las
sábanas de seda de Victoria Ocampo. Sin ser, desde luego, condición suficiente;
sí resultó una condición necesaria.
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