Está
con Yrigoyen y la democracia.
Uña de Oro seduce a las "loquitas" con su
perfil de gavilán y los transparentes ojos verdosos y la crueldad felina de sus
maxilares que acompañan el impulso de las sienes huidas hacia las orejas
puntiagudas. Cuando está cansado apoya los brazos en la mesa, agacha la cabeza
y se duerme en la turbamulta del café, con ronquido feroz
¿Es necesario describir estas cosas simples, bestiales,
primitivas?
Nos comunicamos con el silencio. Un silencio que se
descarga en la mirada o en una inflexión de los labios respondiendo con un
monosílabo a otro monosílabo. Cada uno de nosotros está sumergido en un pasado
oscuro donde los ojos de tanto haber fijado, se han inmovilizado como los de
cretinos que miran absurdamente un rincón sucio.
¿Qué miramos?
No te lo podría decir. Sé que por donde he ido me he
acordado de ti, y que llegué a profundidades increíblemente tristes. Ahora
mismo.. cierro los ojos, como Uña de Oro cargo la frente sobre el dorso de las
manos... pero no duermo. Pienso que es triste no saber a quién matar.
De pronto el choque del cubilete de los dados revienta en
mis oídos como la descarga de un revólver, levanto la cabeza y revuelvo una
saliva de veneno. La vida continúa siempre igual, adentro y afuera, y este
silencio es una verdad, un intervalo donde descansa nuestra expectativa de una
mala noticia, ya que es necesario aguardaría siempre, aguardaría siempre en el
desconocido que entre inopinadamente al café o en el temblequeo de la
campanilla del teléfono.
Jugando a los naipes o al dominó, volteando dados o una
moneda, bajo la apariencia de olvido persiste una constante tensión nerviosa,
una especie de "alerta está", vigilancia inconsciente, sobresalto
imperceptible que mueve permanentemente los párpados y las pupilas, en un
soslayar siniestro.
Ningún desconocido al entrar a este café escapa a ese
examen, tendido en invisible abanico de noventa grados, sobre el círculo de los
naipes o las geometrías blancas y negras de las fichas de dominó.
Cuando no se juega, los mentones descansan engastados en
las palmas de las manos. El cigarrillo se consume lentamente en el vértice de
los labios y entonces... cuando menos se espera aparece el sufrimiento sordo,
una como nostalgia de las entrañas que ignoran lo que quieren, arruga las
frentes, ¡ah! cómo explicar esta desesperación, nos lanzamos a la calle, vamos
hacia los departamentos donde nunca falta una atorranta con la cual acostarse,
y desfogar babeando en un mal sueño este dolor que no se sabe de dónde viene ni
para qué.
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