Dicen que una vez, hace mucho tiempo, los pájaros estaban organizando una fiesta en el cielo.
Se los escuchaba
hablar y comentar, contentos, lo lindo que iba a ser encontrarse todos a cantar
juntos.
Pasaban los días, corría el rumor de los preparativos.
La tortuga quería
ir, pero no sabía volar. No sabía cómo hacer. Pensó y pensó hasta que se le
ocurrió una idea, averiguó quiénes irían, qué instrumentos llevarían y decidió
que viajaría con el cuervo escondida adentro del bombo.
Y llegó el día. Al
atardecer la tortuga se metió adentro del bombo, aseguró la tapa y esperó hasta
que el cuervo estuviera listo. El pájaro peinó sus plumas, sacudió las alas,
cargó el bombo y emprendió el vuelo. Voló, voló bien alto. Anduvo un rato y le
pareció que el instrumento estaba un poco más pesado que de costumbre, pero
estaba tan entusiasmado y con tantas ganas de llegar a la fiesta que no prestó
atención.
Cuando llegó al
cielo ya se oían las risas y la música. Buscó un lugar para dejar el bombo
mientras saludaba a los amigos, y la tortuga aprovechó para salir y mezclarse
por ahí con los invitados.
Algunas aves, al
verla, le preguntaron cómo había llegado, porque les pareció raro ver una
tortuga en el cielo. Les dijo que la había llevado un amigo.
Al terminar la
fiesta, mientras se despedían, la tortuga volvió a esconderse dentro del bombo.
“¡Cómo pesa este
bombo! —pensó—. Debo de estar muy cansado.”
Y siguió volando y
bajando. En una de esas, la tortuga se acomodó un poco y el cuervo sintió que
el instrumento se sacudió.
“Qué raro, me
pareció que se movía”, pensó.
Le dio mucha bronca
encontrarla; tanta bronca que dio vuelta el bombo y la intrusa cayó volando,
pesada como una piedra.
La tortuga se
salvó, pero desde entonces el caparazón le quedó con remiendos por los golpes
que se dio al caer.
https://imaginaria.com.ar/2010/01/dos-relatos-tradicionales-del-norte-argentino-contados-por-laura-roldan/
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