martes, 14 de marzo de 2017

El Zarevich Cabrito - Cuentos rusos - Parte 4

El zar volvió a darle permiso y el Cabrito corrió a todo correr hacia el mar, se paró en la orilla y exclamó:— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!Alenuchka le contestó:— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
El pobre Cabrito se echó a llorar y volvió otra vez a palacio. 
Entonces el zar pensó: ‘¿Por qué el Cabrito quiere ir siempre a la orilla del mar?’Y cuando vino por tercera vez a pedirle permiso diciéndole: ‘¡Señor! Déjeme ir a la orilla del mar para beber agua y lavar mis entrañas’, lo dejó ir y se fue tras él.Llegados a la orilla, oyó al Cabrito, que llamaba a su hermana.— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!Alenuchka le contestó:— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
Pero el Cabrito empezó a suplicar, llamándola con voz tiernísima, y entonces Alenuchka, haciendo un gran esfuerzo, subió de las profundidades del mar y apareció en la superficie. El zar la cogió, desató la piedra que tenía atada al cuello, la sacó a la orilla y le preguntó lleno de asombro:— ¿Cómo te ha sucedido tal desgracia?
Ella le contó todo, el zar se alegró muchísimo y el Cabrito también, manifestando su alegría con grandes saltos. Los árboles del jardín de palacio reverdecieron, las plantas florecieron y todo alrededor de palacio se llenó de risa y júbilo.En cuanto a la hechicera, el zar dio orden de ejecutarla. En el centro del patio encendieron una gran hoguera y en ella quemaron a la bruja.
Después de haber hecho justicia, el zar, su mujer y el Cabrito vivieron felices y en paz, aumentando sus bienes y sin separarse nunca.



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