jueves, 7 de noviembre de 2019

Paco de Lucía: aquella conversación con su primogénita, Casilda - Parte 2

Vamos, que también aquí manda el cliente...
No, y hay que tener cuidado con eso. He pasado tantas horas solo frente al público que sé perfectamente qué teclas tocar para que reaccione, para que se ponga de pie y hasta llore. Pero tengo que ser fiel a mí mismo, a lo que me gusta; aunque de vez en cuando tire fuegos artificiales.

¿Con qué músico has disfrutado más en un escenario?
Con Chick Corea y con Camarón –se queda unos segundos pensativo y rectifica–... Bueno, al revés. Con Camarón y con Chick Corea.

¿Por qué esa obsesión tuya con el cante?
Es que la voz es la forma de expresión más pura que existe. El instrumento no deja de ser un traductor, un intermediario al que le trasladas lo que quieres expresar.

¿El puesto de Camarón sigue vacío?
Ahora se canta muy bien, pero todo suena a él. El gitano lo mimetiza todo: las costumbres, las leyes, la forma de vivir; y han mimetizado tanto a Camarón que hay veces que los confundo con él. Por eso no me emocionan, porque no me sorprenden. La primera vez que escuché a Camarón, sonaba distinto a todo lo que había oído antes. Para mí, que siempre he intentado tocar imitando la voz, fue una especie de Mesías.

Hay muchas cosas que no se saben de él: que no se pierde un partido del Madrid; que de joven le consolaba leer a Ortega y Gasset y darse cuenta de que alguien oficialmente inteligente tenía sus mismas dudas; que a veces, sin venir a cuento, improvisa un paso de salsa en la cocina; que lleva usando la misma bata china desde hace más de 20 años; que tiene una inteligencia refleja con la que consigue lo que quiere sin que se note; que le gustan las mujeres más bien llenitas –cuando me dice que estoy muy guapa, enseguida me pongo a régimen-, que en sus veranos caribeños rodaba unas películas muy graciosas con sus amigos, La Banda del Tío Pringue; y que lo que más le gusta del mundo es reírse, a pesar de esa imagen de ermitaño taciturno que transmite. "Es verdad que siempre que leo una entrevista mía parece que estoy amargao. ¡Me da un coraje! Pero es que me quejo mucho, es verdad: de la guitarra, de lo que sufro... Debe ser algo inevitable en mí porque ¿ves?, incluso ahora me estoy quejando de que me quejo".
¿Tanto te alivia?
Sí, necesito vomitar esas angustias, es una forma de terapia. La guitarra me exige vivir con la sensibilidad al límite y no se puede evolucionar siendo alegre, divirtiéndote, al menos yo no lo consigo. Por eso, que me perdone la gente, es por ese estado de hipersensibilidad por lo que doy tanto la lata y soy tan jartible.

¿Cuánto de vanidad hay en la creación?
Bueno, el arte existe mucho antes que el público; ahí tienes las pinturas de las cuevas de Altamira, por ejemplo. Su origen es la necesidad de expresar algo, no la vanidad. Por eso, el que de verdad disfrute haciendo música, ya ha triunfado, aunque sólo tengas un camastro y un bocadillo que llevarte a la boca.

Hablando de creadores, ¿cuál es el último interesante al que has conocido?
Fernando Trueba. Estuvo cenando aquí no hace mucho y me pareció un tipo inteligente, humilde, buen conversador; un gusto de persona.

¿Y con quiénes de los que no has conocido te hubiera gustado compartir mantel?
Con García Lorca, que me interesa mucho como personaje; con Falla, que es capaz de quitarme cualquier tristeza, con García Márquez, que me parece un genio y con Oscar Wilde, que me hace mucha gracia, sobre todo esa frase suya: "Nada más grande que el arte ni más mediocre que los artistas".


Entre los sueños de Paco de Lucía está el haber compartido mesa con García Lorca, Falla, García Márquez y Oscar Wilde.
¿Ningún político en la mesa?
No me gustan o, mejor dicho, no me gusta su profesión. La vocación de servicio ya no existe, sólo hay vocación de poder, el propio engranaje del capitalismo se ha cargado los ideales.

Lo dice alguien a quien en plena resaca franquista le dieron una paliza por decir en la televisión, en un juego de palabras sobre las manos y la guitarra, que la izquierda es la que crea y la derecha la que ejecuta.
¿La soledad puede llegar a convertirse en el estado perfecto?
Para mí siempre lo fue. Aunque necesito tener por ahí a mi gente, mi estado ideal es estar solo, es a lo que me acostumbré desde chico. Yo creo que cuando lo que haces es tan interesante y te gusta tanto, el resto pasa a un segundo plano.

¿Incluso el amor?
El hombre es gregario por naturaleza, necesita de los demás, eso es un hecho. Pero creo más en el amor filial que en el romántico, que es menos puro: en el fondo, el otro te importa siempre menos que tú.

Hoy por hoy, ¿qué cosas te emocionan?
Más que las relaciones humanas, el arte: una frase en un libro o un intérprete que dice algo de una forma muy sutil. Es lo que más me acerca a las lágrimas, que para mí son la máxima expresión de la emoción.

¿Y darle a un buen pargo debajo del agua?
Es que ya no buceo. Me da miedo meterme solo en el mar.

A través de la ventana vuelvo a ver los algarrobos y caigo en la cuenta de que aquello de trasplantar tiene un por qué. Hace unos años me dijo: "¿Sabes cómo se da uno cuenta de que ya es viejo? Cuando ya no te hace ilusión plantar un árbol porque no lo vas a ver crecer". No lo dijo con angustia, ni con miedo, sino con resignación: "La muerte no se ve igual a mi edad que a la tuya. Yo ya la tengo asumida".
¿Crees que hay algo más allá?
Siempre he pensado que no, que aquí se acaba todo. Pero me pasó una cosa de niño que me tiene despistado. Una noche, tendría yo 5 ó 6 años, soñé que a mi padrino, que era contrabandista, lo mataba en la carretera la Guardia Civil. Se lo conté a mi madre y, una semana después, moría exactamente como en mi sueño. No sé, una de esas cosas que no puedes explicar...

Haya o no un después, ¿no se siente uno un poco inmortal cuando sabe que dentro de 200 años se seguirá hablando de él?
¡Qué va!, para entonces ya habrán descubierto que soy un bluff.





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