miércoles, 20 de junio de 2018

Marco el Rico y Basilio el Desgraciado - Parte 4

Al día siguiente, muy temprano, se levantó Basilio el Desgraciado, rezó a Dios, se despidió de su mujer, cogió un saquito con pan tostado y se puso en camino. Llevaba andando bastante, cuando, al pasar junto a un frondoso roble, oyó una voz que le decía:
— ¿Adónde vas, Basilio el Desgraciado?
Miró a su alrededor, y no viendo a nadie preguntó:
— ¿Quién me llama?
— Soy yo, el Roble, quien te pregunta.
— Voy al reino del Rey Serpiente para reclamarle la renta de doce años.
Entonces el Roble contestó:
— Cuando llegues allí acuérdate de mí, que estoy aquí hace ya trescientos años y quisiera saber cuántos tendré aún que permanecer en este sitio. No te olvides de enterarte.
Basilio le escuchó con atención y continuó su camino. Más allá encontró un río muy ancho, se sentó en la barca para pasar a la otra orilla y el barquero le preguntó:
— ¿Adónde vas?
— Voy al reino del Rey Serpiente para reclamarle la renta de doce años.
— Cuando llegues allá acuérdate de mí, que estoy pasando a la gente de una orilla a otra hace ya treinta años y quisiera saber durante cuánto tiempo tendré aún que seguir haciendo lo mismo. No te olvides de enterarte.
— Bien — dijo Basilio, y siguió su camino.
Anduvo unos cuantos días y llegó a la orilla del mar, sobre el cual estaba tendida una ballena de tal tamaño que llegaba a la orilla opuesta; su espalda servía de puente a los caminantes y los carros. Apenas la pisó Basilio, la Ballena exclamó:
— ¿Adónde vas, Basilio el Desgraciado?
— Voy al reino del Rey Serpiente a reclamarle la renta de doce años.
— Pues procura acordarte de mí, que estoy aquí tendida sobre el mar, y pasando sobre mis espaldas caminantes y carros que destrozan mis carnes hasta llegar a mis huesos; entérate cuánto tiempo tendré aún que seguir sirviendo de puente a la gente.
— Bien, no te olvidaré — contestó Basilio, y siguió más adelante.
Después de caminar mucho tiempo se encontró en una extensa pradera en medio de la cual se elevaba un gran palacio. Basilio el Desgraciado subió por la ancha escalera de mármol y penetró en el palacio. Atravesó muchas habitaciones, cada una más lujosa que la anterior, y en la última encontró, sentada sobre su lecho, una bellísima joven que lloraba con desconsuelo. Al percibir al desconocido se levantó y, acercándose a él, le dijo:
— ¿Quién eres y qué valor es el tuyo que te has atrevido a entrar en este reino maldito?
— Soy Basilio el Desgraciado y me ha enviado aquí Marco el Rico en busca del Rey Serpiente para reclamarle la renta de doce años.
— ¡Oh, Basilio el Desgraciado! No te han enviado para cobrar la contribución, sino para ser comido por el Rey Serpiente. Cuéntame ahora por dónde has venido. ¿No te ocurrió nada mientras caminabas? ¿Viste u oíste algo?
Basilio le contó lo del roble, lo del barquero y lo de la ballena. 

Apenas había terminado de hablar cuando se oyó un gran ruido como producido por un torbellino de viento; la tierra empezó a temblar y el palacio se bamboleó. La hermosa joven escondió a Basilio debajo de su lecho y le dijo: — Estate ahí sin moverte y escucha lo que diga el Rey Serpiente.

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