Se apagó la luz, y ya
los ojos de Ingrid se cerraban cuando oyó leves rumores, lo que no le impidió,
debido al cansancio, quedarse dormida.
Pasaron varios días y
varias noches.
La pobre niña estaba
triste. No podía olvidar la casita de sus padres.
Y parece ser que el oso
advirtió esto, pues una mañana radiante de sol se presentó y dijo:
- Si lo deseáis, os
llevaré a visitar a vuestros padres.
Aceptó la niña, y muy
alegre se disponía a trepar al lomo del animal, cuando éste le habló así:
- Querida Ingrid, es mi
deseo que seáis feliz entre los vuestros, pero prometedme dominar la ambición
de saber.
Vuestra felicidad y la
mía dependen de ello.
La niña prometió ser
prudente, y el oso partió a la carrera.
Pasaron la región de los
bosques, después la de las nieves, hasta que por fin llegaron a un paraje
delicioso, una loma cubierta de césped salpicado de flores, con árboles que
daban sombra a una casa de madera de todos colores.
- Os dejo en la casa de
vuestros padres - dijo el oso -.
Volveré a buscaros. No
olvidéis vuestra promesa.
- No la olvidaré -
aseguró Ingrid.
La alegría de la familia
fue tan grande como la de la niña, que recorría embelesada los aposentos.
- Esta era tu cama,
Ingrid - dijo la madre -. Y ésa la velita que encendías para desnudarte.
La miró la niña, e
instantáneamente una idea se apoderó de ella: " ¿Si me la llevara ?...
"
Su luz era pequeña.
Quizá podría prenderla y, sin ser notada, observar su cuarto por la noche.
Y pensando así la tomó y
escondió entre sus ropas.
Volvió el oso, y tras
invitarla a despedirse, emprendieron el regreso.
Como la otra vez, no
quedaban huellas en el camino por donde pasaban.
Mientras andaban,
preguntó el oso:
- ¿Cumplisteis vuestra
promesa?
- Sí, la he cumplido -
respondió la joven dándose valor.
Llegaron al castillo, y
cuando fue de noche, la curiosidad dominó a la niña.
Quería saber a toda
costa.
Como todas las noches,
se oyeron unos rumores.
Cuando cesaron, Ingrid
prendió la vela.
Se levantó, y con
precaución inspeccionó el cuarto.
Vio un lecho bajo, tan
cómodo como el suyo, y reclinado en él a un hermoso príncipe ricamente vestido,
que con la espada al costado dormía plácidamente.
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