Si alguna duda cabía de que el psicoanálisis se desarrolló
gracias a las mujeres argentinas, la despeja este texto cuyo autor, a partir de
investigaciones documentales, reconstruye la relación entre Victoria Ocampo y
Jacques Lacan, durante unos pocos meses tormentosos de 1930 en París.
El 11 de enero de 1930, en carta a su hermana Angélica,
Victoria Ocampo le contó: “Lacan es exactamente lo contrario de Drieu [la
Rochelle], física y moralmente. Pelo negro o casi, entusiasmo, entusiasmo y
entusiasmo, gran boca; ¡la boca más y más simpática que te puedas imaginar!”.
El 20 de enero, volvió a escribirle: “Me quedé en cama ayer. Jacques Lacan me
limpió la garganta con un desinfectante maravilloso. Ya no me incomoda pero
tengo resfrío en la nariz”. Otra carta, el 7 de febrero: “Nos peleamos
diariamente y a cada rato tomo la resolución de no verlo más. Pero como Jacques
no tiene reemplazante que se le asemeje, lo sigo viendo. Pensábamos ir a
Chartres este domingo, pero acabo de tener una discusión con él por teléfono y
creo que no iremos”.
A lo largo del año anterior, 1929, Lacan ejercía sin
contradicciones una doble tarea: era un neuropsiquiatra opuesto manifiestamente
a la injerencia del freudismo en los temas de las psicosis, y era un psicólogo
persuadido de que debía ofrecerse como yo ideal y que debía obturar cuanto
antes las caídas del sentido. Algo tendrá que ocurrir, porque, en 1932, Jaques
Lacan firmará una tesis doctoral donde se trasluce todo lo contrario: la
propuesta de una interpretación psicoanalítica para la psicosis paranoica. Es
verosímil que, en la marcha de las unas a las otras, el surrealismo le haya
servido de puente: no se detenga ante la niebla, decía el Manifiesto
surrealista.
Incluso el espíritu explorador de Alfred Lacan pudo haber
colaborado a que su hijo no retrocediera ante los aromas exóticos de nuevas
vecindades. Sin embargo, algo más debía sumarse para que esa anuencia llegara a
infiltrar la zona más resistente: la de la jactancia, la del engreimiento del
yo de Jacques Lacan, más inclinado a tener razón que a soportar perderla, según
lo aseguran testigos de su niñez y juventud.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario