Siempre
los mismos temas: el crimen, la venalidad, el castigo, la traición, la
ferocidad. Lentamente humean los cigarros. Cada frente crispa un mal recuerdo.
En una distancia Luego sobreviene el silencio. Los desconocidos se marchan
acompañados del camarada que los presentó.
Entonces las miradas recorren las mesas próximas, se
detienen en la muchacha que atiende la victrola, estalla un comentario breve y
cruel como un petardo, una sonrisa fría encrespa algún labio, ya que se sabe
con quién está por caer la desgraciada, incluso el que la ronda ya ha
anticipado el número de palizas que le suministrará, un fósforo crepita al
encenderse entre dos dedos y el humo azulento sube despacio hacia el plafond.
¡Oh! cuántas, cuántas cosas se cuentan en pocas palabras
en estas interminables noches negras
Una vez es Guillermito, otras Uña de Oro. Uña de Oro, por
ejemplo, cuenta cómo fue que una vez le atravesó con un cortaplumas la palma de
la mano a una mujer.
Ella quería irse a vivir con él, y Uña le preguntó si
estaba dispuesta a darle una prueba de amor, y cuando la meretriz le preguntó
en qué consistía la prueba de amor, él le contestó: dejarse atravesar la mano
con un cuchillo, y como ella accedió, le clavó la mano en la tabla de la mesa.
Relatos de esta índole son frecuentes, pero para qué
criticar las ferocidades inútiles. Todos estamos conscientes que en un momento
dado de nuestras vidas, por aburrimiento o angustia, seremos capaces de cometer
un acto infinitamente más bellaco que el que no condenamos. A decir la verdad,
aploma a nuestras conciencias un sentimiento implacable, quizá la misma fiera
voluntad que encrespa a las bestias carniceras en sus cubiles de los bosques y
las montañas.
Además, conocemos muchas tristezas que ni el mismo naipe
es capaz de disolver, hastíos semejantes a chalecos de fuerza ciñen nuestros
instintos hasta el día que caigamos bajo el cuchillo de un enemigo, o la bala
de alguien que hace mucho tiempo nos está esperando entre las tinieblas. Porque
a cada uno de nosotros, lo espera alguien.
Después de haber vivido de esta manera, es lógico estar
colmado de un silencio tan hosco, mudez de fiera que ha recibido de la vida una
fuerza maldita, utilizable sólo en los bajíos del mal.
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