miércoles, 28 de octubre de 2015
lunes, 26 de octubre de 2015
domingo, 25 de octubre de 2015
jueves, 22 de octubre de 2015
sábado, 17 de octubre de 2015
martes, 13 de octubre de 2015
sábado, 10 de octubre de 2015
viernes, 9 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 9
Habíamos elegido la parte del fondo del jardín cerca de los
gallineros, porque parecía que las hormigas se estaban refugiando en esa parte
y hacían mucho estrago en los almácigos. Apenas pusimos el pico en el
hormiguero más grande empezó a salir humo por todas partes, y hasta por entre
los ladrillos del piso del gallinero salía. Yo iba de un lado a otro taponando
la tierra, y me gustaba echar el barro encima y aplastarlo con las manos hasta
que dejaba de salir el humo. Tío Carlos se asomó al alambrado de las de Negri y
le preguntó a la Chola, que era la menos sonsa, si no salía humo en su jardín,
y la Cufina armaba gran revuelo y andaba por todas partes mirando porque a tío
Carlos le tenían mucho respeto, pero no salía humo del lado de ellas. En cambio
oí que Lila me llamaba y fui corriendo al ligustro y la vi que estaba con su
vestido de lunares anaranjados que era el que más me gustaba, y la rodilla
vendada.
Me gritó que salía humo de su jardín, el que era solamente suyo, y yo
ya estaba saltando el alambrado con una de las palanganas de barro mientras
Lila me decía afligida que al ir a ver su jardín había oído que hablábamos con
las de Negri y que entonces justo al lado de donde habíamos plantado el jazmín
empezaba a salir humo. Yo estaba arrodillado echando barro con todas mis
fuerzas. Era muy peligroso para el jazmín recién trasplantado y ahora con el
veneno tan cerca, aunque el manual decía que no. Pensé si no podría cortar la
galería de las hormigas unos metros antes del cantero, pero antes de nada eché
el barro y taponé la salida lo mejor que pude. Lila se había sentado a la
sombra con un libro y me miraba trabajar. Me gustaba que me estuviera mirando,
y puse tanto barro que seguro por ahí no iba a salir más humo.
Después me acerqué
a preguntarle dónde había una pala para ver de cortar la galería antes que
llegara al jazmín con todo el veneno. Lila se levantó y fue a buscar la pala, y
como tardaba yo me puse a mirar el libro que era de cuentos con figuras, y me
quedé asombrado al ver que Lila también tenía una pluma de pavorreal preciosa
en el libro, y que nunca me había dicho nada. Tío Carlos me estaba llamando
para que taponara otros agujeros, pero yo me quedé mirando la pluma que no
podía ser la de Hugo pero era tan idéntica que parecía del mismo pavorreal,
verde con el ojo violeta y azul, y las manchitas de oro. Cuando Lila vino con
la pala le pregunté de dónde había sacado la pluma, y pensaba contarle que Hugo
tenía una idéntica. Casi no me di cuenta de lo que me decía cuando se puso muy
colorada y contestó que Hugo se la había regalado al ir a despedirse.
—Me dijo que en su casa hay muchas —agregó como disculpándose pero no me
miraba, y tío Carlos me llamó más fuerte del otro lado de los ligustros y yo
tiré la pala que me había dado Lila y me volví al alambrado, aunque Lila me
llamaba y me decía que otra vez estaba saliendo humo en su jardín. Salté el
alambrado y desde casa por entre los ligustros la miré a Lila que estaba
llorando con el libro en la mano y la pluma que asomaba apenas, y vi que el
humo salía ahora al lado mismo del jazmín, todo el veneno mezclándose con las
raíces. Fui hasta la máquina aprovechando que tío Carlos hablaba de nuevo con
las de Negri, abrí la lata del veneno y eché dos, tres cucharadas llenas en la
máquina y la cerré; así el humo invadía bien los hormigueros y mataba todas las
hormigas, no dejaba ni una hormiga viva en el jardín de casa.
jueves, 8 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 8
El domingo al levantarme oí que mamá hablaba por el alambrado con el señor Negri. Me acerqué a decir buen día y el señor Negri estaba diciéndole a mamá que en el cantero de las lechugas donde salía el humo el día que probamos la máquina, todas las lechugas se estaban marchitando. Mamá le dijo que era muy raro porque en el prospecto de la máquina decía que el humo no era dañino para las plantas, y el señor Negri le contestó que no hay que fiarse de los prospectos, que lo mismo es con los remedios que cuando uno lee el prospecto se va a curar de todo y después a lo mejor acaba entre cuatro velas. Mamá le dijo que podía ser que alguna de las chicas hubiera echado agua de jabón en el cantero sin querer (pero yo me di cuenta que mamá quería decir a propósito, de chusmas que eran y para buscar pelea) y entonces el señor Negri dijo que iba a averiguar pero que en realidad si la máquina mataba las plantas no se veía la ventaja de tomarse tanto trabajo.
Mamá le dijo que no iba a comparar unas
lechugas de mala muerte con el estrago que hacen las hormigas en los jardines,
y que por la tarde la íbamos a encender, y si veían humo que avisaran que
nosotros iríamos a tapar los hormigueros para que ellos no se molestaran.
Abuelita me llamó para tomar el café y no sé qué más se dijeron, pero yo estaba
entusiasmado pensando que otra vez íbamos a combatir las hormigas, y me pasé la
mañana leyendo Raffles aunque no me gustaba tanto como Buffalo Bill y muchas
otras novelas.
A mí hermana se le había pasado la loca y andaba cantando
por toda la casa, en una de esas le dio por pintar con los lápices de colores y
vino adonde yo estaba, y antes de darme cuenta ya había metido la nariz en lo
que yo hacía, y justo por casualidad yo acababa de escribir mi nombre, que me
gustaba escribirlo en todas partes, y el de Lila que por pura casualidad había
escrito al lado del mío. Cerré el libro pero ella ya había leído y se puso a
reír a carcajadas y me miraba como con lástima, y yo me le fui encima pero ella
chilló y oí que mamá se acercaba, entonces me fui al jardín con toda la rabia.
En el almuerzo ella me estuvo mirando con burla todo el tiempo, y me hubiera
encantado pegarle una patada por abajo de la mesa, pero era capaz de ponerse a
gritar y a la tarde íbamos a encender la máquina, así que me aguanté y no dije
nada. A la hora de la siesta me trepé al sauce a leer y a pensar, y cuando a
las cuatro y media salió tío Carlos de dormir, cebamos mate y después
preparamos la máquina, y yo hice dos palanganas de barro. Las mujeres estaban
adentro y hacía calor, sobre todo al lado de la máquina que era a carbón, pero
el mate es bueno para eso si se toma amargo y muy caliente.
“Lanzar los dados”
Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
De otra forma ni siquiera comiences.
Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
Esto puede significar perder novias,
esposas,
parientes,
trabajos y,
quizá tu cordura.
Ve hasta el final.
Esto puede significar no comer por 3 o 4 días.
Esto puede significar congelarse en la banca de un parque.
Esto puede significar la cárcel.
Esto puede significar burlas, escarnios, soledad…
La soledad es un regalo.
Los demás son una prueba de tu insistencia, o
de cuánto quieres realmente hacerlo.
Y lo harás,
a pesar del rechazo y de las desventajas,
y será mejor que cualquier cosa que hayas imaginado.
Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
No hay otro sentimiento como ese.
Estarás a solas con los dioses
y las noches se encenderán con fuego.
Hazlo, hazlo, hazlo.
Hazlo.
Hasta el final,
hasta el final.
Llevarás la vida directo a la perfecta carcajada.
Es la única buena lucha que hay
Bukowski
miércoles, 7 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 7
Al otro día me levanté antes que nadie y fui a mi jardín, que estaba cerca de las glicinas. Mi jardín era un cantero nada más que mío, que abuelita me había dado para que yo hiciese lo que quisiera. Una vez planté alpiste, después batatas, pero ahora me gustaban las flores y sobre todo mi jazmín del Cabo, que es el de olor más fuerte sobre todo de noche, y mamá siempre decía que mi jazmín era el más lindo de la casa. Con la pala fui cavando despacio alrededor del jazmín, que era lo mejor que yo tenía, y al final lo saqué con toda la tierra pegada a la raíz. Así fui a llamarla a Lila que también estaba levantada y no tenía casi nada en la rodilla.
—¿Hugo se va mañana? —me preguntó, y le dije que sí, porque tenía que seguir estudiando en Buenos Aires el ingreso a primer año. Le dije a Lila que le traía una cosa y ella me preguntó qué era, y entonces por entre el ligustro le mostré mi jazmín y le dije que se lo regalaba y que si quería la iba a ayudar a hacerse un jardín para ella sola. Lila dijo que el jazmín era muy lindo, y le pidió permiso a la madre y yo salté el ligustro para ayudarla a plantarlo. Elegimos un cantero chico, arrancamos unos crisantemos medio secos que había, y yo me puse a puntear la tierra, a darle otra forma al cantero, y después Lila me dijo dónde le gustaba que estuviera el jazmín, que era en el mismo medio. Yo lo planté, regamos con la regadera y el jardín quedó muy bien. Ahora yo tenía que conseguir un poco de gramilla, pero no había apuro. Lila estaba muy contenta y no le dolía nada la lastimadura. Quería que Hugo y mi hermana vieran en seguida lo que habíamos hecho, y yo los fui a buscar justo cuando mamá me llamaba para el café con leche. Las de Negri andaban peleándose en el jardín, y la Cufina chillaba como siempre. No sé cómo podían pelearse con una mañana tan linda.
El sábado por la tarde Hugo se tenía que volver a Buenos Aires y yo dentro de todo me alegré porque tío Carlos no quería encender la máquina ese día y lo dejó para el domingo. Mejor que estuviéramos él y yo solamente, no fuera la mala pata que Hugo se saliera envenenando o cualquier cosa. Esa tarde lo extrañé un poco porque ya me había acostumbrado a tenerlo en mi cuarto, y sabía tantos cuentos y aventuras de memoria. Pero peor era mi hermana que andaba por toda la casa como sonámbula, y cuando mamá le preguntó qué le pasaba dijo que nada, pero ponía una cara que mamá se quedó mirándola y al final se fue diciendo que algunas se creían más grandes de lo que eran y eso que ni sonarse solas sabían. Yo encontraba que mí hermana se portaba como una estúpida, sobre todo cuando la vi que con tiza de colores escribía en el pizarrón del patio el nombre de Hugo, lo borraba y lo escribía de nuevo, siempre con otros colores y otras letras, mirándome de reojo, y después hizo un corazón con una flecha y yo me fui para no pegarle un par de bifes o ir a decírselo a mamá. Para peor esa tarde Lila se había vuelto a su casa temprano, diciendo que la madre no la dejaba quedarse por culpa de la lastimadura. Hugo le dijo que a las cinco venían a buscarlo de Buenos Aires, y que por qué no se quedaba hasta que él se fuera, pero Lila dijo que no podía y se fue corriendo y sin saludar. Por eso cuando lo vinieron a buscar, Hugo tuvo que ir a despedirse de Lila y la madre, y después se despidió de nosotros y se fue muy contento diciendo que volvería al otro fin de semana. Esa noche yo me sentí un poco solo en mi cuarto, pero por otro lado era una ventaja sentir que todo era de nuevo mío, y que Podía apagar la luz cuando me daba la gana.
Por la noche me costó dormirme, no sé por qué. Se me había
metido en la cabeza que Lila no estaba bien y que tenía fiebre. Me hubiera
gustado pedirle a mamá que fuera a preguntarle a la madre pero no se podía, primero
con Hugo que se iba a reír, y después que mamá se enojaría si se enteraba de la
lastimadura y que no le habíamos avisado. Me quise dormir tantas veces pero no
podía, y al final pensé que lo mejor era ir por la mañana a lo de Lila y ver
cómo estaba, o llamar por el ligustro. Al final me dormí pensando en Lila y
Buffalo Bill y también en la máquina de las hormigas, pero sobre todo en Lila.
Los Venenos – Parte 6
Después de un rato me cansaba de estar solo y estudiar los
bichos de los tomates. Iba a la puerta blanca, tomaba impulso y me largaba a la
carrera como Buffalo Bill, y al llegar al cantero de las lechugas lo saltaba
limpio y ni tocaba el borde de gramilla. Con Hugo tirábamos al blanco con la
Diana de aire comprimido, o jugábamos en las hamacas cuando mi hermana o a
veces Lila salían de bañarse y venían a las hamacas con ropa limpia.
También
Hugo y yo nos íbamos a bañar, y a última hora salíamos todos a la vereda, o mi
hermana tocaba el piano en la sala y nosotros nos sentábamos en la balaustrada
y veíamos volver a la gente del trabajo hasta que llegaba tío Carlos y todos lo
íbamos a saludar y de paso a ver si traía algún paquete con hilo rosa o el
Billiken. Justamente una de esas veces al correr a la puerta fue cuando Lila se
tropezó en una laja y se lastimó la rodilla. Pobre Lila, no quería llorar pero
le saltaban las lágrimas y yo pensaba en la madre que era tan severa y le diría
machona y de todo cuando la viera lastimada.
Hugo y yo hicimos la sillita de
oro y la llevamos del lado de la puerta blanca mientras mi hermana iba a
escondidas a buscar un trapo y alcohol. Hugo se hacía el comedido y quería
curarla a Lila, lo mismo mi hermana para estar con Hugo, pero yo los saqué a
empujones y le dije a Lila que aguantara nada más que un segundo, y que si
quería cerrara los ojos. Pero ella no quiso y mientras yo le pasaba el alcohol
ella lo miraba fijo a Hugo como para mostrarle lo valiente que era. Yo le soplé
fuerte en la lastimadura y con la venda quedó muy bien y no le dolía.
—Mejor andate en seguida a tu casa —le dijo mi hermana—, así
tu mamá no se cabrea.
Después que se fue Lila yo me empecé a aburrir con Hugo y mi hermana que
hablaban de orquestas típicas, y Hugo había visto a De Caro en un cine y
silbaba tangos para que mi hermana los sacara en el piano. Me fui a mi cuarto a
buscar el álbum de las estampillas, y todo el tiempo pensaba que la madre la
iba a retar a Lila y que a lo mejor estaba llorando o que se le iba a infectar
la matadura como pasa tantas veces. Era increíble lo valiente que había sido
Lila con el alcohol, y cómo lo miraba a Hugo sin llorar ni bajar la vista.
En la mesa de luz estaba la botánica de Hugo, y asomaba el
canuto de la pluma de pavorreal. Como él me la dejaba mirar la saqué con
cuidado y me puse al lado de la lámpara para verla bien. Yo creo que no había
ninguna pluma más linda que ésa. Parecía las manchas que se hacen en el agua de
los charcos, pero no se podía comparar, era muchísimo más linda, de un verde
brillante como esos bichos que viven en los damascos y tienen dos antenas
largas con una bolita peluda en cada punta. En medio de la parte más ancha y
más verde se abría un ojo azul y violeta, todo salpicado de oro, algo como no
se ha visto nunca. Yo de golpe me daba cuenta por qué se llamaba pavorreal, y
cuanto más la miraba más pensaba en cosas raras, como en las novelas, y al final
la tuve que dejar porque se la hubiera robado a Hugo y eso no podía ser. A lo
mejor Lila estaba pensando en nosotros, sola en su casa (que era oscura y con
sus padres tan severos) cuando yo me divertía con la pluma y las estampillas.
Mejor guardar todo y pensar en la pobre Lila tan valiente.
martes, 6 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 5
La siesta duraba de dos a cinco, y era la mejor hora para
estar tranquilos y hacer lo que uno quería. Con Hugo revisábamos las
estampillas y yo le daba las repetidas, le enseñaba a clasificarlas por países,
y él pensaba al otro año tener una colección como la mía pero solamente de
América. Se iba a perder las de Camerún que son con animales, pero él decía que
así las colecciones son más importantes. Mi hermana le daba la razón y eso que
no sabía si una estampilla estaba del derecho o del revés, pero era para
llevarme la contra. En cambio Lila que venía a eso de las tres, saltando por
los ligustros, estaba de mi parte y le gustaban las estampillas de Europa. Una
vez yo le había dado a Lila un sobre con todas estampillas diferentes, y ella
siempre me lo recordaba y decía que el padre le iba a ayudar en la colección
pero que la madre pensaba que eso no era para chicas y tenía microbios, y el
sobre estaba guardado en el aparador.
Para que no se enojaran en casa por el
ruido, cuando llegaba Lila nos íbamos al fondo y nos tirábamos debajo de los
frutales. Las de Negri también andaban por el jardín de ellas, y yo sabía que
las tres estaban locas con Hugo y se hablaban a gritos y siempre por la nariz,
y la Cufina sobre todo se la pasaba preguntando: “¿Y dónde está el costurero
con los hilos?” y la Ela le contestaba no sé qué, entonces se peleaban pero a
propósito para llamar la atención, y menos mal que de ese lado los ligustros
eran tupidos y no se veía mucho. Con Lila nos moríamos de risa al oírlas, y
Hugo se tapaba la nariz y decía: “¿Y dónde está la pavita para el mate?”
Entonces la Chola que era la mayor decía: “¿Vieron chicas cuántos groseros hay
este año?”, y nosotros nos metíamos pasto en la boca para no reírnos fuerte,
porque lo bueno era dejarlas con las ganas y no seguírsela, así después cuando
nos oían jugar a la mancha rabiaban mucho más y al final se peleaban entre
ellas hasta que salía la tía y las mechoneaba y las tres se iban adentro
llorando.
A mí me gustaba tener de compañera a Lila en los juegos,
porque entre hermanos a uno no le gusta jugar si hay otros, y mi hermana lo
buscaba en seguida a Hugo de compañero. Lila y yo les ganábamos a las bolitas,
pero a Hugo le gustaba más el vigilante y ladrón y la escondida, siempre había
que hacerle caso y jugar a eso, pero también era formidable, solamente que no
podíamos gritar y los juegos así sin gritos no valen tanto. A la escondida casi
siempre me tocaba contar a mi, no sé por qué me engañaban vuelta a vuelta, y
piedra libre uno detrás de otro. A las cinco salía abuelita y nos retaba porque
estábamos sudados y habíamos tomado demasiado sol, pero nosotros la hacíamos
reír y le dábamos besos, hasta Hugo y Lila que no eran de casa. Yo me fijé en
esos días que abuelita iba siempre a mirar el estante de las herramientas, y me
di cuenta que tenía miedo de que anduviéramos hurgando con las cosas de la
máquina. Pero a nadie se le iba a ocurrir una pavada así, con lo de los tres
niños de Flores y encima la paliza que nos iban a dar.
A ratos me gustaba quedarme solo, y en esos momentos ni
siquiera quería que estuviera Lila. Sobre toda al caer la tarde, un rato antes
que abuelita saliera con su batón blanco y se pusiera a regar el jardín. A esa
hora la tierra ya no estaba tan caliente, pero las madreselvas olían mucho y
también los canteros de tomates donde había canaletas para el agua y bichos
distintos que en otras partes. Me gustaba tirarme boca abajo y oler la tierra,
sentirla debajo de mí, caliente con su olor a verano tan distinto de otras
veces. Pensaba en muchas cosas, pero sobre todo en las hormigas, ahora que
había visto lo que eran los hormigueros me quedaba pensando en las galerías que
cruzaban por todos lados y que nadie veía. Como las venas en mis piernas, que
apenas se distinguían debajo de la piel, pero llenas de hormigas y misterios
que iban y venían. Si uno comía un poco de veneno, en realidad venía a ser lo
mismo que el humo de la máquina, el veneno andaba por las venas del cuerpo
igual que el humo en la tierra, no había mucha diferencia.
lunes, 5 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 4
Al otro día fue domingo y vino mi tía Rosa con mis primos, y
fue un día en que jugamos todo el tiempo al vigilante y ladrón con mi hermana y
con Lila que tenía permiso de la madre. A la noche tía Rosa le dijo a mamá si
mi primo Hugo podía quedarse a pasar toda la semana en Bánfield porque estaba
un poco débil de la pleuresía y necesitaba sol. Mamá dijo que sí, y todos
estábamos contentos.
A Hugo le hicieron una cama en mi pieza, y el lunes fue la
sirvienta a traer su ropa para la semana. Nos bañábamos juntos y Hugo sabía más
cuentos que yo, pero no saltaba tan lejos. Se veía que era de Buenos Aires, con
la ropa venían dos libros de Salgari y uno de botánica, porque tenía que
preparar el ingreso a primer año. Dentro del libro venía una pluma de
pavorreal, la primera que yo veía, y él la usaba como señalador.
Era verde con
un ojo violeta y azul, toda salpicada de oro. Mi hermana se la pidió pero Hugo
le dijo que no porque se la había regalado la madre. Ni siquiera se la dejó
tocar, pero a mí sí porque me tenía confianza y yo la agarraba del canuto.
Los primeros días, como tío Carlos trabajaba en la oficina
no volvimos a encender la máquina, aunque yo le había dicho a mamá que si ella
quería yo la podía hacer andar. Mamá dijo que mejor esperáramos al sábado, que
total no había muchos almácigos esa semana y que no se veían tantas hormigas
como antes.
—Hay unas cinco mil menos —le dije yo, y ella se reía pero
me dio la razón. Casi mejor que no me dejara encender la máquina, así Hugo no
se metía, porque era de esos que todo lo saben y abren las puertas para mirar
adentro. Sobre todo con el veneno mejor que no me ayudara.
A la siesta nos mandaban quedarnos quietos, porque tenían
miedo de la insolación. Mí hermana desde que Hugo jugaba conmigo venía todo el
tiempo con nosotros, y siempre quería jugar de compañera con Hugo. A las
bolitas yo les ganaba a los dos, pero al balero Hugo no sé cómo se las sabía
todas y me ganaba. Mi hermana lo elogiaba todo el tiempo y yo me daba cuenta
que lo buscaba para novio, era cosa de decírselo a mamá para que le plantara un
par de bifes, solamente que no se me ocurría cómo decírselo a mamá, total no
hacían nada malo. Hugo se reía de ella pero disimulando, y yo en esos momentos
lo hubiera abrazado, pero era siempre cuando estábamos jugando y había que
ganar o perder pero nada de abrazos.
domingo, 4 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 3
La máquina parecía más grande por lo negra que se la veía
entre el verde del jardín y los frutales. Tío Carlos la cargó de brasas, y
mientras tomaba calor eligió un hormiguero y le puso el pico del tubo; yo eché
barro alrededor y lo apisoné pero no muy fuerte, para impedir el
desmoronamiento de las galerías como decía el manual. Entonces mi tío abrió la
puerta para el veneno y trajo la lata y la cuchara. El veneno era violeta, un
color precioso, y había que echar una cucharada grande y cerrar en seguida la
puerta. Apenas la habíamos echado se oyó como un bufido y la máquina empezó a
trabajar. Era estupendo, todo alrededor del pico salía un humo blanco, y había que
echar más barro y aplastarlo con las manos. "Van a morir todas", dijo
mi tío que estaba muy contento con el funcionamiento de la máquina, y yo me
puse al lado de él con las manos llenas de barro hasta los codos, y se veía que
era un trabajo para que lo hicieran los hombres.
—¿Cuánto tiempo hay que fumigar cada hormiguero? —preguntó mamá.
—Por lo menos media hora —dijo tío Carlos—. Algunos son larguísimos, más de lo
que se cree.
Yo entendí que quería decir dos o tres metros, porque había
tantos hormigueros en casa que no podía ser que fueran demasiado largos. Pero
justo en ese momento oímos que la Cufina empezaba a chillar con esa voz que
tenía que la escuchaban desde la estación, y toda la familia Negri vino al
jardín diciendo que de un cantero de lechuga salía humo. Al principio yo no lo
quería creer pero era cierto, porque en el mismo momento Lila me avisó desde
los ligustros que en su casa también salía humo al lado de un duraznero, y tío
Carlos se quedó pensando y después fue hasta el alambrado de los Negri y le
pidió a la Chola que era la menos haragana que echara barro donde salía el
humo, y yo salté a lo de Lila y taponé el hormiguero. Ahora salía humo en otras
partes de casa, en el gallinero, más atrás de la puerta blanca, y al pie de la
pared del costado. Mamá y mi hermana ayudaban a poner barro, era formidable
pensar que por debajo de la tierra había tanto humo buscando salir, y que entre
ese humo las hormigas estaban rabiando y retorciéndose como los tres niños de
Flores.
Esa tarde trabajamos hasta la noche, y a mi hermana la
mandaron a preguntar si en la casa de otros vecinos salía humo. Cuando apenas
quedaba luz la máquina se apagó, y al sacar el pico del hormiguero yo cavé un
poco con la cuchara de albañil y toda la cueva estaba llena de hormigas muertas
y tenía un color violeta que olía a azufre. Eché barro encima como en los
entierros, y calculé que habrían muerto unas cinco mil hormigas por lo menos.
Ya todos se habían ido adentro porque era hora de bañarse y tender la mesa,
pero tío Carlos y yo nos quedamos a repasar la máquina y a guardarla. Le
pregunté si podía llevar las cosas al cuarto de las herramientas y dijo que sí.
Por las dudas me enjuagué las manos después de tocar la lata y la cuchara, y
eso que la cuchara la habíamos limpiado antes.
sábado, 3 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 2
No era linda, quiero decir que no era una máquina máquina,
por lo menos con una rueda que da vueltas o un pito que echa un chorro de
vapor. Parecía una estufa de fierro negro, con tres patas combadas, una puerta
para el fuego, otra para el veneno y de arriba salía un tubo de metal flexible
(como el cuerpo de los gusanos) donde después se enchufaba otro tubo de goma
con un pico. A la hora del almuerzo mamá nos leyó el manual de instrucciones, y
cada vez que llegaba a las partes del veneno todos la mirábamos a mi hermana, y
abuelita le volvió a decir que en Flores tres niños habían muerto por tocar una
lata.
Ya habíamos visto la calavera en la tapa, y tío Carlos buscó una cuchara
vieja y dijo que ésa sería para el veneno y que las cosas de la máquina las
guardarían en el estante de arriba del cuarto de las herramientas. Afuera hacía
calor porque empezaba enero, y la sandía estaba helada, con las semillas negras
que me hacían pensar en las hormigas.
Después de la siesta, la de los grandes porque mi hermana
leía el Billiken y yo clasificaba las estampillas en el patio cerrado, fuimos
al jardín y tío Carlos puso la máquina en la rotonda de las hamacas donde
siempre salían hormigueros. Abuelita preparó brasas de carbón para cargar la
hornalla, y yo hice un barro lindísimo en una batea vieja, revolviendo con la cuchara
de albañil. Mamá y mi hermana se sentaron en las sillas de paja para ver, y
Lila miraba entre el ligustro hasta que le gritamos que viniera y dijo que la
madre no la dejaba pero que lo mismo veía. Del otro lado del jardín ya se
estaban asomando las de Negri, que eran unos casos y por eso no nos tratábamos.
Les decían la Chola, la Ela y la Cufina, pobres. Eran buenas pero pavas, y no
se podía jugar con ellas. Abuelita les tenía lástima pero mamá no las invitaba
nunca a casa porque se armaban líos con mi hermana y conmigo. Las tres querían
mandar la parada pero no sabían ni rayuela ni bolita ni vigilante y ladrón ni
el barco hundido, y lo único que sabían era reírse como sonsas y hablar de
tanta cosa que yo no sé a quién le podía interesar. El padre era concejal y
tenían Orpington leonadas. Nosotros criábamos Rhode Island que es mejor
ponedora.
viernes, 2 de octubre de 2015
Los Venenos – Parte 1
El sábado tío Carlos llegó a mediodía con la máquina de
matar hormigas. El día antes había dicho en la mesa que iba a traerla, y mi
hermana y yo esperábamos la máquina imaginando que era enorme, que era
terrible. Conocíamos bien las hormigas de Bánfield, las hormigas negras que se
van comiendo todo, hacen los hormigueros en la tierra, en los zócalos, o en ese
pedazo misterioso donde una casa se hunde en el suelo, allí hacen agujeros
disimulados pero no pueden esconder su fila negra que va y viene trayendo
pedacitos de hojas, y los pedacitos de hojas eran las plantas del jardín, por
eso mamá y tío Carlos se habían decidido a comprar la máquina para acabar con
las hormigas.
Me acuerdo que mi hermana vio venir a tío Carlos por la
calle Rodríguez Peña, desde lejos lo vio venir en el tílbury de la estación, y
entró corriendo por el callejón del costado gritando que tío Carlos traía la
máquina. Yo estaba en los ligustros que daban a lo de Lila, hablando con Lila
por el alambrado, contándole que por la tarde íbamos a probar la máquina, y
Lila estaba interesada pero no mucho, porque a las chicas no les importan las
máquinas y no les importan las hormigas, solamente le llamaba la atención que
la máquina echaba humo y que eso iba a matar todas las hormigas de casa.
Al oír a mi hermana le dije a Lila que tenía que ir a ayudar
a bajar la máquina, y corrí por el callejón con el grito de guerra de Sitting
Bull, corriendo de una manera que había inventado en ese tiempo y que era
correr sin doblar las rodillas, como pateando una pelota. Cansaba poco y era
como un vuelo, aunque nunca como el sueño de volar que yo siempre tenía
entonces, y que era recoger las piernas del suelo, y con apenas un movimiento
de cintura volar a veinte centímetros del suelo, de una manera que no se puede
contar por lo linda, volar por calles largas, subiendo a veces un poco y otra
vez al ras del suelo, con una sensación tan clara de estar despierto, aparte
que en ese sueño la contra era que yo siempre soñaba que estaba despierto, que
volaba de verdad, que antes lo había soñado pero esta vez iba de veras, y
cuando me despertaba era como caerme al suelo, tan triste salir andando o
corriendo pero siempre pesado, vuelta abajo a cada salto. Lo único un poco
parecido era esta manera de correr que había inventado, con las zapatillas de
goma Keds Champion con puntera daba la impresión del sueño, claro que no se
podía comparar.
Mamá y abuelita ya estaban en la puerta hablando con tío
Carlos y el cochero. Me arrimé despacio porque a veces me gustaba hacerme
esperar, y con mi hermana miramos el bulto envuelto en papel madera y atado con
mucho hilo sisal, que el cochero y tío Carlos bajaban a la vereda. Lo primero
que pensé fue que era una parte de la máquina, pero en seguida vi que era la
máquina completa, y me pareció tan chica que se me vino el alma a los pies. Lo
mejor fue al entrarla, porque ayudando a tío Carlos me di cuenta que la máquina
pesaba mucho, y el peso me devolvió confianza. Yo mismo le saqué los piolines y
el papel, porque mamá y tío Carlos tenían que abrir un paquete chico donde
venía la lata del veneno, y de entrada ya nos anunciaron que eso no se tocaba y
que más de cuatro habían muerto retorciéndose por tocar la lata. Mi hermana se
fue a un rincón porque se le había acabado el interés por todo y un poco
también por miedo, pero yo la miré a mamá y nos reímos, y todo aquel discurso
era por mí hermana, a mí me iban a dejar manejar la máquina con veneno y todo.
jueves, 1 de octubre de 2015
Little Walter: Ensanchando los horizontes de la armónica
“Podría haber sido el más grande”.
Howlin’ Wolf
“Cuando lo conocí no bebía más que Pepsi Cola. Sólo era un
niño. Y te lo diré, tío, tenía al que mejor tocaba la armónica de todo el
negocio. Oh tío, ojalá que lo pudieras haber visto. Mientras
estábamos grabando él estaba corriendo de un lado a otro del estudio, ya sabes,
cambiando de armónicas (…) Usaba muchos trucos, logrando todo tipo de sonidos.
Era el más grande. Siempre tenía ideas”
Muddy Waters
Hemos de suponer que, dada la rivalidad que ambos mantenían,
en pocos asuntos Muddy Waters y Howlin’ Wolf se pondrían de acuerdo, pero el genio de Little
Walter no admitía discusiones. No es descabellado pensar, como se ha
afirmado, que Little Walter supuso para la armónica en el blues lo
que la guitarra de Jimi Hendrix en el rock o el saxo de Charlie
Parker en el jazz. Precisamente, la vida de Little Walter guarda,
en ciertos aspectos, bastantes similitudes con la de Charlie Parker.
Conflictivo, alcohólico, drogadicto y con final trágico, Walter abandonó
su hogar siendo un niño. De adolescente ya era un músico respetado. En su
juventud llevó la armónica a lugares inimaginables y cuando murió con treinta
siete años, ya era un viejo.
Marion Walter Jacobs nació el 1 de mayo de 1930 en Marksville, Luisiana.
Ya en su niñez mostró interés por la música y siendo un niño, según el propio Walter a
los ocho años, aunque algunas fuentes afirman que fue a los doce, inicio una
vida errante en solitario que le llevó a recorrer multitud de poblaciones en
las cuales se ganaba la vida tocando en las calles, ya que era demasiado joven
para tocar en clubs. En su periplo mejoró su estilo al entrar en contacto con,
entre otros bluesmen, Sonny Boy Williamson II, Sunnyland Slim, Robert
Lockwood Jr o Honeyboy Edwards. De ese modo, cuando Walter llegó
a Chicago en 1945, a pesar de tener solo 15 años, había
desarrollado una gran habilidad para tocar la armónica.
Walter se une a la banda de Muddy Waters en 1948.
Previamente, grabó algunas canciones para un pequeño sello llamado Ora-Nelle. Para
hacer escuchar el sonido de su armónica entre el sonido de guitarras
amplificadas, Walter, al igual que otros armonicistas de su tiempo,
amplificó el sonido de su armónica, pero a diferencia de éstos que sólo lo
usaban para amplificar el volumen, él experimentaba con todo tipo sonidos, lo
que llevó a afirmar a Madison Deniro, uno de sus biógrafos, que “Fue el
primer músico de cualquier tipo en usar distorsión electrónica”.
Junto a Muddy Waters, Baby Face Leroy Fuster y Jimmy
Rogers formó la banda informal conocida como The Headhunters. La
elección del nombre se debía a que los fines de semana salían a “cortar
cabezas”, lo cual significaba ir a locales donde tocaban bandas a las cuales
retaban a un duelo de blues. Walter permaneció en la banda de Waters hasta 1952,
pero siguió acompañando a su antiguo jefe en el estudio de grabación hasta 1957.De
esa forma, la armónica de Little Walter está presente en la mayor
parte de los clásicos de Waters.
El éxito de su instrumental “Juke” fue el motivo
por el que abandonó la banda de Muddy Waters. “Juke” grabada en 1952 para Cheker
Records, sello subsidiario de Chess, fue directa al número de las listas
de rythm and blues y, a día de hoy, ha sido la única canción
instrumental de armónica en lograrlo. En los años que van de 1952 a 1958
Walter consiguió meter catorce canciones en el top ten. Así, en 1955 la
canción “My Babe” llegó al número uno de las listas. Walter obtuvo
un éxito comercial que jamás alcanzó Muddy Waters ni ningún otro
bluesmen de Chess Records. En sus canciones, aparte de sus reconocidas
habilidades con la armónica, Walter se mostraba también como un
consumado cantante.
En la década de 1960, el brillo de Walter comienza
a desvanecerse. Su carácter violento y el alcohol hacen mella en él y el otrora
brillante armonicista parece haber perdido la chispa de antaño. De sus últimos
años cabe destacar que giró por Europa en 1964 y en 1967. De esa
última gira proceden las dos únicas grabaciones para televisión que se conocen
de Walter.
El 15 de mayo de 1968, Little Walter falleció
en el apartamento de su novia en Chicago. La noche anterior participó en una
pelea que le causó heridas internas. Éstas agravaron otras que ya tenía y
causaron su muerte mientras dormía. Con él se fue el mito más grande de la
armónica blues; después de él, la armónica nunca volvería a sonar igual.
http://crucedecaminos.webnode.es/chicago-blues/galeria-de-bluesmen/little-walter/
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