domingo, 17 de junio de 2018

Marco el Rico y Basilio el Desgraciado - Parte 1



En cierto país vivía un comerciante llamado Marco, al que pusieron el apodo de ‘el Rico’ porque poseía una fabulosa fortuna. A pesar de sus riquezas, era un hombre avaro y sin caridad para los pobres, a los que no quería ver ni aun en los alrededores de su casa; apenas alguno se acercaba a su puerta, ordenaba a sus servidores que lo echasen fuera y lo persiguiesen con los perros.
Un día, ya al anochecer, entraron en su casa dos ancianos de cabellos blanquísimos y le pidieron refugio.
— ¡Por Dios, Marco el Rico, danos alojamiento para no tener que pasar la noche a campo raso!
Le suplicaron tanto y con tanta insistencia, que Marco, sólo para que no lo molestasen más, dio orden de que los dejasen dormir en el cobertizo del corral, donde también dormía una mujer pariente suya y gravemente enferma.
A la mañana siguiente vio que ésta, perfectamente buena y sana, lo saludaba dándole los buenos días.
— ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo has recobrado la salud? — Le preguntó.
— ¡Oh Marco el Rico! — Exclamó la mujer—. Yo misma lo ignoro. He visto, no sé si en sueños o en la realidad, que han pasado la noche en mi choza dos viejos con cabellos blancos como la nieve; a eso de la medianoche alguien llamó y dijo: ‘En la aldea vecina, en casa de un pobre campesino, acaba de nacer un niño. ¿Qué nombre queréis darle y qué dote le concedéis?’ Y los ancianos contestaron: ‘Le damos el nombre de Basilio, el apodo de el Desgraciado, y lo dotamos con todas las riquezas de Marco el Rico, en casa del cual pasamos ahora la noche.’
— ¿Y nada más? — Preguntó Marco.
— Para mí fue bastante lo que obtuve, porque apenas desperté me levanté sana y fuerte como antes.
— Bien — dijo el comerciante—; pero los tesoros de Marco no logrará poseerlos el hijo de un pobre campesino; serían demasiado para él.
Púsose a meditar Marco el Rico y quiso ante todo asegurarse de si era verdad que había nacido Basilio el Desgraciado. Mandó enganchar el coche, se fue a la aldea, y dirigiéndose a casa del pope, le preguntó:
— ¿Es verdad que ayer nació aquí un niño?
— Sí, es verdad — le contestó el pope—; nació en casa del más pobre campesino de estos lugares; yo le puse el nombre de Basilio y el apodo de ‘el Desgraciado’; pero aún no ha podido bautizársele, porque nadie quiere ser su padrino.
Entonces Marco se ofreció como padrino, rogó a la mujer del pope que fuese la madrina y mandó preparar una abundante comida. Trajeron al niño, lo bautizaron y después tuvieron fiesta hasta la noche.

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