El niño, después de haber oído estas palabras, salió de su escondite y dijo a Fedor:
— ¡Bribón! ¡Por mi súplica y por voluntad de Dios, transfórmate en perro!
Y apenas pronunció estas palabras, Fedor se transformó en perro.
El niño, atándole al cuello una cadena de hierro, se fue con él a casa de su padre.
Una vez allí dijo al comerciante:
— ¿Quieres hacerme el favor de darme unas ascuas?
— ¿Para qué las necesitas?
— Porque tengo que dar de comer al perro.
— ¿Qué dices, niño? — Le contestó el comerciante—. ¿Dónde has visto tú que los perros se alimenten con brasas?
— ¿Y dónde has visto tú que una madre se pueda comer a su hijo? Has de saber que soy tu hijo y que este perro es tu infame mayordomo Fedor, que me robó de tu casa y acusó falsamente a mi madre.
El comerciante quiso conocer todos los detalles, y ya seguro de la inocencia de su mujer, hizo que la pusieran en libertad. Luego se fueron todos a vivir al nuevo reino que había aparecido en la orilla del mar por el deseo del niño.
La hija del zar volvió a vivir en el palacio de su padre y Fedor se quedó en miserable perro hasta su muerte.
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