Lo que en ella se demuestra, diremos más bien nosotros, es
la estructura de ese deseo que Spinoza formuló como la esencia del hombre. Ese
deseo que de la desideración que confiesa en las lenguas romances, sufre aquí
la deflación que lo devuelve a su deser.
Si el psicoanalista dio en el punto justo, por su inherencia
a la pulsión anal, pues el oro es mierda, es bastante bufo verlo calmar esa
llaga en el flanco que es el amor, con la pomada de lo auténtico, cuyo oro es
fons et... origo.
Por eso el psicoanalista ya no interpreta como en la belle
époque, se sabe. Porque él mismo mancilló su fuente viva.
Pero comoo es necesario que camine erguido, desteta, es
decir corrige el deseo e imagina que desteta (frustración, agresión, ...,
etc.).
Castigat mores, diremos: ¿riendo? No, ¡desafortunadamente!,
sin reír: castra las costumbres de su propio ridículo.
Remite la interpretación a la transferencia, lo que nos
lleva a nuestro uno (on).
Lo que el psicoanalista de hoy le ahorra al psicoanalizante
es, precisamente, lo que antes dijimos: no es lo que le concierne, que está
dispuesto a tragarse de inmediato, pues le dan las formas, las formas de la
poción... Abrirá gentilmente su piquito de besito, lo abrirá no lo abrirá. No,
lo que el psicoanalista encubre, porque con ello se cubre, es que algo pueda
decirse sin que ningún sujeto lo sepa.
Mené, mené, thékel, oupharsin. Si eso aparece en la pared
para que todo el mundo lo lea,, eso echa por tierra un imperio. La cosa es
trasladada al lugar preciso.
Pero, sin siquiera tomar nuevo aliento, se atribuye la farsa
al Todo-Poderoso, en forma tal que el agujero se vuelve a cerrar con el golpe
mismo con que se lo produce; y ni siquiera se cuida de que por este artificio
el estruendo mismo sirva de bastión al deseo mayor, el deseo de dormir. Aquel
del que Freud hace la instancia última del sueño.
Sin embargo, ¿no podríamos percatarnos de que la única
diferencia, esa diferencia que reduce a la nada aquello de lo que difiere, la
diferencia de ser, ésa sin la cual el inconsciente de Freud es fútil, que
se opone a todo lo que antes suyo se produjo bajo el label de inconsciente, pues
señala claramente que un saber se libra desde un lugar que difiere de toda
aprehensión (prise) del sujeto, pues sólo se entrega en aquello que es la
equivocación (méprise) del sujeto?
El Vergreifen [cf. Freud: la equivocación (méprise) es su
término para los actos sintomáticos], superando la Bergriff (la aprehensión
o la prise), promueve una nada que se afirma y se impone debido a que su
negación misma la indica en la confirmación que no faltará de su efecto en la
secuencia.
Súbitamente surge una pregunta por aparecer la respuesta que
la preveía al ser su(b)-puesta. El saber que sólo se libra a la
equivocación del sujeto: ¿cuál puede ser el sujeto que lo supiese antes?
Por más que podamos muy bien suponer que el descubrimiento
del número transfinito se abrió debido a que Cantor tropezó al manosear
decimales diagonalmente, no por ello llegamos a reducir la pregunta acerca del
furor que su construcción desencadena en un Kroenecker. No obstante, esta
pregunta no debe enmascararnos otra que concierne al saber así surgido: ¿dónde
puede decirse que esperaba el número transfinito, como "nada más que
saber", al que resultaría su descubridor? ¿Si no es en ningún sujeto, es
en algún uno (on) del ser?
El sujeto supuesto al saber, Dios mismo para llamarlo con el
nombre que le da Pascal, cuando se precisa su contrario: no el Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacobo, sino el Dios de los filósofos, despojado aquí de su
latencia en toda teoría. Teoría, ¿sería el lugar en el mundo de la teo-logía?
De la cristiana seguramente desde que ella existe, gracias a
lo cual el ateo se nos presenta como quien más se aferra a ella. Lo
sospechábamos: y que ese Dios estaba un poco enfermo. No lo volverá más animoso
una cura de ecumenismo ni, me temo, el Otro con una A mayúscula en francés, el
de Lacan.