jueves, 30 de abril de 2020

PERFILES CRÍTICOS DE LA CRÍTICA ACRÍTICA

¿Qué es la crítica? ¿Para qué sirve un crítico? 

A éstas y otras preguntas se han intentado responder en los últimos tiempos en talleres, jornadas, festivales, monográficos de revistas y textos. Las respuestas difieren, aunque todas parecen estar de acuerdo en un punto en común: la función del crítico es la de mediador entre la película y el público. El crítico entendido de esta manera sería el encargado de articular la conexión entre lo individual y lo social a la vez que actualiza la virtualidad autorreflexiva que define la esfera pública (burguesa), según Jürgen Habermas. (1) El crítico se encargaría de analizar producciones culturales enjuiciándolas respecto a unos patrones ideales de carácter universal. 
Pero ¿qué pasa cuando estos patrones ideales desaparecen y la función del crítico como mediador de una mítica idea pública se pone en duda porque descubrimos que el público es una entidad fantasmática (2) de la masa social real? (3) La verdadera crisis de la crítica no es tanto de transición de un paradigma analógico a otro digital, sino de apreciación estética. La crisis de la crítica no viene producida ni por lo amateur ni por la precariedad laboral ni por la disminución de espacios en la prensa tradicional, sino porque el crítico en demasiadas ocasiones ha dejado de ejercer su función fundamental. El crítico, ante la imposibilidad de valorar muchas películas contemporáneas con unos criterios firmes, se siente incapacitado para realizar el que, según Filiberto Menna, era el momento decisivo de la crítica: el momento evaluativo (4). Ante esta situación, el crítico digital, cinéfilo empedernido, ha adoptado una postura crítica claramente romántica como es la de hablar únicamente de lo que le gusta. (5) 

La crítica digital se ha transformado, en la mayoría de las ocasiones, en una actividad que se limita a la adoración, al agradecimiento y la descripción de las películas. (6) Este hecho ha provocado que sea difícil encontrar alguna crítica negativa a películas o cineastas en las principales y más conocidas revistas digitales de cine. Éstas sólo pueden leerse en la prensa tradicional y en algunas revistas de cine analógicas. Muchos de los críticos que trabajan en estos medios basan sus críticas en juicios de valor de carácter tradicional. El cine que defienden es académico e institucional. Son férreos defensores de las poéticas aristotélicas. Las obras que no responden a unos principios narrativos clásicos, una sólidas reglas de guion, son duramente criticadas con pocos argumentos y sí mucha adjetivación. La relación que establecen y buscan en la película es de placer. Por este motivo, el discurso de este tipo de críticos conecta bien con los gustos del espectador mayoritario. En algunas ocasiones su intento de erigirse en el representante público de la opinión del espectador medio, adoptando un lenguaje directo e incluso soez, lo aproxima a la crítica kitsch de la que habla Alberto Santamaría. (7) Sin embargo, la crítica negativa es necesaria. No debería verse como una forma de terrorismo cultural, siempre que no se incurra en el kitsch y se haga con argumentaciones y respeto. Y tampoco como un debate o una polémica entre la crítica académica (Raymond Picard) y la crítica digital (Roland Barthes). Recientemente, el crítico literario Ignacio Echeverría decía que “las malas críticas, al dar testimonio de los contrastes, de los apasionamientos, de la visceralidad, contribuyen mucho mejor que los ripios de la publicidad y de la crítica siempre amable a llamar la atención y atraer el interés de los ciudadanos”. (8) La crítica digital y el cinéfilo 2.0 no realizan juicios valorativos y evaluativos a partir de criterios estéticos académicos. Como buen conocedor del cine contemporáneo y del mundo de los festivales, sabe que están obsoletos o son inservibles a la hora de analizar e intentar comprender un cine arriesgado, a veces innovador, que poco o nada tiene que ver con las adocenadas poéticas aristotélicas. Es un defensor del cine posnarrativo y no narrativo. Un cine que no es de personajes sino de cuerpos (Philippe Grandieux, Gus Van Sant), que no es de historias sino de espacios (Jia Zhangke), que no es de tramas sino de tiempo (Lav Diaz) y espera (Wang Bing), que no es narración sino de observación (Pedro Costa), que no busca la identificación sino la contemplación (Albert Serra), que no es intelectual sino corporal (Apichapong Weerasethakul, Lucien Castaing-Taylor, Verena Paravel), que no narra lo extraordinario sino que muestra lo cotidiano (Kelly Reichardt, Hou Hsiao Hisien, Liu Jiayin), que no es entretenido sino aburrido (Tsai Ming-liang, James Benning), que no es actual sino anacrónico (Ben Rivers, Manoel de Oliveira) y primitivo (Peter Hutton), que no es sencillo sino complejo (Raúl Ruiz), que no es lineal sino laberíntico (David Lynch), que no es continuo sino postcontinuo (Olivier Assayas, Harmony Korine) (9), un cine que no es de causas sino de consecuencias (Tsai Ming-liang). Un cine muchas veces híbrido, intersticial: entre el documental y la ficción (Lisandro Alonso), “entre la imagen y la realidad” (10), entre la sala de cine y el museo (Sharon Lockhart). Ante este cine, la crítica no busca (sólo) el placer, sino que también se ocupa del gusto. (11) El placer está en la novedad estética, en lo desconocido, lo desconcertante, lo exótico, lo puro, lo difícil. 

Es un placer anticlásico, tan intelectual como estético y sensorial, que no tiene nada que ver con la repetición de convenciones narrativas y el placer de la ficción. Pero en lugar de ejercer su función crítica a través de la legitimación del juicio, este tipo de crítico de cine ha preferido ponerse a interpretar, historiar e informar pero sin entrar mucho a valorar mucho ese cine contemporáneo alejado de las reglas y los dogmas. La potenciación de cada una de estas funciones, que sin duda siempre han formado parte de la crítica, han dado como resultado la delimitación de tres tipos de perfiles críticos que corresponden a tres disciplinas o estudios: el filósofo, el historiador y el periodista. (12) El crítico filósofo El crítico filósofo se dedica a interpretar las obras intentado hacer aflorar un significado oculto debajo la superficie que sería invisible para el espectador. Dice ejercer un necesario papel mediador entre la obra y el público pero sus críticas suelen adolecer de cierto solipismo. En demasiadas ocasiones confunde la reflexión y el pensamiento con el onanismo intelectual. Las efusiones interpretativas de este tipo de crítico eran para Susan Sontang las culpables de envenenar nuestra sensibilidad. Su “hipertrofia intelectual” se hace a expensas de la capacidad sensorial y la energía, decía. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario