domingo, 28 de febrero de 2021
jueves, 25 de febrero de 2021
Diógenes de Sínope, el gran agitador de conciencias
Superfluo = innecesario
Para Diógenes no había término medio. Todo aquello
que no fuera necesario era superfluo, y todo lo superfluo, por consiguiente, un
lastre para alcanzar la plenitud de la vida. Aquello
que no era para él una necesidad vital acababa abandonado o erradicado (en el
caso de que fuera algo no material, como los sentimientos). Su objetivo era
bien claro: deshacerse de todo deseo que degenerara en dependencia. Pero la
gracia está en que esa disciplina feroz consigo mismo no acababa en su propia
persona, sino que desarrolló la voluntad de señalar esas faltas también en los
demás, y eso es lo que lo convirtió en uno de los personajes más fascinantes,
revolucionarios e irónicos de la antigua Grecia.
Diógenes veía en el mundo de su época un verdadero
problema moral, pues la gente, en lugar de
forjarse a sí misma y valorar su opinión propia respecto al bien y el mal,
prefería actuar en función de qué era lo que los demás opinaban y cómo esas
opiniones de terceros podían afectarles. Vivían, por así decirlo, de cara a la
galería. Diógenes se pasaría el resto de su vida demostrándoles por qué eso era
una estupidez.
https://www.filco.es/diogenes-sinope-agitador-conciencias/
La historia de Diógenes de Sinope: el filósofo griego que vivía en la indigencia
Residía en una tinaja, comía junto a los perros y hacía todas sus necesidades en público. Hoy en día, «el síndrome de Diógenes» designa un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y por la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos.
Antes de partir a la
conquista de Asia, Alejandro
Magno se detuvo en Corinto y pidió conocer «al filósofo que
vivía con los perros», o al menos eso cuenta una leyenda de larga tradición. El
joven macedonio quedó asombrado con Diógenes de Sinope, pues no se parecía a
ningún sabio que el joven macedonio, educado por Aristóteles, hubiera conocido
o imaginado nunca: dormía en una tinaja y se rodeaba las veinticuatro horas del
día por una jauría de perros. Alejandro entabló conversación con el entonces
anciano y, horrorizado por las condiciones en las que vivía, le preguntó si
podía hacer algo para mejorar su situación. «Sí, apartarte, que me estás
tapando el Sol», contestó el filósofo de malas maneras al que era ya el dueño
de Grecia. No en vano, según la leyenda, el macedonio no solo aceptó el
desplante sin enfadarse, sino que le mostró su máxima admiración: «De no ser
Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes».
Perteneciente
a la escuela cínica, que consideraba que la civilización y su forma de vida era
un mal en sí mismo, Diógenes de Sinope llevó hasta el extremo las ideas del
fundador de esta filosofía, Antístenes. Lejos de lo que hoy se entiende por
cinismo (tendencia a no creer en la sinceridad o bondad humana y a expresar
esta actitud mediante la ironía y el sarcasmo), las ideas de Antístenes
buscaban alcanzar la felicidad deshaciéndose de todo lo superfluo. Así, este
discípulo directo de Sócrates se retiró a las afueras de Atenas para vivir bajo
sus propias leyes, sin obedecer a las convenciones sociales. No obstante, fue
su aventajado discípulo, Diógenes, quien hizo célebre su obra a través de la
indigencia más absoluta.
Poco
se sabe sobre la infancia de Diógenes, nacido en la colonia griega de Sínope
(en la actual Turquía) en el 412 a. C, salvo que era hijo de un banquero
llamado Hicesias. Ambos
se dedicaban a fabricar monedas falsas, algunos historiadores han
sostenido que con fines políticos y no por lucro personal, hasta que fueron
desterrados por esta causa a Atenas. Los arqueólogos, de hecho, han podido
corroborar el episodio a través del gran número de monedas falsificadas con la
firma de Hicesias, el oficial que las acuñó, encontradas en el lugar de nacimiento
del filósofo.
Vestido solo con una humilde y roída capa
Decepcionado
por la superficialidad de los atenieses y sus rigores sociales, el joven
filósofo conoció a Antístenes –un discípulo de Sócrates que, según Platón,
estaba presente durante su suicidio–. Diógenes tomó al pie de la letra las
enseñanzas de su maestro, entregándose a una vida de extrema austeridad con la
pretensión de poner en evidencia la vanidad y artificiosidad de la conducta
humana. Así estableció su vivienda en una tinaja, que solo abandonaba para
dormir en los pórticos de los templos, se vistió con una humilde capa y comenzó
a caminar descalzo sin importarle la estación del año. Sin embargo, según
cuenta el mito sobre su vida, para el griego nada
era lo suficientemente humilde y siempre encontraba nuevas formas de reducir su
dependencia por lo material. En una ocasión, vio como un niño bebía
agua con las manos en una fuente: «Este muchacho –dijo– me ha enseñado que
todavía tengo cosas superfluas», y tiró su escudilla (un recipiente
semiesférico usado para trasladar líquidos). También se despojó de su plato al
ver que a otro niño, al rompérsele el suyo, puso las lentejas que comía en la
concavidad de un trozo de pan.
La
actitud de Diógenes, no en vano, podía pasar en ocasiones por la de un
provocador obsceno o la de un elemento subversivo. Además de hacer sus necesidades
a la vista pública, como prueba de que ninguna actividad humana es tan
vergonzosa como para requerir privacidad, se masturbó en el Ágora, la
principal y más transitada plaza de Atenas, sin más explicación que
«¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan
dócil!». Y, entre las numerosas anécdotas sobre su vida, también destaca por
ofensiva la actitud que padeció un adinerado hombre que tuvo la osadía de
invitarle a un banquete en su lujosa mansión con la única prohibición de que no
escupiera en su casa. Diógenes hizo unas cuantas gárgaras para aclararse la
garganta y le escupió directamente a la cara, alegando que no había encontrado
otro lugar más sucio donde desahogarse.
Por
supuesto, la mayoría de estas historias caminan entre el mito y la realidad, y
sirven sobre todo para trazar el retrato de un hombre que, a pesar de vivir de
forma diferente al resto, casi en la indigencia, era admirado por la mayoría de
atenienses. El «Sócrates delirante», como le llamaba Platón, era respetado por
su crítica a las diferencias de clase y
su desdén por las normas de conducta social. Dentro de la
doctrina de los cínicos, los animales eran el ejemplo perfecto de cómo alcanzar
la felicidad a través de esta rebelde autosuficiente. Quizá por ello, Diógenes
se rodeó de una jauría de perros con la que, relata el mito, compartía su
comida y dormía agazapado. Pero lejos de ser alguien carente de humanidad,
Diógenes despreciaba a los hombres de letras por leer los sufrimientos de
«Odiseo» desde la distancia mientras desatendían los suyos propios y abogaba
por preocuparse por las cosas verdaderamente humanas, sin artificios ni tintas
de por medio.
Capturado por piratas y vendido como esclavo
Sin
conocerse realmente las circunstancias que le llevaron a Corinto, donde tendría
el encuentro con Alejandro Magno, la leyenda sostiene que Diógenes fue
capturado por unos piratas y vendido como esclavo cuando se dirigía a Egina
(Islas Sarónicas, Grecia). Fue comprado por un aristócrata local, Xeniades de
Corinto, quien le devolvió la libertad y le convirtió en tutor de sus dos
hijos. Pasó el resto de su vida en esta ciudad, donde de la misma forma son
fértiles las estrambóticas anécdotas sobre el comportamiento del filósofo.
Precisamente, a cuenta de su muerte, también se han escrito diferentes y
fabuladas versiones. Según una de ellas, murió de un cólico provocado por la
ingestión de un pulpo vivo. No en vano, la más excesiva asegura que falleció
por su propia voluntad: reteniendo la respiración hasta quedar sin vida.
«Cuando me muera echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado», fueron sus
últimas palabras. Su ocaso aconteció el mismo año, el 323 a. C., que el gran
Alejandro.
En
la actualidad, se
designa al «Síndrome de Diógenes», en referencia al filósofo, como
el trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono
personal y social y la acumulación en el hogar de grandes cantidades de basura
y desperdicios domésticos. En 1960 se realizó el primer estudio científico de
dicho patrón de conducta, bautizándolo en 1975 con el nombre del estrambótico
filosofo. No obstante, desde el punto de vista histórico la vinculación de este
trastorno con el comportamiento austero del griego es incorrecta, puesto que la
acumulación de cualquier tipo de cosas es lo contrario a lo predicado por aquel
hombre que vivía en una tinaja.
https://www.abc.es/internacional/20150121/abci-diogenes-sinope-filosofo-historia-201411211847.html