martes, 14 de marzo de 2017

El Zarevich Cabrito - Cuentos rusos - Parte 3


La zarina hizo caso del consejo, y al llegar el crepúsculo se dirigió a la orilla del mar, donde aguardaba ya la hechicera, la cual la cogió, le ató al cuello una piedra y la echó al mar; Alenuchka se sumergió en seguida. El Cabrito, presintiendo la desdicha, corrió hacia el mar, y al ver desaparecer a su hermana prorrumpió en un llanto muy amargo.
Entretanto, la hechicera se vistió como la zarina, se presentó en palacio y empezó a gobernar.Llegó el zar de caza y, sin notar el engaño, se alegró mucho al ver que la zarina había recobrado la salud. Sirvieron la cena y se pusieron a cenar.— ¿Dónde está el Cabrito? — Preguntó el zar.— Estamos mejor sin él — contestó la hechicera—; he ordenado que no lo dejen entrar, porque me molesta su olor a cabrío.
Al día siguiente, apenas el zar se fue de caza, la hechicera se puso a pegar al pobre Cabrito, y mientras lo apaleaba, le decía: — ¡Aguarda, que en cuanto vuelva el zar le pediré que te maten!Apenas el zar regresó, la hechicera empezó a convencerlo a fuerza de súplicas:— ¡Da orden de que maten al Cabrito! Me ha fastidiado de tal modo, que no quiero verlo más.
Al zar le dio lástima, pero no pudo defenderlo porque la zarina le suplicaba con tanta tenacidad que no tuvo más remedio que consentir que lo matasen.
Pocas horas después, el Cabrito, viendo que ya estaban afilando los cuchillos para cortarle la cabeza, corrió al zar y le rogó:— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.
El zar le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar. Se paró en la orilla y exclamó con voz lastimera:— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!Alenuchka le contestó:— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
El pobre Cabrito se echó a llorar y se volvió a palacio.A mediodía vino otra vez a pedir permiso al zar, diciéndole:— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber agua y limpiar mis entrañas.

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