martes, 12 de mayo de 2015

Don Segundo Sombra – Parte 2

Sólo los alocados surtían el grito necesario de toda emoción. 

Yo me enervaba al lado de Perico, sorprendido como en una iglesia. Peleaban en mí los deseos de sacar a mi mocita de punzó y la vergüenza. Calló un intervalo el acordeón monótono. El bastonero golpeó las manos: 
-¡La polca'e la silla! 

Un comedido trajo el mueble que quedó desairado en medio del aposento. El patrón inició la pieza con una chinita de verde, que luego de dar dos vueltas, envanecida, fue sentada en la silla, donde quedó en postura de retrato. 
-¡Qué cotorra pa mi jaula! -decía Pedro; pero yo estaba, como todos, atento a lo que iba a suceder. 
-¡Feliciano Gómez! 
Un paisano grande quería disparar, mientras lo echaban al medio donde quedó como borrego que ha perdido el rumbo de un golpe. 
-Déjenlo que mire p'al siñuelo -gritaba Pedro. 

El mozo hacía lo posible por seguir la jarana, aunque se adivinara en él la turbación del buen hombre tranquilo nunca puesto en evidencia. Por fin tomó coraje y dio seis trancos que lo enfrentaron a la mocita de verde. Fue mirado insolentemente de pies a cabeza por la moza, que luego dio vuelta con silla, dejándolo a su espalda. 
El hombre se dirigió al patrón con reproche: 
-También, señor, a una madrinita como ésta no se le acollara mancarrón tan fiero. 
-¡Don Fabián Luna! 
Un viejo de barba larga y piernas chuecas, se acercó con desenvoltura para sufrir el mismo desaire. 
-Cuando no es fiero es viejo -comentó con buen humor. Y soltó una carcajada como para espantar todos los patos de una laguna. 
El patrón se fingía acobardado. 
-Alguno mejor parecido y más mozo, pues -aconsejaba Don Fabián. 
-Eso es; nómbrelo usted. 
-Tal vez el reserito ... 

No oí más y me sentí como potro sobre un maneador seguro, pero estaba contra la pared y no pude bandearla para encontrar la noche, en que hubiera deseado perderme. 

La atención general me hizo recordar mi audacia de chico pueblero. Con paso firme me acerqué, levanté el chambergo sobre la frente, crucé los brazos y quebré la cadera. 
La muchacha pretendió intimidarme con su ya repetida maniobra. 
-Cuanti más me mire -le dije- más seguro que me compra. 
Seguidamente salimos a dar, bailando, nuestras dos reglamentarias vueltas, orillando la hilera de mirones. 
-¿Qué gusto tendrán los norteros? -dijo como para sí la moza al dejarme en la silla. 
-A la derecha usamos los chambergos -comenté a manera de indicación. 
A la derecha dio ella tres pasos, volviendo a quedar indecisa. 
-Po'l lao del lazo se desmontan los naciones -insistí. 
Y viendo que mis señas no eran suficientemente precisas, recité el versito: 


                                   "El color de mi querida es más blanco que cuajada, 
                                   pero endiciéndole envido se pone muy colorada." 


Esta vez fui entendido y tuve el premio de mi desfachatez cuando salí con mi morochita dando vueltas, no sé si al compás. 

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