Los
días son negros, las noches más encajonadas que calabozos.
A veces pasa tu recuerdo por mi memoria como una estrella
de siete puntas, y Tacuara como si adivinara tu tránsito celeste por mi vida,
me examina rápidamente de pies a cabeza y me dice como si ella fuera mi igual:
-¿Qué te pasa? ¿Te duele el corazón?
Su ojo derecho se entrecierra casi, alarga el cuello,
frunce los labios finos, y a medias torcida como si hubiera quedado desfigurada
por una hemiplejía, me pregunta:
-¿Te acordás de ella?
No te diré cómo fui hundiéndome día tras día. Quizá
ocurrió después del horrible pecado. La verdad es que fui quedando aislado.
Caminaba como antes por las calles, miraba los objetos
que se exhiben en las vitrinas, y hasta me detenía sorprendido frente a ciertas
ingeniosidades de la industria, mas la verdad es que estaba horriblemente solo.
Alguna que otra vez sentía en mis mejillas el frío roce
de un alma que me buscaba por la tierra con su pobre pensamiento encadenado. Un
escalofrío se descargaba entonces a través de los intersticios de mis
vértebras.
Luego la noche del pensamiento caía sobre mí y estuve
mucho tiempo sumergido en el crepúsculo que ya no era terrestre, y tal como
deben conocerlo aquellos que la medicina clasifica con el nombre de idiotas
profundos.
Llegué así por descendimientos progresivos hasta la
miseria de esta amistad silenciosa, en la que los infaltables son Uña de Oro,
el Pibe Repoyo y el Relojero.
El Relojero no habla nunca. A lo más sonríe
melancólicamente. De vez en cuando le suministra a su "señora" una
paliza brutal, y si Guillermito el Ladrón le pregunta por qué le pega, el
Relojero se encoge de hombros, sonríe dolorosamente y contesta después de
rumiar largo rato su respuesta:
-Qué sé yo. Será porque estoy aburrido.
Guillermito cuida el físico, gasta reloj pulsera de oro,
se da fomentos faciales y rayos ultravioletas, pero en la frente tiene el
croquis de una arruga rápida, crispación que anticipa el gesto de echar la mano
a la cintura para sacar el revólver y resolver un asunto de vida o de muerte.
Jamás ha robado en la ciudad, y siempre conversa de instalar una timba. Aspira
como yo lo fui en otros tiempos, a ser dueño de un recreo con parrilla criolla,
pero aún no dispone del necesario capital y sus opiniones políticas no pueden
ser más estúpidas.
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