martes, 4 de julio de 2017

El Gallito de Cresta de Oro - Parte 2


Las cogió y se puso a hacer como que molía, y en el acto empezaron a salir flanes y pasteles en tal abundancia que no tenía tiempo de recogerlos. Los ancianos se pusieron muy contentos, y cenaron suculentamente.

Un día pasaba por allí un noble y entró en la cabaña.
— Buenos viejos, ¿no podríais darme algo de comer?
— ¿Qué quieres que te demos? ¿Quieres flanes y pasteles? — le dijo la anciana.

Y tomando las muelas se puso a moler, y en seguida salieron en montón flanes y pastelillos.

El noble los comió y propuso a la mujer:
— Véndeme, abuelita, las muelas.
— No — le contestó ésta—; eso no puede ser.

Entonces el noble, envidioso del bien ajeno, le robó las muelas y se marchó.
Apenas los ancianos notaron el robo se entristecieron mucho y empezaron a lamentarse.
— Esperad — les dijo el Gallito de Cresta de Oro—; volaré tras él y lo alcanzaré.

Echó a volar, llegó al palacio del noble, se sentó encima de la puerta y cantó desde allí:
— ¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!

En cuanto oyó el noble el canto del gallo ordenó a sus servidores:
— ¡Muchachos! ¡Coged ese gallo y tiradlo al pozo!
Los criados cogieron al gallito y lo echaron al pozo; dentro de éste se le oyó decir:
— ¡Pico, pico, bebe agua!

Y poco a poco se bebió toda el agua del pozo. Enseguida voló otra vez al palacio del noble, se posó en el balcón y empezó a cantar:
— ¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!

El noble, enfadado, ordenó al cocinero que metiese el gallo en el horno. Cogieron al gallito y lo echaron al horno encendido; pero una vez allí, empezó a decir:
— ¡Pico, pico, vierte agua!
Y con el agua que vertió apagó toda la lumbre del horno.

Otra vez echó a volar, entró en el palacio del noble y cantó por tercera vez:
— ¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!


En aquel momento se encontraba el noble celebrando una fiesta con sus amigos, y éstos, al oír lo que cantaba el gallo, se precipitaron asustados fuera de la casa. El noble corrió tras ellos para tranquilizarlos y hacerlos volver, y el Gallito de Cresta de Oro, aprovechando este momento en que quedó solo, cogió las muelas y se fue volando con ellas a la cabaña del anciano matrimonio, que se puso contentísimo y vivió en adelante muy feliz, sin que, gracias a las muelas, le faltase nunca qué comer.

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