Estos
hombres tenían la piel del cogote más roja que el colodrillo de los pavos, y
ricitos de oro se escapaban por los agujeros de las narices y las orejas.
Despreciaban profundamente los países donde medraban, les
escupían en la cara a los empleados de policía inferiores, y compraban a los
jefes políticos con cheques que firmaban guiñando un ojo socarronamente.
Cipriano sabe muchas cosas, y cuando se le apura, confiesa
que nada le agrada tanto como violar a un muchachito, o acostarse con un
marinero de la Martinica.
Y sin embargo sonríe con la ingenuidad de un monstruo
jovial.
Nadie, viéndolo, pensaría que él, el cocinero de los
prostíbulos, era además el encargado de tatuarle con un látigo rayas moradas en
las nalgas a las prostitutas desobedientes. Cuando recuerda las mujeres que
castigó, sonríe con dulzura de hipopótamo resoplando agua y barro en el
cañaveral de una manigua.
Y más dulzura bondadosa encierra su sonrisa, al rememorar
los menores que violó, dramas de leonera, un chico maniatado por cinco ladrones
que le apretaban contra el suelo tapándole la boca, luego ese grito de entraña
roto que sacude como una descarga de voltaje el cuerpo sujetado... y la fila de
hombres, que con los pantalones sostenidos con una mano, aguardan turno,
mientras que el cuerpo del niño perforado por un dolor terrible se arquea y
luego cae exánime.
Y si alguien, para mofarse, le pregunta qué es lo que
prefiere, una muchacha o un ladroncito, Cipriano que se jacta de haber
"desmayado grandes", entrecierra los ojos y hace rechinar los
dientes. Como un cocodrilo adormilado en la marisma, apetece la inmundicia, y
sólo cuando está muy contento dice algunas palabras en un dulce francés de la
Martinica.
Por otra parte es muy católico y siempre que pasa ante
una iglesia se descubre respetuosamente.
Tosiendo penosamente se sienta algunas veces a nuestra
mesa Angelito el Potrillo, ratero y tuberculoso.
Tiene treinta años de edad, de los cuales ha pasado diez
en el cuadro quinto, cansado de repetir siempre la misma infracción inexistente
"portación de armas"
Lo perdieron las malas juntas.
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