viernes, 15 de febrero de 2019

¡ Música, Maestro ! Entrevista - Parte 1



El pianista israelí y director de origen ruso Daniel Barenboim nació en 1942 en Argentina. Desde 1991 es el primer director de la Orquesta Sinfónica de Chicago; desde 1992, director artístico y director general musical de la Deutschen Staatsoper en Berlín. En 1999, junto al crítico literario palestino Edward Said, puso en marcha el West-Eastern Divan Workshop, que reúne cada verano a músicos jóvenes de Israel y de los países árabes para que, de consuno, se libren a la práctica musical. En otoño de 2000, la Staatskapelle de Berlín le nombró primer director con carácter vitalicio. El viernes 12 de mayo recibió Barenboim en Viena el afamado premio a la música Ernst von Siemens. Por encargo del semanario alemán de izquierdaFreitag Ekkehart Krippendorff y Peter Kammerer conversaron de muchos de los temas que interesan a este polifacético director, que se revela también en esta entrevista como un verdadero filósofo de la música. ¡Música, Maestro!
FREITAG: Hace 20 años se le preguntó Yehudi Meuhin por qué cuando en 1946 rompió el tabú y, sólo un año después de finalizada la guerra, volvió a interpretar música en Alemania, no tocó Mozart, sino a Beethoven, el cual, como es harto sabido, fue propagandísticamente manipulado sin contemplaciones por los nazis, lo que resultaba imposible en el caso de Mozart. ¿Qué piensa Usted de la respuesta de Menuhin: „Beethoven no es pervertible“?


En Beethoven, efectivamente, no hay tono que no esté libre de claudicación. Mozart no se tomó a sí mismo tan en serio. Yo di mi primer concierto cuando era niño en Londres, hace ahora exactamente 50 años, con Josef Krips, que era realmente un músico estupendo y muy aficionado a dichos sentenciosos tan  cómicos como interesantes. Habiendo yo subido demasiado de tono un paso, me dijo: “Eso no puedes hacerlo con Mozart”. “¿Por qué con Mozart no, y sí con Beethoven?”, repuse yo.  A lo que replicó con gran alarde de gesto: “Beethoven va al cielo; Mozart viene del cielo”.

Pero dejemos por un momento de lado a Beethoven. Tomemos a Wagner. El sueño es para él de todo punto central, no sólo por el contenido de sus libretos, sino desde un punto de vista puramente musical. La pócima en Tristán, el sueño de Elsa. Él busca en el sonido algo que está fuera de la realidad. En los pasos pianos, no menos que en los fuertes, lo que quiere es hacer del sueño realidad. También en lo que hace al contenido. Con Mozart ocurre exactamente lo contrario. Mozart sabe perfectamente que la realidad puede ser terrible, sórdida, nada interesante y aburrida, pero él compone una música que hace de la realidad un sueño. En vez de una realización del sueño, como en Wagner, tenemos en Mozart una realidad de ensueño. Lo fantástico procede siempre en Mozart de la realidad; también el tono ha de mantenerse siempre preciso, realista. El conjunto es de ensueño: ése es el gran secreto de Mozart.

¿Pero no es Mozart la culminación de la esperanza ilustrada, en la medida en que su música es de cabo a rabo dialógica, mientras Wagner significa el repliegue de esa perspectiva ilustrada del diálogo? Mozart no seduce, sino que pretende convencer, mientras que Wagner seduce consciente y planificadamente. ¿O no?

Wagner era muy consciente de los efectos. Por eso es tan importante trabajarlo, porque esa música está muy calculada. También en la instrumentación. Boulez dijo una vez –sólo un gran compositor y un francés puede decir una cosa tan maravillosa—: Wagner es un fabuloso charcutero, sabe exactamente cuántos gramos de de carne de ternera, de vaca y de cerdo requiere una buen embutido. Se percibe: 20 gramos de corno inglés, 50 gramos de trompeta, etc. Todo eso no está en Mozart. Con Wagner, uno se puede concentrar en mil detalles, y siempre halla algo nuevo. Una riqueza infinita. Con Mozart, todo ha de venir como viene. Se da en él una suerte de ingenuidad consciente.

Como músico, Usted es el mediador entre el compositor y el público. ¿Cuál sería para Usted la reacción ideal del público?

El oyente ideal en un concierto es alguien que, escuchando, se aleja por completo del mundo, lo olvida y se olvida de sí mismo, pero que, al propio tiempo, experimenta algo nuevo a través de la música sobre sí mismo, el mundo, la sociedad o sobre una relación. La música ofrece esa doble posibilidad. Es el mejor medio para olvidar la realidad, pero muestra también cómo funciona el mundo. La relación entre sonidos no es muy distinta de la relación entre las personas en la sociedad. La música misma es mediadora de la experiencia de la vida. Hoy, con 63 años, creo haber aprendido mucho de la música: sobre mí mismo, sobre las relaciones humanas, sobre los procesos políticos, sobre mil cosas que no tienen nada que ver con la música. El sonido es un fenómeno físico. Tiene algo misterioso, porque no habita en nuestro universo: una notable mezcla de algo muy real que, subitáneamente, desaparece de nuevo. Cuando silbo un tono, ahí está. No se necesita ser un genio para oír que alguien ha silbado un do. Pero dónde quiera que vaya a parar el sonido, no se queda entre nuestras paredes. Es decir, que tiene algo muy real, concreto, físico, y sin embargo, tiene también algo de inasible para los humanos. El sonido es al mismo tiempo físico y metafísico. Tal es la fenomenología del sonido: algo que no vale para la palabra. El sonido tiene un efecto físico y metafísico sobre nosotros, y sin embargo, no mora con nosotros aquí, en este mundo.


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