Cuando
se enoja tartamudea. Con la visera de la gorra hundida sobre los ojos se
sumerge en intrincados problemas de ajedrez, y se jacta de ser campeón de
damas, y aunque ello es verosímil, para expresar sus ideas utiliza un
procedimiento un poco absurdo. Por ejemplo, dice del Japonés, un ladrón oscuro
y feroz, que siempre encuentra laudables pretextos para desenvainar el
cuchillo:
-Es como una niña.
Indudablemente, resulta dificultoso comprender qué es lo
que entiende por "una niña" Angelito el Potrillo.
Cuando Angelito está bien de salud y no se encuentra
preso, desaparece durante un tiempo de la ciudad en compañía del Japonés.
Recorren el interior explotando el cuento de "filo misho" y otros
ardides más o menos sutiles, pues Angelito el Potrillo no es como aquellos
perdularios que no practican sino su especialidad, sino que a él, "le da
tanto un barrido como un fregado".
Por ahora Angelito está muy débil y no viaja.
Permanece horas y horas con una sien apoyada en el
vidrio, mirando hacia la calle, y los pesquisas que pasan saben que él está
enfermo, que no puede robar y no lo detienen. Incluso algunos lo saludan y
Angelito hace un gesto ahuecado en sonrisa. Dice que "es un consuelo saber
que se va a morir entre la consideración de la gente correcta". ¡No te diré
como fui hundiéndome día tras día!
Ahora cada uno de nosotros lleva un recuerdo terrible que
es una bazofia de tristeza. Ayer... hoy .. mañana...
Hundiéndome día tras día.
Cómo explicar este fenómeno que deja libre la
inteligencia, mientras los sentimientos embadurnados de inmundicia nos aplastan
más y más en toda renunciación a la luz. Por eso la mala palabra nos muequea en
la jeta, y para cada rostro de mujer la mano se nos crispa en una tentación de
cachetada, porque junto a nosotros no se encuentra aquella, la preciosísima que
nos destrozó la vida en una encrucijada del tiempo que fue. ¿Para qué hablar?
Si todo lo dice el silencio de sombras que entolda el bar amarillo, donde se
inclinan las cabezas que ya no tienen esperanzas terrestres. Fieras enjauladas,
permanecemos tras los barrotes de los pensamientos residuos, y por eso es que
la sonrisa canalla se despega tan dificultosamente del semblante encolado en
una contracción de aburrimiento perrero.
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