miércoles, 15 de mayo de 2019

Cuerdas de tripa - Parte 4


Estéticamente hablando, los músicos fueron atraídos por cuerdas más precisas de entonación, más fácilmente localizables en el mercado y de más bajos costes, aunque más rígidas y menos sonoras. Aparte de eso, mientras hasta entonces la única alternativa a la tripa, para los “cantini” del violín, era la seda (también esta sensible a la humedad pero capaz de combinar suavidad y larga duración) estaba empezando a  abrirse camino, aunque mirado con sospecha por parte de los profesionales, el acero armónico. En 1905 Forino escribió: “Las cuerdas alemanas tienen la ventaja de la resistencia y , como todos los productos de esa nación, tienen también un buen precio. Están pulidísimas, tan duras al tacto que parecen de acero: tambíen su sonido se resiente de tal dureza”. ¡Qué lejos estamos de las cuerdas que en las representaciones iconográficas del s.XVII (Baschenis por ejemplo) se recogían en ramilletes fuertemente unidos como si fueran de flexible cáñamo.
Entre tanto, la difícil situación eonómica italiana, junto a un terremoto que en 1905 destruyó Salle (capitar cordelera abrucense), obligó a muchos cordeleros a buscar fortuna en otros lugares. Un ejemplo es el de los hermanos Mari, que emigraron a  Nueva York en 1916 con la intención de exportar las cuerdas producidas por su padre en Salle, pero se convierten en pioneros de en la experimentación de cuerdas en acero y, después, en nylon. Las guerras, con la enorme demanda de hilo de sutura, habían hecho casi imposibles de encontrar las cuerdas de tripa, dejando completamente libre el mercado a nuevos materiales e interrumpiendo así para siempre una estética de sonido y una tradición secular. De hecho, con la desaparición de los artesanos italianos, cuando pocos decenios después el mundo musical se dirigió hacia la filología y al uso de las cuerdas en tripa, las únicas  localizables en el mercado (y que sirvieron, por tanto, de punto de partida) fueron precisamente las que menos habían conservado las carácterísticas históricas tras una constante investigación tecnológica de vanguardia, por otro lado orientada principalmente a la producción en grandes cantidades de hilo de sutura y cuerdas de tenis.

La cuerda extendida en el telar, una vez retorcida y seca, se pulía a mano usando una “asperella” (hoja de equiseto, también llamada de cola de caballo) o pomez, con el fin de eliminar las rugosidades superficiales y así evitar, aunque no siempre es posible, los “falsetes”.
No era posible, sin embargo, eliminar una posible variación del diámetro en algunos fragmentos de cuerda, cosa que creaba serias dificultades de entonación en la relación entre tonos y el paralelismo de las quintas. Pra ello, por ejemplo en Portugal, en el s.XVI se formó una comisión para examinar las cuerdas producidas cuyos integrantes, quizás a causa de la alta concentración requerida para este trabajo, no podían desarrollarlo durante más de un año. No se tiene noticia de una práctica similar en el resto de Europa. Hay que llegar a la mitad del XIX para ver cuerdas vendidas individualmente, en sobres, y controladas minuciosamente en cuanto al calibre en toda su longitud.

En 1885 fue la empresa Pirazzi la que garantizó por primera vez la perfección de las quintas, gracias a la introducción de un tipo de rectificación mecánica. La difusión entre los cordeleros de la actual rectificación sin centros es posterior a la segunda guerra mundial. El uso de la rectificación presenta ventajas evidentes: cuerdas no sólo lisas sino también perfectamente cilíndricas, y la posibilidad de elegir un calibre comercial medido en centésimas  de milímetro (centésimas en la Pirastro, otras veces llamado sistema PM), en lugar del precedente criterio basado en el número de filamentos de tripa o de la lámina llamada medidor de cuerdas (gauge). Sin embargo, un uso indiscriminado de la rectificación causa daños que pueden comprometer seriamente la calidad de la cuerda. Así, eliminando de la superficie de la cuerda la tripa en exceso para imponer un calibre, se rompen las fibras superficiales, haciéndola mucho más sensible a la humedad y a la abrasión superficial.


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