Durante la cena, Riabóvich comió maquinalmente todo
cuanto le sirvieron. Bebía y, sin oír nada, procuraba explicarse la reciente
aventura. Lo que acababa de sucederle tenía un carácter misterioso y romántico,
pero no era difícil de descifrar. Sin duda, alguna señorita o dama se había
citado con alguien en el cuarto oscuro, había estado esperando largo rato y,
debido a sus nervios excitados, había tomado a Riabóvich por su héroe. Esto
resultaba más verosímil dado que Riabóvich, al pasar por la estancia oscura, se
había detenido caviloso, es decir, tenía el aspecto de una persona que también
espera algo... Así se explicaba Riabóvich el beso que había recibido.
«Pero ¿quién será ella? -pensaba, examinando los rostros
de las mujeres-. Debe de ser joven, porque las viejas no acuden a las citas.
Estaba claro, por otra parte, que pertenecía a un ambiente cultivado, y eso se
notaba por el rumor del vestido, por el perfume, por la voz...»
Detuvo la mirada en la señorita lila, que le gustó mucho;
tenía hermosos hombros y brazos, rostro inteligente y una voz magnífica.
Riabóvich deseó, al contemplarla, que fuese precisamente ella y no otra la
desconocida... Pero la joven se echó a reír con aire poco sincero y arrugó su
larga nariz, que le pareció la nariz de una vieja. Entonces trasladó la mirada
a la rubia vestida de negro. Era más joven, más sencilla y espontánea, tenía
unas sienes encantadoras y se llevaba la copa a los labios con mucha gracia.
Entonces Riabóvich habría deseado que esa fuese aquella. Pero poco después le
pareció que tenía el rostro plano, y volvió los ojos hacia su vecina...
«Es difícil adivinar -pensaba, dando libre curso a su
fantasía-. Si de la del vestido lila se tomaran solo los hombros y los brazos,
se les añadieran las sienes de la rubia y los ojos de aquella que está sentada
a la izquierda de Lobitko, entonces...»
Hizo en su mente esa adición y obtuvo la imagen de la
joven que lo había besado, la imagen que él deseaba, pero que no lograba
descubrir en la mesa.
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