lunes, 18 de junio de 2018

Marco el Rico y Basilio el Desgraciado - Parte 2

Al día siguiente, Marco el Rico llamó al pobre campesino, lo trató con gran afabilidad y le dijo:
— Oye, compadre, tú eres un hombre pobre y no podrás educar a tu hijo; cédemelo a mí, que le haré un hombre honrado, aseguraré su porvenir y te daré a ti mil rublos para que no padezcas miseria.
El padre reflexionó un poco; pero al fin consintió, pues creía hacer la felicidad de su hijo. Marco tomó al niño, lo tapó bien con su capote forrado de pieles de zorro, lo puso en el coche y se marchó.
Después de haber corrido unas cuantas leguas, el comerciante hizo parar el coche, entregó el niño a su criado y le ordenó:
— Cógelo por los pies y tíralo al barranco.
El criado cogió al niño e hizo lo que su amo le mandaba. Marco, riéndose, dijo:
— Ahí, en el fondo del barranco, podrás poseer todos mis bienes.
Tres días después, y por el mismo camino por donde había pasado Marco, pasaron unos comerciantes que llevaban a Marco el Rico doce mil rublos que le debían; al aproximarse al barranco oyeron el llanto de un niño; se pararon y escucharon un rato y mandaron a uno de sus dependientes que se enterase de la causa de aquello. 

El empleado bajó al fondo del barranco y vio que había una pequeña pradera verde en la cual estaba sentado un niño jugando con las flores; volviendo atrás, contó lo que había visto a su amo y éste bajó en persona apresuradamente para verlo. 
Luego cogió al niño, lo arropó cuidadosamente, lo colocó en el trineo y todos se pusieron de nuevo en camino.
Llegados a casa de Marco el Rico, éste preguntó a los comerciantes dónde habían encontrado al niño. Le contaron lo ocurrido y Marco comprendió en seguida que el niño era su ahijado Basilio el Desgraciado.
Convidó a los comerciantes con manjares delicados y gran abundancia de vinos generosos, terminando por rogarles que le dieran al niño encontrado. Rehusaron los comerciantes un buen rato; pero al decirles Marco que les perdonaba todas las deudas, le entregaron el niño sin vacilar más.
Pasó un día, luego otro, y al fin del tercero tomó Marco a Basilio el Desgraciado, lo puso en un tonel, que tapó y embreó cuidadosamente, y lo echó desde el embarcadero al agua. El tonel flotó durante mucho tiempo por el mar, y por fin llegó a una orilla en donde se elevaba un convento. En aquel momento salía un monje a coger agua, y oyendo un llanto infantil que partía del tonel salió en una barca, pescó el tonel, lo destapó, y al ver en el interior un niño sentado lo cogió en sus brazos y se lo llevó al convento. El abad, creyendo que no estaría bautizado, le puso al niño el nombre de Basilio y el apodo de ‘el Desgraciado’; desde entonces Basilio el Desgraciado vivió en el convento, y así transcurrieron dieciocho años, en los cuales aprendió a leer, a escribir y a cantar en el coro de la capilla. El abad tomó gran cariño a Basilio y lo utilizaba como sacristán en el servicio de la iglesia del convento.
Un día Marco el Rico se dirigía a otro país para cobrar sus deudas, y al pasar por el convento se detuvo en él. Se fijó en el joven sacristán y empezó a preguntar a los monjes de dónde había venido y cuánto tiempo hacía que estaba en el convento. El abad le contó todo lo que recordaba acerca del hallazgo de Basilio. Que hacía dieciocho años un tonel que venía flotando por el mar se había acercado a la orilla no lejos del convento y que en el tonel había un niño, al que él había puesto el nombre de Basilio.

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