miércoles, 27 de febrero de 2019
jueves, 21 de febrero de 2019
Oscar Aleman - Parte 3
Volvió a Buenos Aires un 24 de diciembre de 1940, con 84 pesos en el bolsillo, dos guitarras Selmer y su querido cavaquinho. En su país seguía siendo un completo desconocido. Formó entonces su primer quinteto, en sociedad con el notable violinista chileno Hernán Oliva. Juntos, se harían rápido un lugar en la muy competitiva escena porteña de los ‘40, monopolizada por las grandes orquestas de tango como las de Troilo, Pugliese o Maffia. La sociedad con Oliva fue efectiva, pero efímera. Se quebraría luego que el violinista se trenzara, arriba del escenario, a los golpes con el magnate griego Aristóteles Onassis, para quien estaban tocando en el casino de Punta del Este en su fiesta de cumpleaños.
Alemán se convirtió en una de las primeras figuras de la legendaria noche porteña de los años cuarenta. Una noche que no terminaba nunca y se recorría por Corrientes, Lavalle y Florida.
La farra comenzaba a la tarde con sus shows radiales en Radio El Mundo, continuaba a la noche en la confitería Richmond, y la boite Gong de medianoche a las cuatro. Después, una zapada etílica hasta cualquier hora en el cabaret El Marabú, que quedaba justo arriba de su casa, en Maipú 326. Durante los fines de semana, la maratón de recitales de los bailes populares, en clubes como Lanús, San Lorenzo o Chacarita, donde podían reunirse en cada evento más de diez mil personas. En esas ocasiones Alemán relucía todos sus yeites de showman, aprendidos de sus días de París, como el célebre solo guitarra de espaldas. En esos años editó sucesos como su versión de “Besame Mucho”, que vendió un millón de copias.
A partir de mitad de los cincuenta la buena estrella del genio de las cuerdas comenzó a eclipsarse. La televisión, y sobre todo el naciente rock and roll -del cual Alemán abjuró- lo abandonaron a la indiferencia general. Otra vez en la lona, sin contrataciones a la vista, se entregó a la bebida. Pasó una década en el olvido. Años duros, en los que según su palabras “pasó varias navidades a mate y pan”.
Como un ave fénix, su figura renació. Y lo hizo de nuevo como en cada uno de esos giros extraños que daba su vida, de manera insólita.
Era el año 1968 y Duke Ellington visitaba Buenos Aires. Con media ciudad pendiente de su visita, se presentó en el Gran Rex durante una semana, con tres funciones por día. Al llegar a Ezeiza, Ellington increpó malhumorado a la comitiva preguntando dónde estaba su great friend Óscar. Nadie sabía de qué hablaba el ídolo hasta que su saxofonista Paul Gonsalves explicó que el Duque había pedido que la primera persona en ver al llegar fuera su admirado Óscar Alemán. Los productores salieron corriendo a buscarlo, sin saber qué era de su vida. Lo encontraron en bata en su departamento de la calle Maipú, dando clases particulares de guitarra a niños. Durante la recepción de la embajada a Ellington, Alemán tocó con su cavaquinho unos temas en su honor. Los invitados, pendientes del astro estadounidense no detuvieron la tertulia. Hasta que Ellington, indignado, los cayó a todos a los gritos, exclamando ante Aleman !This cat really has roots!
Todas las miradas se posaron nuevamente en el joya perdida del jazz argentino. Los diarios y revistas corrieron a entrevistarlo. Y él los esperó con su historia abierta de par en par. Durante algunos años volvió a los escenarios y hasta editar discos. Transformado en un artista de culto tocó hasta que el hígado le aguantó: murió en el Sanatorio Anchorena de cirrosis, en 1980.
Alemán fue al jazz argentino, lo que Gardel al tango. Un artista auténticamente popular y masivo, reconocido por los popes mundiales de su época. Un fuera de serie sobre las cuerdas, que hizo una música cosmopolita, pionera en la fusión de géneros sudamericanos con el jazz. Un sonido que no fue el resultado de una búsqueda consciente, sino del extraordinario periplo de su vida.
Por Tomás Pont Verges – @pontomaspont
miércoles, 20 de febrero de 2019
Oscar Aleman - Parte 2
El poeta le escribe a la guitarra del joven Alemán, diciéndole “Tenés en la garganta un zorzal / que torturás, al desgranar tu dolor”, y luego afirma, proféticamente “Anunciás, yo no sé / qué presagio de traición / cuando da tu fatal vibración”.
El verso cobraría sentido un lustro más tarde. Antes, Bueno Lobo y Alemán deberían embarcar hacia Europa, unidos a la compañía del bailarín de tap de Harry Flemming. Para 1932, establecidos en España, la mishiadura lo atacó de nuevo. Sin pan y sin trabajo, Bueno Lobo se enteró que en París Josephine Baker estaba buscando un guitarrista para su orquesta. Ella era la estrella máxima del momento, con un Music Hall que reventaba todas las salas. Lobo dejó entonces a Oscar en Madrid y viajó en secreto a la Ciudad Luz.
Durante la audición, La Baker se interesó por el guitarrista. Tenía buenas referencias de Les Loupes y el brasilero era sin dudas un buen interprete. Sin embargo, sus músicos le soplaron que el verdadero talento era su acompañante. La diva lo despachó gentilmente y llamó a traer a ese negrito que todos sus músicos admiraban. Superado por su discípulo, Bueno Lobo se sintió humillado y volvió a su tierra. Poco tiempo después, sumido en un profunda depresión, se mató. Cuarenta años más tarde en una entrevista a la revista Siete Días, Aleman confesaría que su maestro “cuando supo que yo estaba contratado por Josefina Baker, se suicidó en Brasil, en una plaza”. Para el guitarrista “su muerte y la de mi padre fueron los dos golpes más fuertes de mi vida”.
Unido a los Baker Boys, viviría una década de fama y locura. Recorrió varias veces Europa, África y América, dirigiendo la banda de la Venus del Ébano, la artista por esos tiempos más famosa, deseada y controvertida del mundo. L’enfant terrible, como lo apodó la estrella, era un puntal de la obra: cantaba, bailaba, tocaba el pandeiro, las maracas, cualquier tipo de guitarra y el contrabajo. Además se le animaba a la comedia, imitando a la estrella durante un acto. Durante una visita a París, Duke Elligton quedó maravillado con la destreza del chaqueño. Al final del show, el Duque se acercó a ofrecerle el puesto de guitarrista solista de su Cotton Club Orchestra. El arreglo no pudo prosperar pese al entusiasmo de Alemán, por el empaco de la diva, que se negó a entregar al factotum de su compañía. Algunos sostienen que Alemán y Josephine tuvieron un romance secreto, y usan de prueba de ello la balada “Hombre Mío”, que ella compuso para su guitarrista preferido.
En sus ratos libres, Alemán disfrutaba de la bohemia de un París que era una fiesta. En jam sessions en el mítico Hot Club tocó con Henry Salvador, Billie Coleman y Louis Amstrong, entre otros. Allí se hará amigo del genio máximo de la guitarra en el jazz, Django Reinhardt, con quien solía zapar durante largas horas dentro del carromato gitano donde vivía el belga.
Pero el romance de Oscar Alemán con París terminaría de golpe porrazo, con caída de la ciudad en manos de los nazis. Aunque el guitarrista se anotó como voluntario para combatir en el frente nunca llegó a ser alistado. Atacado por una patota de las SS que lo molió a golpes, fue expulsado del país, sin chance de llevarse sus ahorros y pertenencias.
Oscar Aleman - Parte 1
El único artista argentino que figura en todas las
enciclopedias internacionales de jazz nació en el impenetrable chaqueño y tuvo
una vida digna de una novela rusa. Histriónico y con un swing inimitable,
fue un ídolo de multitudes en una época gloriosa de la música local. Músico
autodidacta, dominó casi todos los estilos de su época: tango, folklore,
bolero, y hasta chorinho brasilero. Admirado por los más grandes de su época
como Duke Elligton, Horacio Salgán y Django Reinghardt, su vida atribulada
supera cualquier tipo de ficción.
Oscar nació en 1909 en el Chaco profundo, en la localidad
Machagai, tierra de campos de algodón y bosques de quebracho. Fue el cuarto de
los siete hijos de la familia Alemán Moreira. Su padre, Jorge, era hijo de
españoles. Su madre Marcela era del pueblo Qom, y de ella heredó su tez negra.
Jorge y Marcela mantenían a sus hijos recolectando algodón y hachando en el
monte. Ambos despuntaban el vicio de la música. Ella sentada al piano y él
recitando payadas.
En busca de un ingreso extra, su padre decidió formar con su
prole un conjunto folklórico. Lo llamaron el Sexteto Moreira. Como una suerte
de Jackson Five autóctonos, el primogénito Rodolfo acompañaba a su padre en la
guitarra. Carlos y Jorgelina cantaban, y Juana y Oscarcito bailaban. Los niños
eran dúctiles y divertían al público, de manera que el clan se vino a Buenos
Aires en busca de un futuro promisorio.
A su llegada a la capital, Los Moreira tuvieron algunas
presentaciones auspiciosas. Pero cuando la espuma bajó, el hambre volvió a
apretar. Al poco tiempo Rodolfo murió de tuberculosis. Cercado, su padre
conoció a un fulano apellidado Figueroa que le aseguró que en Brasil serían un
éxito. Armó las valijas y partió con cuatro de sus hijos y la promesa de que,
si las cosas iban bien, más tarde viajaría el resto de la familia.
Pero el plan no pudo salir peor. Lo poco que recaudaron en
la gira se los robó el fulano Figueroa. La madre de Oscar murió en Buenos
Aires, y los hijos que habían quedado a su cargo fueron entregados por el dueño
del conventillo a un orfelinato. Al enterarse, su padre se tiró del puente de
un tranvía. Los hermanos que lo acompañaban se dispersaron por todo el Brasil.
Oscar, con doce años, quedó viviendo como un niño de la calle en el puerto de
Santos.
Oscar se dedicó a sobrevivir: juntaba chapitas, abría la
puerta de los taxis y bailaba malambo por monedas. Menudito, pero dotado con
una destreza física extraordinaria, aprendió a boxear en peleas callejeras por
la propina de los apostadores. Puchito a puchito, juntó para comprarse su
objeto preciado, un cavaquinho. Aprendió a tocarlo a ojo, imitando las posturas
de los dedos de los músicos callejeros, hasta arrancarle sonidos. Con un solo
tema a cuestas, comenzó a recorrer las mesa de los bares y a pasar la gorra.
Cuatro décadas más tarde, ya consagrado, grabará esa pieza, que tituló
“O.A.1926”.
En una de esas mesas en las que repetía la melodía, conoció
a quién le cambiaría la vida: el guitarrista Gastón Bueno Lobo. Era 1924 y
Oscar tenía quince años. Bueno Lobo lo adoptó como aprendiz y ofició en los
hechos como padre sustituto. Con él aprendió el dominio de la guitarra, y entre
otras yerbas a leer y sumar. Juntos formaron el dúo “Les Loupes”. Se
presentaban como “guitarristas hawaianos” y disfrutaron de un éxito relativo
que los llevó a recorrer Brasil y recalar, para 1926, en Buenos Aires donde se
establecieron durante dos años.
Serán los años más tangueros del chaqueño, cuando se inicia
su larga amistad con Discepolín. En ese entonces compone el tango “Guitarra que
llora”. Lleva la letra del enorme Enrique Cadícamo, y la voz de Don Agustín
Magaldi, el hombre que enamoraría a una precoz Eva Duarte.
martes, 19 de febrero de 2019
Los Cuentos de Fontanarrosa: Capítulo 09
Los cuentos de Fontanarrosa fue un ciclo de unitarios que se emitió semanalmente por Canal 7 durante el año 2007. Se trató de 33 episodios basados en los cuentos de Roberto Negro Fontanarrosa, llevados por primera vez a la pantalla con la adaptación del guionista Rodrigo Grande, con producción de Coco Sily, Daniel Aráoz y Javier Nir.
Algunos de los actores invitados fueron: Enrique Pinti, Mirta Busnelli, María Fiorentino, Lola Berthet, Hilda Bernard, Marcos Mundstock, Atilio Veronelli, Ulises Dumont, Tina Serrano, Norma Pons, Luis Machín, Mex Urtizberea, Héctor Bidonde, Lidia Catalano, Jorge Guinzburg y Rubén Rada, entre otros.
lunes, 18 de febrero de 2019
El jazz de cuerdas ¿hot o gypsy?
¿Quién de nosotros no escuchó alguna vez un conjunto de jazz
de cuerdas? Esto es: guitarras, violín, contrabajo, ocasionalmente un
clarinete. Decenas de conjuntos pueden ser nombrados, sin distinción de épocas,
desde el famosísimo Quinteto del Hot Club de Francia (con el tándemReinhardt/Grapelly)
y los hermanos Ferret, hasta Angelo Debarre y el trioRosemberg.
En la Argentina tenemos excelentes exponentes: los quintetos deOscar Alemán, Louis
Vola y Hernán Oliva, Swing 39, el Hot Club de Boedo…
Ahora bien, ¿podemos decir que todos suenan igual, o hacen lo mismo? ¿O acaso
encasillarlos a todos bajo un mismo término clasificatorio? Me atrevo a decir
que no.
Por supuesto, sabemos que en estos conjuntos de jazz de cámara la guitarra
asume el poco común rol de instrumento principal, secundada por la destacada
presencia melódica del violín. También que el ritmo acentúa el tiempo débil, el
segundo del compás de 2/4, también llamado afterbeat o upbeat (por ser marcado
hacia arriba por el director; el primero es downbeat).
Hasta aquí, no hay
problema. Pero lo que confunde un poco es la denominación manouche o gypsy/gitano
que abarca toda producción relacionada con este estilo musical. Humildemente,
considero que hay que aclarar las diferencias específicas, aunque parezca una
perogrullada. Trataré de hacerlo breve… muy breve.
El término manouche define la música que la tribu gitana de Reinhardt y
sus seguidores practicaron en Francia, así como los gitanos de Andalucía en
el sur de España crearon el flamenco. Propio de toda música gitana es el
tremendo virtuosismo en la improvisación. Una de las características del estilo
manouche de guitarra, las tríadas de acordes, se debe a una causa accidental:
el incendio que atrofió la mano izquierda de Django, dejándole apenas ¡dos
dedos móviles! Reinhardt era increíblemente hábil “a pesar” de ese
defecto que le obligaba a tocar acordes de dos dedos y escalas cromáticas con
un solo dedo. Su quinteto de cuerdas nacido en 1934 en el seno del Hot
Club de Francia es un hito en la historia del jazz por ser la primera
contribución que no debía nada a la cultura norteamericana, sino a la música
gitana europea.
Sucede que en los años 1930 y 1940, no se llamaba a este estilo ni gypsy nimanouche,
sino simplemente cuarteto swing de cuerdas. El guitarrista Matelo Ferret afirmó
que este tipo de jazz debería llamarse ‘‘música a lo Django’’, y de ser por la
miríada de emuladores surgidos tras la muerte del gitano, la denominación sería
más que correcta. El término “jazz gitano”, según M. Dregni (vid.
Gypsy Jazz), fue recién acuñado en la década de 1970 porFrancis Alfred Moerman.
Hasta aquí, queda claro lo referente a la música de aquel pueblo errante
europeo.
Por otro lado, tenemos el hot (caliente), estilo emotivo y vigoroso (“tocar con
calor, con entusiasmo”, dice el crítico Hughes Panassié en su libro
Hot Jazz) practicado originariamente en los EEUU en los años 1920 por King
Oliver yLouis Armstrong, y continuado por cientos de agrupaciones a partir
de los años 1930, siendo entonces reemplazado por el neologismo swing.
Ahora bien, ¿cómo podemos definir swing (en inglés: balanceo)? El pianista de
jazz francés Stephane Mougin, según lo cita Pannassié en Hot Jazz, definió
swing como “balanceo entre el golpe fuerte y el débil de un compás”, y el modo
swing de interpretación como una forma cómoda, despreocupada y natural de
tocar; “canchera” diríamos nosotros. Para Pannasié era “tocar con soltura y total
flexibilidad”, un poquito fuera de lugar, agregando que “no hay verdadera
música de jazz sin swing” (vid. Hot Jazz). Es la marca distintiva de todo un
estilo de tocar jazz.
El guitarrista Oscar Alemán, en una entrevista realizada en 1972 por A.
Consiglio para su revista Jazzband, consiguió traducir el término
swing con una muy clara expresión en castellano, o en argentino para ser más
exactos: “canyengue”. “El tipo que tiene swing es el que tiene canyengue adentro,
el que siente ritmo, síncopa.”
Ahora bien, si prestamos atención a los discos de jazz de cuerdas,
descubriremos que el quinteto de Alemán no suena igual que el de Django:
las escalas empleadas son distintas, así como los tipos de acorde y los
fraseos. Lo mismo sucede si escuchamos al quinteto de Oliva comparado
al combo deRosemberg: distinta velocidad, vértigo. Los conjuntos hot
jerarquizan más el trabajo rítmico de sus guitarras que el virtuosismo en
pasajes ultrarrápidos. Unos ponen más cosas de jazz y otros más cosas
“gitanas”.
Considero, entonces, que hay diferencia entre tocar estilo tradicional
hot/swing con un ensemble de cuerdas y tocar “jazz-gitano” emulando la técnica
y sonido de Django.
Los lectores tienen la última palabra.
Andrés “Tito” Liber
domingo, 17 de febrero de 2019
sábado, 16 de febrero de 2019
¡ Música, Maestro ! Entrevista - Parte 3
Usted estuvo 18 años al frente de los festivales de Bayreuth en Baviera...
Allí aprendí lo indecible, musical y artísticamente, también en lo tocante a la entera preparación de una ópera. Desde las cuestiones preparatorias y logísticas, hasta las más encumbradamente artísticas.
Quiero decir: toda obra se resiste a ser maltratada. Se dispone, ciertamente, de un amplio margen de maniobra, de gran libertad, pero no puedes ir demasiado lejos. Nunca fui tan consciente de eso como en Bayreuth.
Bayreuth como símbolo es harina de otro costal, una cuestión harto más difícil. Quiero decir que no puedes ignorar paladinamente los escritos de Wagner que no tienen que ver con la música, que no puedes dejar de tenerlos en cuenta a la hora de interpretar la obra musical y las letras. Así, en la música, en las óperas, no hay nada antisemita. Ningún carácter, ninguna figura se acerca en Wagner a un Shylock. No hay tal cosa. Se puede interpretar, como se pueden interpretar muchas cosas: Leporello, un turco que vive en Kreuzberg; pero eso es artificial. Los escritos de Wagner sobre los judíos, que nada tienen que ver con la música, son insoportables y de todo punto inaceptables, aun si no se puede hacer a Wagner responsable de los nazis. Yo creo que él siempre pensó que los judíos debían dejar de ser judíos para convertirse en una parte orgánica de la sociedad alemana. Al final de su vida, dijo cosas terribles, habló de quemar a los judíos: eso no significaba Auschwitz, pero era el punto de partida de un curso de pensamiento terrible. Bayreuth como tal no fue ocupado por Hitler, sino que, al revés, todos allí se sintieron fascinados por él y creyeron en él. Por eso se ha convertido Bayreuth en un símbolo del terror, y hay que comprender que el nombre desempeña un papel importante al asociarlo el mundo con Hitler, pero de eso no puede hacerse responsable a Wagner.
Usted describe muy plásticamente cómo el diluvio cotidiano de música al que estamos ahora expuestos estorba a su trabajo o al goce de un concierto. Nuestro oído se va estropeando en la cotidianidad..
Hemos perdido el hábito de valorar el oído y de abandonarnos a él. Un feto empieza ya a oír a partir del cuadragésimo quinto día de embarazo. Cuando nace un bebé, lleva ya más de siete meses de ejercicios de oído, antes de que sus ojos hayan visto nada. Olvidamos lo que un niño que viene al mundo vive y aprende con su oído. Aprende a ir por la calle, a mirar a izquierda y derecha, pero no a oír a izquierda y derecha.
¿Tiene esto que ver con su proyecto de fundar un jardín de infancia musical en Berlín?
Más que de educación musical, de lo que se trata aquí es de educación por la música y con la música.
Evidentemente, los niños aprenden música. Pero a través de la música aprenden cosas sobre y para la vida: disciplina, pasión, distribución del tiempo, todo lo que las personas necesitan. Es mucho más interesante aprender disciplina a través del ritmo, pongamos por caso. Quien no consigue combinar pasión y disciplina, no puede tocar dos tonos seguidos. Acaso se trate de una de las cosas más difíciles para los humanos, no olvidarse de la disciplina en la pasión. Los niños tienen que aprender todas esas cosas a través de la música ya desde el jardín de infancia. No se trata tanto de flauta dulce o de danza, cuanto de enseñarles con esa experiencia algo de la vida.
¿No es paradójico que haya hoy más gente que nunca dedicada a la música, que se funden bandas por doquier, que el rock y las nuevas técnicas y posibilidades electrónicas no paren de crecer, que haya toda una cultura musical, sobre todo joven, pero todo ello fuera de las salas de conciertos? El grueso del público clásico disfruta de la música de un modo pasivo, significa mucho menos para su vida.
Las gentes del pop y las bandas no separan como la música clásica su vida cotidiana de la música que tocan. Hay millares que van a un concierto clásico y experimentan algo maravilloso, pero no ven la posibilidad, ni menos la necesidad, de vincular esa experiencia a su vida personal. No oyen de modo tal, que lo oído resulte significativo para su pensar o su hacer. Creo que hay dos razones para ello. En primer lugar, hay una insuficiente educación musical, mucha menos que antes; en segundo lugar, cuando la hay, sólo se imparte de un modo especializado y limitado. Es verdad que, en parte, se toca hoy mejor que antes, pero la música no forma parte de la cultura, de los procesos intelectuales. Cuando yo tengo una idea, me viene música a la cabeza, porque yo fui educado de un modo completamente distinto. Esa facultad parece haberse perdido y debe volver a aprenderse. Por eso es necesaria la educación musical, no como especialización, sino como una parte normal de la vida. No puede explicarse la música con palabras; si yo pudiera explicarle a Usted una pieza de Boulez o una ópera de Wagner, su contenido musical, la representación de las mismas resultaría innecesaria. Pero el hecho de que su contenido no pueda articularse con palabras, sino con sonidos, no significa que no tengan contenido, sino sólo que su contenido sólo puede expresarse con sonidos. Lo que hoy ha dejado de enseñarse es la búsqueda del contenido, razón por la cual se ha perdido la sensibilidad respecto del mismo.
En los músicos pop no se da ese hiato entre música y vida. Por eso es tan frecuente que tengan también mucha más energía que los músicos clásicos..
En la música tonal había todavía relaciones entre obras de gran complicación y lo que pasaba en la calle. La música pop tiene ya poco o nada que ver con la creación musical artística. Usted contaba una vez que Bartók, Kodaly y Hindemith fueron en 1931 a un congreso de música árabe en el Cairo. ¿Ve Usted aún alguna posibilidad de volver a tomar contacto con la música popular o con fenómenos análogos?
Yo creo que con la música árabe eso es posible. La música pop que a veces escuchamos en los restaurantes árabes, por ejemplo, la música pop libanesa, sería un fenómeno de ese tipo. Y está además la música clásica árabe, sobre la que sabemos muy poco. Habría que lanzar un proyecto de investigación que nos permitiera estudiar la música árabe de modo parecido a como Bartók investigó en su época la música rumana y húngara en Transilvania. Hay mucho que descubrir. Es importante la pequeña observación que hizo Bartók en El Cairo, a saber: que la música en las ciudades carece por completo de interés, porque es sólo una imitación de la música occidental, y que lo interesante es la música en las aldeas. Yo creo que sigue siendo así.
La grandeza de la poética goethiana del Diván radica precisamente en que Goethe trabajó con la poesía árabe y persa llevándola a un diálogo con Occidente, cosa que, desgraciadamente, no supo reconocer Edward Said en su importante libro sobre el Orientalismo, que se limitó a trabajar con literatura francesa e inglesa. Con su proyecto de Diván Oriente-Occidente, ¿piensa Usted ir también en esa dirección, hacia Oriente?
Said, efectivamente, no descubrió sino hasta muy tarde a Goethe y a la tradición orientalista alemana. Nosotros trabajaremos en esa dirección de un descubrimiento de la música árabe. No todavía este año, pero lo haremos. Eso es importante para todos. Para los árabes, como parte de su cultura, de la que deben ocuparse. Y para Israel. Porque, si Israel no se ocupa de esa temática, seguirá siendo siempre un cuerpo extraño en Oriente Próximo. No hay que olvidar que la idea sionista fue una idea judeo-europea, y por lo mismo, incompleta: porque, ¿qué pasa con los judíos que no son de origen europeo y con las personas que viven allí y que no son judías? Yo no soy un político y no tengo la solución del conflicto de Oriente Próximo. Si la tuviera, no estaría aquí sentado de plática. Pero sé que, culturalmente, hay que dar un paso al frente, porque si Israel quiere quedarse aquí, tiene que interesarse por la cultura, la literatura y la música árabes. Si no, seguirá siendo visto siempre como un cuerpo extraño colonialista.
Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech
Fuente:
Freitag, 12 mayo 2006
viernes, 15 de febrero de 2019
¡ Música, Maestro ! Entrevista - Parte 2
En este contexto, nos ha impresionado mucho su observación de que el tono furtwängleriano sigue aún presente como fluido entre los componentes de la Filarmónica de Berlín. ¡Y eso tras más de medio siglo!
La relación entre Furtwängler y los filarmónicos era de tal intimidad, que no podía distinguirse qué les había dado él a ellos y qué ellos a él. El tono era tan característico de él como de los filarmónicos. La prueba es que en las grabaciones suyas con otras orquestas consigue producir un sonido parecido, pero no idéntico. El particular sonido seguirá presente mientras impere en una orquesta el espíritu que dice: nosotros hacemos las cosas así, y no de otra manera. Con Beethoven se pone un acento así, y así no.
Eso es lo que distingue a una orquesta de otra, lo que la hace inconfundible y lo que, luego, puede transmitirse por generaciones. Cuando los músicos pierden esa disposición, porque quieren ser más flexibles, abiertos a otras cosas, y dicen: podemos hacerlo así, o podemos hacerlo también asá; entonces entra de repente el virtuosismo en juego. Creen poder tocar de todas las maneras. Eso es maravilloso, pero significa también que han dejado de tener opinión propia, punto de vista propio.
Es el peligro del modo de hacer música de nuestros días. Vivimos en una sociedad en la que la persona está obligada a dejar de pensar. En una dictadura o en un régimen totalitario, todo el mundo sabe lo que puede y lo que no puede hacer, lo que está permitido, y lo que no. Si hace lo que no está permitido, va a la cárcel. No es así en una democracia. Todo el mundo puede hacer lo que quiera. Pero la democracia, tal como se practica hoy, me llena de preocupación, porque la political correctness invita seductoramente a las personas a no pensar. Pueden hacer todo lo que quieran. Cualquiera puede plantarse ante la Casa Blanca y decir: el Presidente de los EEUU es un completo oligofrénico. Nada le pasará. Pero eso es una coartada que se busca esta democracia para que las personas no piensen. Mas en la música de lo que se trata es de liberar al pensamiento. Ocurre que cada vez tenemos menos coraje, porque nos inundan con prescripciones e informaciones. Eso lo pude ver con mis hijos, cuando iban a la escuela, comparando con mis tiempos de escolar. Tenía la impresión de que en la escuela no los educaban, sino que se limitaban a informarlos, que es muy distinto. Con los músicos de orquesta pasa lo mismo.
Usted exige que una orquesta de hoy sea políglota. Cada orquesta tiene su sonido nacional alemán o francés, y tiene que aprenderlo.
No es necesario ser alemán para producir sonido alemán. Yo no tengo el menor problema con la actitud imperante en la Alemania de los años veinte, cuando se hablaba de arte alemán, de sonido alemán, etc. Lo fascista es que se afirme que sólo un alemán puede sentirlo. Por eso es peligroso decir que la elección está hoy entre el mantenimiento del tono nacional o la indiferencia. Eso reduce la cuestión, en vez de ensancharla. Ensanchar significa: tú eres francés, por eso tienes que ser curioso y querer entender lo que es distinto en alemanes o italianos.
El problema del lenguaje, ¿se le presenta también a la música actual? ¿Habla Boulez otro lenguaje por ser francés?
No porque sea francés, pero acaso eso cuente también. Yo encuentro en Boulez rasgos de lenguaje muy distintos de los que hallo en Birtwhistle o en Wolfgang Rihm.
Hasta comienzos del siglo XX, eso podía oírse. Pero ¿también ocurre eso en la música actual? En la electrónica, por ejemplo.
No lo sé; eso tiene que ver con el contenido de la música. Beethoven no era sólo alemán; era universal. Debussy también. Se puede ser universal, y al propio tiempo, distinto. No todas las personas universales son iguales.
¡ Música, Maestro ! Entrevista - Parte 1
El pianista israelí y director de origen ruso Daniel
Barenboim nació en 1942 en Argentina. Desde 1991 es el primer director de la
Orquesta Sinfónica de Chicago; desde 1992, director artístico y director
general musical de la Deutschen Staatsoper en Berlín. En 1999, junto al crítico
literario palestino Edward Said, puso en marcha el West-Eastern Divan Workshop,
que reúne cada verano a músicos jóvenes de Israel y de los países árabes para
que, de consuno, se libren a la práctica musical. En otoño de 2000, la
Staatskapelle de Berlín le nombró primer director con carácter vitalicio. El
viernes 12 de mayo recibió Barenboim en Viena el afamado premio a la música
Ernst von Siemens. Por encargo del semanario alemán de izquierdaFreitag Ekkehart
Krippendorff y Peter Kammerer conversaron de muchos de los temas que
interesan a este polifacético director, que se revela también en esta
entrevista como un verdadero filósofo de la música. ¡Música, Maestro!
FREITAG: Hace 20 años se le preguntó Yehudi Meuhin por qué cuando en 1946 rompió el tabú y, sólo un año después de finalizada la guerra, volvió a interpretar música en Alemania, no tocó Mozart, sino a Beethoven, el cual, como es harto sabido, fue propagandísticamente manipulado sin contemplaciones por los nazis, lo que resultaba imposible en el caso de Mozart. ¿Qué piensa Usted de la respuesta de Menuhin: „Beethoven no es pervertible“?
FREITAG: Hace 20 años se le preguntó Yehudi Meuhin por qué cuando en 1946 rompió el tabú y, sólo un año después de finalizada la guerra, volvió a interpretar música en Alemania, no tocó Mozart, sino a Beethoven, el cual, como es harto sabido, fue propagandísticamente manipulado sin contemplaciones por los nazis, lo que resultaba imposible en el caso de Mozart. ¿Qué piensa Usted de la respuesta de Menuhin: „Beethoven no es pervertible“?
En Beethoven, efectivamente, no hay tono que no esté libre
de claudicación. Mozart no se tomó a sí mismo tan en serio. Yo di mi primer
concierto cuando era niño en Londres, hace ahora exactamente 50 años, con Josef
Krips, que era realmente un músico estupendo y muy aficionado a dichos
sentenciosos tan cómicos como interesantes. Habiendo yo subido demasiado de
tono un paso, me dijo: “Eso no puedes hacerlo con Mozart”. “¿Por qué con Mozart
no, y sí con Beethoven?”, repuse yo. A lo que replicó con gran alarde de
gesto: “Beethoven va al cielo; Mozart viene del cielo”.
Pero dejemos por un momento de lado a Beethoven. Tomemos a
Wagner. El sueño es para él de todo punto central, no sólo por el contenido de
sus libretos, sino desde un punto de vista puramente musical. La pócima en
Tristán, el sueño de Elsa. Él busca en el sonido algo que está fuera de la
realidad. En los pasos pianos, no menos que en los fuertes, lo que quiere es
hacer del sueño realidad. También en lo que hace al contenido. Con Mozart
ocurre exactamente lo contrario. Mozart sabe perfectamente que la realidad
puede ser terrible, sórdida, nada interesante y aburrida, pero él compone una
música que hace de la realidad un sueño. En vez de una realización del sueño,
como en Wagner, tenemos en Mozart una realidad de ensueño. Lo fantástico
procede siempre en Mozart de la realidad; también el tono ha de mantenerse
siempre preciso, realista. El conjunto es de ensueño: ése es el gran secreto de
Mozart.
¿Pero no es Mozart la culminación de la esperanza ilustrada,
en la medida en que su música es de cabo a rabo dialógica, mientras Wagner
significa el repliegue de esa perspectiva ilustrada del diálogo? Mozart no
seduce, sino que pretende convencer, mientras que Wagner seduce consciente y
planificadamente. ¿O no?
Wagner era muy consciente de los efectos. Por eso es tan
importante trabajarlo, porque esa música está muy calculada. También en la
instrumentación. Boulez dijo una vez –sólo un gran compositor y un francés
puede decir una cosa tan maravillosa—: Wagner es un fabuloso charcutero, sabe
exactamente cuántos gramos de de carne de ternera, de vaca y de cerdo requiere
una buen embutido. Se percibe: 20 gramos de corno inglés, 50 gramos de trompeta,
etc. Todo eso no está en Mozart. Con Wagner, uno se puede concentrar en mil
detalles, y siempre halla algo nuevo. Una riqueza infinita. Con Mozart, todo ha
de venir como viene. Se da en él una suerte de ingenuidad consciente.
Como músico, Usted es el mediador entre el compositor y el
público. ¿Cuál sería para Usted la reacción ideal del público?
El oyente ideal en un concierto es alguien que, escuchando,
se aleja por completo del mundo, lo olvida y se olvida de sí mismo, pero que,
al propio tiempo, experimenta algo nuevo a través de la música sobre sí mismo,
el mundo, la sociedad o sobre una relación. La música ofrece esa doble
posibilidad. Es el mejor medio para olvidar la realidad, pero muestra también
cómo funciona el mundo. La relación entre sonidos no es muy distinta de la
relación entre las personas en la sociedad. La música misma es mediadora de la
experiencia de la vida. Hoy, con 63 años, creo haber aprendido mucho de la
música: sobre mí mismo, sobre las relaciones humanas, sobre los procesos
políticos, sobre mil cosas que no tienen nada que ver con la música. El sonido
es un fenómeno físico. Tiene algo misterioso, porque no habita en nuestro
universo: una notable mezcla de algo muy real que, subitáneamente, desaparece
de nuevo. Cuando silbo un tono, ahí está. No se necesita ser un genio para oír
que alguien ha silbado un do. Pero dónde quiera que vaya a parar el sonido, no
se queda entre nuestras paredes. Es decir, que tiene algo muy real, concreto,
físico, y sin embargo, tiene también algo de inasible para los humanos. El
sonido es al mismo tiempo físico y metafísico. Tal es la fenomenología del
sonido: algo que no vale para la palabra. El sonido tiene un efecto físico y
metafísico sobre nosotros, y sin embargo, no mora con nosotros aquí, en este
mundo.
jueves, 14 de febrero de 2019
martes, 12 de febrero de 2019
Ron Carter Bass Equipment & Bio
Ron Carter naciò en Ferndale, Míchigan, el 4 de mayo de
1937. Es un contrabajista estadounidense de jazz. Su particular swing ha
hecho de él un gran músico de estudio. Su contribución en más de 3500 álbumes
hacen de él uno de los contrabajistas con más grabaciones en la historia del
jazz, junto a Milt Hinton, Ray Brown y Leroy Vinnegar.
Carter es un aclamado chelista que ha participado en
numerosas grabaciones tocando el chelo en abundantes obras de música clásica.
También ha contribuido en la música para bandas sonoras de películas.
Biografia
Su primer trabajo como músico de jazz fue con Jaki
Byard y Chico Hamilton. La primera grabación que hizo fue junto a Eric
Dolphy, otro antiguo miembro del grupo de Hamilton y Don Ellis, en 1960.
Carter también trabajó durante este tiempo con Randy Weston,
Thelonious Monk, Wes Montgomery, Bobby Timmons, Cannonball Adderley y Art
Farmer.
Carter se hizo famoso gracias al segundo gran quinteto de
Miles Davis, a comienzos de los años 1960s, que también incluía a Herbie
Hancock, Wayne Shorter y Tony Williams.
Después de dejar a Miles Davis, Carter grabó
fundamentalmente para el sello CTI, haciendo álbumes bajo su propio nombre y
también apareciendo en otros muchos del sello con otros músicos muy variados,
como Herbie Mann, Paul Desmond, George Benson, Jim Hall, Nat Adderley, Antonio
Carlos Jobim, J. J. Johnson y Kai Winding, Eumir Deodato, Esther Phillips,
Freddie Hubbard, Stanley Turrentine, Kenny Burrell, Chet Baker, Johnny Frigo y
muchos otros más.
Carter también ha tocado y grabado con Billy Cobham, Stan
Getz, Coleman Hawkins, Joe Henderson, Horace Silver, Shirley Scott, Helen
Merrill, Houston Person, The Rascals, Red Garland, Antonio Carlos Jobim y
muchos otros importantes artistas de jazz, además de grabar más de 25 álbumes
como líder.
Discografía selecta
Como líder
1961: Where?
1966: Out Front (Prestige Records)
1969: Uptown Conversation
1973: All Blues (CTI Records)
1973: Blues Farm
1974: Spanish Blue
1975: Anything Goes
1976: Yellow & Green
1976: Pastels
1977: Piccolo
1977: Peg Leg
1978: Standard Bearers
1979: Parade
1980: New York Slick (Milestone)
1980: Patrao
1990: Carnaval
1991: Meets Bach (Blue Note)
1992: Friends (Blue Note)
1994: Jazz, My Romance (Blue Note)
1995: Mr. Bow Tie (Blue Note)
1995: Brandenburg Concerto (Blue Note)
1997: The Bass and I
1998: So What (Blue Note)
1999: Orfeu (Blue Note)
2001: When Skies Are Grey (Blue Note)
2002: Stardust (Blue Note)
2003: The Golden Striker (Blue Note)
2003: Eight Plus
2003: Ron Carter Plays Bach
2006: Live at The Village Vanguard
2007: Dear Miles
2008: Jazz and Bossa
Como músico acompañante
Herbie Hancock - Empyrean Isles, Maiden Voyage, Speak Like A
Child, V.S.O.P., Third Plane
Joe Henderson - Power To The People
Sam Rivers - Fuchsia Swing Song, Contours
Eric Dolphy - Out There (1960)
Coleman Hawkins - Night Hawk (1961) with Eddie Davis and Tommy Flanagan
Andrew Hill - Grass Roots, Lift Every Voice, Passing Ships
Bobby Hutcherson - Components
Wes Montgomery - So Much Guitar (1961), Tequila, California Dreaming
Oliver Nelson - Sound Pieces
Miles Davis - Quiet Nights (1962), Four and More, My Funny Valentine, Live At
the Plugged Nickel, Miles Smiles, ESP, Miles In the Sky, Seven Steps To Heaven,
The Sorcerer, Filles de Kilimanjaro, Water Babies
Wayne Shorter - Speak No Evil (1964), The All Seeing Eye
Toshiko Akiyoshi - Toshiko at Top of the Gate (1968)
The Rascals - "See" (1969)
McCoy Tyner - The Real McCoy, Expansions, Trident, Counterpoints, Supertrios,
Extensions (1970)
Quincy Jones - Gula Matari (1970)
Freddie Hubbard - Red Clay (1970), Empyrean Isles, First Light
Donald Byrd - Electric Byrd (1970)
Roberta Flack - First Take (1970), Quiet Fire (1971), Killing Me Softly (1973)
Hermeto Pascoal - Hermeto (1971)
Milt Jackson - Sunflower (1972)
Billy Cobham - Spectrum (1973)
New York Jazz Quartet - In Concert in Japan (1975)
The Wiz (Original Motion Picture Soundtrack) (1978)
Jim Hall - Alone Together (1986)
Helen Merrill - Duets (1987)
Harry Connick, Jr. - Harry Connick Jr. (1987)
Johnny Frigo - Live from Studio A in New York City (1988)
Twin Peaks (Television Series, 2nd Season) (1990)
A Tribe Called Quest - The Low End Theory (1991)
Twin Peaks: Fire Walk with Me (Motion Picture Soundtrack) (1993)
Austin Peralta - Maiden Voyage (2006)
Tchaikovsky's Nutcracker (2001, Vertical Jazz) (deleted)
The Classical Jazz Quartet Plays Bach (Vertical Jazz, 2002)
The Classical Jazz Quartet Play Rachmaninov (May 16, 2006, Kind of Blue)
The Classical Jazz Quartet Play Tchaikovsky (September 19, 2006)
Christmas (2006)1
lunes, 11 de febrero de 2019
¿Cómo influye la madera en el sonido de una guitarra?
Muchas veces nos encontramos con la misma pregunta en
nuestras tiendas: ¿De qué maderas se hacen las guitarras? ¿tipos de
madera para guitarra? ¿qué tipo de sonido ofrece cada madera? ¿qué madera es la
mejor para el cuerpo de la guitarra, el diapasón y los laterales?… Preguntas y
más preguntas que os respondemos en este post.
Hay clientes que vienen un poco despistados y confusos por
las nomenclaturas en inglés del tipo de las maderas. De repente empiezan a
sonar mil y una palabrejas en inglés que muchas veces no sabemos ni traducir,
como swamp ash, basswood, rosewood…Bien, hoy os traemos un breve resumen
de los tipos de maderas para guitarra que se utilizan para construir
guitarras.
Dentro del mundo de las maderas de guitarra hay que
diferenciar el tipo de guitarra, si es clásica, acústica o eléctrica.
Así, lo más importante en una guitarra española o acústica no sólo es el tipo
de madera que se utiliza, influye también si la tapa del cuerpo es
sólida (maciza).
Densidad de las maderas:
Muy duras: encina, tejo, ébano, serbal.
Bastante duras: álamo, acacia, cerezo, almendro, roble,
arce, fresno.
Algo duras: nogal, peral, caoba, cedro, castaño, haya.
Blanda: Abeto, alerce, pino, sauce.
Muy blandas: tilo, chopo.
A continuación, entramos de lleno en el tipos de maderas de
guitarra:
Aliso (Alder ) Se trata de una madera de peso medio y
dureza suave, con grandes cualidades resonantes. Ha sido la madera favorita de
Fender para sus guitarras durante muchos años. Generalmente la podemos
encontrar en las guitarras con acabado sunburst. Es una madera de tono
seco, muy recomendada para blues, pop, rock tranquilo…
Caoba (Mahogany) La madera de caoba ofrece un sonido
cálido, muy limpio y rico en medios y bajos. Posee un peso medio y es de dureza
suave. Una madera fina, muy utilizada en modelos de Gibson, Ibanez y
Parker. Una de las particularidades de la madera de caoba es que ofrece un
sonido con mucho “sustain”, cuerpo y bastantes graves. Se trata de una madera
muy recomendada para hacer metal y rock duro.
Fresno (white ash) El fresno tiene un peso alto, dureza
fuerte y ofrece un sonido muy alto, agresivo. Hay que tener mucho cuidado con
el fresno de baja calidad puede llegar a sonar estridente con graves poco
definidos. Se suele utilizar para tocar blues, rock sureño y
country.
Fresno (swamp ash) se trata de una madera
extremadamente ligera, de densidad suave, ofrece un sonido muy seco y tiene
grandes cualidades tímbricas. Las mejores Fender Teles y Stratos (USA) de la
historia se han construido con Fresno.
Arce duro (Hard Maple): es una madera pesada de
densidad dura con rápida respuesta y un muy buen equilibrio.
El arce se suele utilizar sobre todo en la construcción de
los mástiles de guitarras eléctricas stratos y telecaster. Este tipo de madera
ofrece una rápida respuesta y proporciona un sonido muy brillante.
Paduak (palo rojo) : la madera de Paduak tiene
peso y densidad fuerte ofrece un sonido brillante y seco con un
fondo de luz.
La madera de Bubinga tiene un peso extremadamente alto
y una gran densidad. Se trata de una de las maderas de mayor calidad, ofrecen
buenos medios y graves y una gran calidad de sonido. Las guitarras construidas
con madera de bubinga tienen además un gran acabado.
Palorrosa (rosewood): Ésta es una de las maderas más
usada en la construcción de diapasones. El palorrosa ofrece un sonido cálido
muy adecuado para hacer rock and roll.
Tilo (Basswood): Tiene un peso y una densidad suave. Se
utiliza sobre todo para fabricar guitarras modernas ya que pesa poco y ofrece
un gran tono ofreciendo un sonido gordo, con bastante cuerpo. Ibanez fue una de
las marcas que apostó muy fuerte por el tilo en los años 80. La madera de tilo
ofrece un buen equilibrio de graves de medios, puede ser algo más flojilla en
los agudos. Sonará con más peso rítmico y un tono suave.
domingo, 10 de febrero de 2019
viernes, 8 de febrero de 2019
viernes, 1 de febrero de 2019
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