jueves, 30 de enero de 2014
miércoles, 29 de enero de 2014
Arlt. la vida y el pozo
Esta
no es una fórmula para vivir feliz; creo que no, pero sí lo es para tener
fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y
engañan de continuo.
No mire lo que hagan los demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte.
Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todo y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra una pared, interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente: “¿Soy sincero conmigo mismo?” Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar, porque no se puede matar.
La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia impedirá que usted se mate tirándose al pozo. [...]
No mire lo que hagan los demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte.
Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todo y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra una pared, interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente: “¿Soy sincero conmigo mismo?” Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar, porque no se puede matar.
La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia impedirá que usted se mate tirándose al pozo. [...]
lunes, 27 de enero de 2014
domingo, 26 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
Carta de un loco – Parte 4
Pero una noche oí crujir el
entarimado a mis espaldas. Crujió de un modo singular. Me estremecí. Me volví.
No vi nada. Y no volví a pensar en ello.
Pero al día siguiente, a la misma
hora, se produjo el mismo ruido. Tuve tanto miedo que me levanté, seguro,
completamente seguro de que no estaba solo en mi cuarto. No se veía nada sin
embargo. El aire estaba límpido y transparente en todas partes. Mis dos
lámparas iluminaban todos los rincones.
El ruido no se repitió y fui
calmándome poco a poco; sin embargo, permanecía inquieto y me volvía a menudo.
Al día siguiente me encerré a
hora temprana, buscando la forma en que podría conseguir ver lo Invisible que
me visitaba.
Y lo vi. Estuve a punto de morir
de terror.
Había encendido todas las bujías
de mi chimenea y de mi lustro. La habitación estaba iluminada como para una
fiesta. Sobre la mesa ardían mis dos lámparas.
Frente a mí, la cama, una vieja
cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la
puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna. Me
miré en él. Tenía unos ojos extraños y las pupilas muy dilatadas.
Luego me senté como todos los
días.
La víspera y la antevíspera el
ruido se había producido a las nueve y veintidós minutos. Esperé. Cuando llegó
el momento preciso, percibí una sensación indescriptible, como si un fluido, un
fluido irresistible hubiera penetrado en mí por todas las parcelas de mi carne,
sumiendo mi alma en un espanto atroz. Y se produjo el crujido, justo a mi lado.
Me incorporé volviéndome tan
deprisa que estuve a punto de caerme. Se veía como en pleno día, ¡pero yo no me
vi en el espejo! Estaba vacío, claro, lleno de luz. Yo no estaba dentro, y sin
embargo me hallaba enfrente. Lo miré con ojos enloquecidos. No me atrevía a
avanzar hacia él, sintiendo que entre nosotros se interponía él, lo Invisible,
y que me tapaba.
¡Qué miedo pasé! Y he aquí que
empecé a verlo envuelto en bruma en el fondo del espejo, en una bruma como a
través del agua; y me parecía que aquella agua fluía de izquierda a derecha,
lentamente, volviéndome más preciso segundo a segundo. Era como el final de un
eclipse. Lo que me tapaba no tenía contornos, sino una especie de transparencia
opaca que iba aclarándose poco a poco.
Y finalmente pude verme con
claridad, como hago todos los días cuando me miro.
¡Lo había visto!
Y no he vuelto a verlo.
Pero lo espero sin cesar, y
siento que mi cabeza se extravía en esa espera.
Permanezco horas, noches, días y
semanas delante del espejo esperándolo. ¡Ya no viene!
Ha comprendido que yo lo había
visto. Mas yo sé que lo esperaré siempre, hasta la muerte, que lo esperaré sin
descanso, delante de ese espejo, como un cazador al acecho.
Y en ese espejo empiezo a ver
imágenes locas, monstruos, cadáveres horribles, toda clase de bestias
espantosas, de seres atroces, todas las visiones inverosímiles que deben acosar
la mente de los locos.
Ésta es mi confesión, querido
doctor. Dígame qué debo hacer.
FIN
Guy de Maupassant
miércoles, 22 de enero de 2014
Carta de un loco – Parte 3
Por lo tanto, todo es inseguro, y
puede apreciarse de diferentes maneras.
Todo es falso, todo es posible,
todo es dudoso.
Formulemos esta certidumbre
sirviéndonos del viejo proverbio: «Verdad a este lado de los Pirineos, error al
otro lado.»
Y decimos: verdad en nuestro
órgano, error en el de al lado.
Dos y dos no deben ser cuatro
fuera de nuestra atmósfera.
Verdad en la tierra, error más
lejos, de donde deduzco que los misterios vislumbrados como la electricidad, el
sueño hipnótico, la transmisión de la voluntad, la sugestión y todos los
fenómenos magnéticos sólo siguen ocultos para nosotros porque la naturaleza no
nos ha proporcionado el órgano o los órganos necesarios para comprenderlos.
Después de haberme convencido de
que todo lo que me revelan mis sentidos sólo existe para mí tal como yo lo
percibo, y de que sería totalmente diferente para otro ser organizado de otro
modo, después de haber llegado a la conclusión de que una humanidad hecha de
otra forma tendría sobre el mundo, sobre la vida y sobre todo ideas
absolutamente opuestas a las nuestras, porque el acuerdo de las creencias sólo
deriva de la similitud de los órganos humanos, y las divergencias de opiniones
provienen únicamente de ligeras diferencias de funcionamiento de nuestros
hilillos nerviosos, he hecho un esfuerzo de pensamiento sobrehumano para
suponer lo impenetrable que me rodea.
¿Me he vuelto loco?
Me he dicho: «Estoy rodeado de
cosas desconocidas.» He supuesto al hombre desprovisto de orejas y he supuesto
el sonido como suponemos tantos misterios ocultos; el hombre constata fenómenos
acústicos cuya naturaleza y procedencia no podría determinar. Y he tenido miedo
de todo lo que me rodea, miedo del aire, miedo de la oscuridad. Desde el
momento en que no podemos conocer casi nada, y desde el momento en que todo es
ilimitado, ¿qué es el resto? ¿No es el vacío? ¿Qué hay en el vacío aparente?
Y ese terror confuso de lo
sobrenatural que acosa al hombre desde el nacimiento del mundo es legítimo,
porque lo sobrenatural no es otra cosa que lo que permanece velado para
nosotros.
Entonces he comprendido el
espanto. Me ha parecido que rozaba constantemente el descubrimiento de un
secreto del universo.
He intentado aguzar mis órganos,
excitarlos, hacerles percibir por momentos lo invisible.
Me he dicho: «Todo es un ser. El
grito que pasa en el aire es un ser comparable a la bestia, puesto que nace,
produce un movimiento y se transforma incluso para morir. Por lo tanto, el
espíritu pusilánime que cree en seres incorpóreos no se equivoca. ¿Quiénes
son?»
¡Cuántos hombres los presienten,
se estremecen cuando se acercan, tiemblan con su imperceptible contacto! Uno
los siente a su lado, alrededor, pero es imposible distinguirlos, porque no
tenemos los ojos que los verían, o mejor dicho el órgano desconocido que podría
descubrirlos.
Así pues, sentía en mí, más que
nadie, a esos transeúntes sobrenaturales. ¿Seres o misterios? ¿Lo sé acaso? No
podría decir lo que son, pero siempre podría señalar su presencia. Y he visto
-he visto un ser invisible- hasta donde puede verse a esos seres.
Permanecía noches enteras inmóvil, sentado ante mi mesa, con la cabeza entre las manos y pensando en esto, pensando en ellos. De pronto creí que una mano intangible, o más bien un cuerpo inasequible, rozaba ligeramente mi pelo. No me tocaba, por no ser de esencia carnal, sino de esencia imponderable, incognoscible.
martes, 21 de enero de 2014
Carta de un loco – Parte 2
Incluso aunque tuviera cien
millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos
todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas
próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más
pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.
Así pues, todas nuestras ideas de
proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la
pequeñez.
Nuestra apreciación sobre las
dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada
únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con
nosotros mismos.
Hemos de añadir que la vista
todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo
confunde con el aire que tampoco ve.
Pasemos al color.
El color existe porque nuestra
vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las
diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su
constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.
Todas las proporciones de esa
absorción y de esa descomposición constituyen matices.
Así pues, este órgano impone a la
inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las
dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.
Analicemos el oído.
Somos juguetes y víctimas, más
todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso.
Dos cuerpos, al chocar, producen
cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra
oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad
no es otra cosa que una vibración.
La naturaleza es muda. Pero el
tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y
de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los
estremecimientos de las ondas invisibles del espacio.
Esa metamorfosis realizada por el
nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido
crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga
como un sueño y exacta como el álgebra.
¿Qué decir del gusto y del
olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las
propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?
Sin embargo, la humanidad podría
existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del
ruido, del sabor y del olor.
Así pues, si tuviéramos algunos
órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si
tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de
otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas.
Por lo tanto, nos equivocamos
cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.
lunes, 20 de enero de 2014
Carta de un loco – Parte 1
Querido doctor, me pongo en sus
manos. Haga usted de mí lo que guste.
Voy a decirle con toda franqueza
mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí
durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las
alucinaciones y sufrimientos que me atormentan.
Ésta es la historia, larga y
exacta, de la singular enfermedad de mi alma.
Vivía yo como todo el mundo,
mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni
comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas
las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber,
creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es
falso.
Fue una frase de Montesquieu la
que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: «Un órgano de más o de menos
en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra,
todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una
determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma.»
He pensado en esto durante meses,
meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa
claridad ha creado ahí la oscuridad.
En efecto, nuestros órganos son
los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el
ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos
hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.
Pero, además de que ese ser
exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades
innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas
lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que
de él podemos conocer, no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros
como poco numerosos.
Inseguros, porque únicamente son
las propiedades de nuestros órganos las que determinan para nosotros las
propiedades aparentes de la materia.
Poco numerosos, porque al no ser
nuestros sentidos más que cinco, el campo de sus investigaciones y la
naturaleza de sus revelaciones se hallan necesariamente muy restringidos.
Me explico: la vista nos indica
las dimensiones, las formas y los colores. Nos engaña en esos tres puntos.
No puede revelarnos otra cosa que
los objetos y seres de dimensión media, proporcionados a la estatura humana, lo
cual nos lleva a aplicar la palabra grande a determinadas cosas y la palabra
pequeño a otras, sólo porque su debilidad no le permite conocer lo que es
demasiado vasto o demasiado menudo para él. De ahí resulta que no se sabe ni se
ve casi nada, que el universo casi entero le queda oculto, la estrella que
habita el espacio y el animálculo que habita la gota de agua.
La cadena del ancla - parte 6
"Ya no había tiempo de avisar a la mujer. El capitán de
"La Nuit", sin esperar a que su oficial diera la orden, gritó por el
portavoz:
"-¡Las dos anclas! -Y entonces René le hizo una señal a
los hombres de los cabrestantes de vapor. Rechinaron las palancas, una
columnita de humo se escapó de los cilindros oxidados, comenzó a girar un
tambor, y de pronto un grito agudísimo cruzó los aires sobre la superficie del
mar; todos se miraron al rostro sin poder especificar de dónde partía aquel
grito; luego estalló otro más agudo y cargado de horror, las cadenas rechinaban
en los escobenes y ya no volvió a escucharse nada.
"Las anclas entraron en el agua agitada; de pronto, un
pescador que rondaba la nave con su botecillo exclamó:
"-¡Una pierna sale por el escobén!...
"Todos los desocupados del puerto se precipitaron a
mirar.
"Del ojo de acero, por donde se había deslizado la
cadena, colgaba una pierna de mujer. Hilos de sangre se coagulaban en el acero
del casco.
"Después de dos años de este suceso, René Vasonier no
podía aún encontrar trabajo en ninguna compañía marítima.
"Un día en París se encontró con el fotógrafo Abraham,
el mismo fotógrafo de Tánger. El fotógrafo no le preguntó ni una palabra por el
destino de aquella desconocida que embarcara una noche en el puerto de Tánger.
René pensó:
"-Se han olvidado.
"La muerte de Leonesa se borraba de su mente. Otro día
volvió a encontrarse con un arquitecto italiano de Tánger. Le ofrecieron
trabajo en las construcciones de cemento armado de la colonia italiana. Aceptó.
Pasaban los meses; el drama había tenido menos repercusión de la que él
supusiera. Una vez preguntó por Yama Mahomed y le dijeron que estaba lejos. La
tragedia de Port Said era un mal negocio. Pero él se levantaría nuevamente. Una
noche, dirigiéndose a Ceuta a poco de salir del Borch, su automóvil tropezó con
un hombre tendido en la carretera. Se detuvo, abrió la portezuela; cuando puso el
segundo pie en el suelo, un palo cayó sobre su cabeza; cuando despertó estaba
amarrado de pies y manos; dos hombres cubiertos por el capuchón de la chilaba,
con gruesas barbas hasta los pómulos, le miraban en silencio. Un tercero
avivaba el fuego en un hornillo donde enrojecía lentamente una barra de hierro.
"Cuando la varilla alcanzó el rojo blanco, los dos
hombres se precipitaron sobre él; con sus robustos dedos le abrieron los
párpados, mientras el tercero aproximaba la punta de la barra de hierro al rojo
blanco, primero a un ojo, después a otro.
"Se desmayó. Algunas horas después le encontraron unos
turistas. Le desataron pero René Vasonier no pudo verles. Estaba ciego.
Roberto Arlt
d=g � s " �N&
��� ght Grid Accent 6"/>
"La Nuit" debía salir de Tánger a las siete de la
mañana, pero a las cinco, inopinadamente, se presentó la policía francesa. Les
acompañaban dos oficiales de policía inglesa y un empleado de la embajada. El
buque fue revisado escrupulosamente, pero a nadie se le ocurrió mirar en el
tubo del ancla.
"Cuando Yama Mahomed escuchó el informe de la revisión
del buque, sonrió satisfecho. Leonesa se había salvado. Sería
extraordinariamente útil a la causa del nacionalismo árabe. En El Cairo podría
reorganizar el servicio de espionaje del movimiento, que había sido quebrado
por numerosas detenciones.
"Leonesa entraba y salía de su redondo escondite negro
como un topo de las galerías subterráneas. Durante el día le estaba
absolutamente prohibido salir del tubo de acero; por la noche se deslizaba
fuera de él, el cuerpo marcado por los eslabones de la cadena del ancla, los
huesos adoloridos.
"Más de una vez había estado tentada a pedirle haschich
al oficial, pero pensaba que una noche René Vasonier se presentaría diciéndole:
-Hemos llegado. Salga. -Y entonces ella respiraría el aire puro de la noche,
abandonaría para siempre esa sepultura de acero en cuyas tinieblas redondeadas
reposaba como un cadáver.
"Cuando estaba tendida en el interior del tubo de la
cadena del ancla no podía revolverse casi. Estaba separada de los eslabones por
una pequeña franja de lona. Dormía o meditaba extendiendo sus planes en el
futuro, dentro de todas las probabilidades que le ofrecía su existencia de
espía.
"René Vasonier se había insinuado una vez para hacerle
más agradable el viaje durante la noche, pero Leonesa escuchó sus palabras
amables con indiferencia. El hombre le resultaba desagradable. René Vasonier no
se atrevió a insistir. Tras ella estaba, tiesa y amenazadora, la figura de Yama
Mahomed, el nieto de Raisuli. Leonesa le pidió cirrillos, whisky, y él se los
trajo. A partir del cuarto día de viaje, Leonesa comenzó a embriagarse
sistemáticamente. Solo así era posible vivir dentro del tubo de acero, cuya
glacial vibración se comunicaba a todo su cuerpo como el resuello de un monstruo
que estuviera digiriéndola en su estómago de tinieblas.
"A veces se detenían en puertos, donde el buque
permanecía inmóvil un día o dos, luego partían; cuando anclaron en Malta, un
cuerpo de policía revisó nuevamente la nave. Esta vez eran ingleses; ella les
oía hablar desde lejos; entre los bultos de la estiba; después se fueron,
sobrevino el silencio, y por la noche partieron.
"René Vasonier estaba satisfecho. La nueva relación con
Yama Mahomed abría amplias perspectivas para su tráfico ilegal. El capitán de
"La Nuit" era un imbécil; no se enteraría jamás de sus actividades.
Yama Mahomed podía suministrarle un trabajo abundante; los intereses secretos
que corría de El Cairo a Tánger, bajo la forma de informes, paquetes extraños,
armas contrabandeadas y personas en constante fuga, aparición y desaparición,
le aseguraban con su intervención cómplice un destino magnífico y sorprendente.
"Transcurrían los días; únicamente cuando entraron a
Port Said, el capitán de "La Nuit", Piontevil, reparó que la mar
estaba excesivamente picada. Vasonier también observó que los buques junto al
murallón de la ciudad se meneaban constantemente.
"Piontevil, desde el puente de mando, miró a su oficial
y exclamó:
"-íQue bajen las dos anclas!
"René dejó de vigilar la maniobra para volverse
espantado:
"-¿Las dos anclas? Siempre trabajamos con una, capitán.
"-Esto está muy picado.
"René sintió que un sudor frío le bañaba el cuerpo con
su viscosidad repugnante. ¿Las dos anclas? No era posible. ¿Y la mujer que iba
metida en el tubo de acero? La aventura se transformaba en una tragedia.
Balbuceó:
"-Hace como diez años que no funciona esa ancla,
capitán.
"Piontevil no le escuchaba, mirando el mediodía de Port
Said y sus confines de espuma agitada.
"En tanto el primer oficial se decía que descubrir a la
fugitiva era perder su carrera, someterse a un proceso por soborno. Callarse
era condenar a la muerte a la mujer. Pero su carrera...
"-¡Y esas anclas! -gritó Piontevil.
domingo, 19 de enero de 2014
La cadena del ancla - parte 5
"La Nuit" debía salir de Tánger a las siete de la
mañana, pero a las cinco, inopinadamente, se presentó la policía francesa. Les
acompañaban dos oficiales de policía inglesa y un empleado de la embajada. El
buque fue revisado escrupulosamente, pero a nadie se le ocurrió mirar en el
tubo del ancla.
"Cuando Yama Mahomed escuchó el informe de la revisión
del buque, sonrió satisfecho. Leonesa se había salvado. Sería
extraordinariamente útil a la causa del nacionalismo árabe. En El Cairo podría
reorganizar el servicio de espionaje del movimiento, que había sido quebrado
por numerosas detenciones.
"Leonesa entraba y salía de su redondo escondite negro
como un topo de las galerías subterráneas. Durante el día le estaba
absolutamente prohibido salir del tubo de acero; por la noche se deslizaba
fuera de él, el cuerpo marcado por los eslabones de la cadena del ancla, los
huesos adoloridos.
"Más de una vez había estado tentada a pedirle haschich
al oficial, pero pensaba que una noche René Vasonier se presentaría diciéndole:
-Hemos llegado. Salga. -Y entonces ella respiraría el aire puro de la noche,
abandonaría para siempre esa sepultura de acero en cuyas tinieblas redondeadas
reposaba como un cadáver.
"Cuando estaba tendida en el interior del tubo de la
cadena del ancla no podía revolverse casi. Estaba separada de los eslabones por
una pequeña franja de lona. Dormía o meditaba extendiendo sus planes en el
futuro, dentro de todas las probabilidades que le ofrecía su existencia de
espía.
"René Vasonier se había insinuado una vez para hacerle
más agradable el viaje durante la noche, pero Leonesa escuchó sus palabras
amables con indiferencia. El hombre le resultaba desagradable. René Vasonier no
se atrevió a insistir. Tras ella estaba, tiesa y amenazadora, la figura de Yama
Mahomed, el nieto de Raisuli. Leonesa le pidió cirrillos, whisky, y él se los
trajo. A partir del cuarto día de viaje, Leonesa comenzó a embriagarse
sistemáticamente. Solo así era posible vivir dentro del tubo de acero, cuya
glacial vibración se comunicaba a todo su cuerpo como el resuello de un monstruo
que estuviera digiriéndola en su estómago de tinieblas.
"A veces se detenían en puertos, donde el buque
permanecía inmóvil un día o dos, luego partían; cuando anclaron en Malta, un
cuerpo de policía revisó nuevamente la nave. Esta vez eran ingleses; ella les
oía hablar desde lejos; entre los bultos de la estiba; después se fueron,
sobrevino el silencio, y por la noche partieron.
"René Vasonier estaba satisfecho. La nueva relación con
Yama Mahomed abría amplias perspectivas para su tráfico ilegal. El capitán de
"La Nuit" era un imbécil; no se enteraría jamás de sus actividades.
Yama Mahomed podía suministrarle un trabajo abundante; los intereses secretos
que corría de El Cairo a Tánger, bajo la forma de informes, paquetes extraños,
armas contrabandeadas y personas en constante fuga, aparición y desaparición,
le aseguraban con su intervención cómplice un destino magnífico y sorprendente.
"Transcurrían los días; únicamente cuando entraron a
Port Said, el capitán de "La Nuit", Piontevil, reparó que la mar
estaba excesivamente picada. Vasonier también observó que los buques junto al
murallón de la ciudad se meneaban constantemente.
"Piontevil, desde el puente de mando, miró a su oficial
y exclamó:
"-íQue bajen las dos anclas!
"René dejó de vigilar la maniobra para volverse
espantado:
"-¿Las dos anclas? Siempre trabajamos con una, capitán.
"-Esto está muy picado.
"René sintió que un sudor frío le bañaba el cuerpo con
su viscosidad repugnante. ¿Las dos anclas? No era posible. ¿Y la mujer que iba
metida en el tubo de acero? La aventura se transformaba en una tragedia.
Balbuceó:
"-Hace como diez años que no funciona esa ancla,
capitán.
"Piontevil no le escuchaba, mirando el mediodía de Port
Said y sus confines de espuma agitada.
"En tanto el primer oficial se decía que descubrir a la
fugitiva era perder su carrera, someterse a un proceso por soborno. Callarse
era condenar a la muerte a la mujer. Pero su carrera...
"-¡Y esas anclas! -gritó Piontevil.
sábado, 18 de enero de 2014
La cadena del ancla - parte 4
"El capitán del buque no sospechaba estas actividades
extrañas de su primer oficial. El contrabando de haschich o mujeres se
efectuaba de esta manera:
"A medianoche, por el agujero de la cadena del ancla
izquierda, se desprendía una escalerilla de cuerda y un hombre trepaba por la
escalerilla, y en el escobén por donde salía la cadena del ancla arrojaba los
paquetes de haschich. Las mujeres entraban por la borda y, semejantes a un
torpedo, eran introducidas en el tubo por donde pasaba la cadena del ancla. El
refugio era seguro; el capitán de "La Nuit", en el período de diez
años que comandaba la nave, no había utilizado ni una sola vez el ancla izquierda
de la nave. Ésta se había convertido en una superflua decoración del buque.
"Precisamente, "La Nuit" hacía dos días que
había anclado en Tánger. Yama examinó a la espía y le dijo"
"-¿Te atreverías a viajar embutida en un tubo de acero?
"-¿Un tubo de acero?
"El nieto de Raisuli le explicó de lo que se trataba.
Leonesa, atentísima, escuchaba.
"-¿Es seguro?
"-Todos los viajes el oficial lleva y trae. Unas veces
es haschich y otras mujeres.
"-Perfectamente; háblalo a ese hombre.
"Y ésta es la razón por la cual al día siguiente René
Vasonier acudió a la tienda del fotógrafo judío, se hizo fotografiar
ostentosamente y luego escuchó una historia sobre Leonesa, de la cual no creyó
una palabra. Pero el fotógrafo le entregó un paquete con cinco mil francos y
dijo:
"-Yama Mahomed, el nieto de Raisuli, te recomienda esa
mujer.
"René Vasonier comprendió que el destino de todos sus
futuros negocios estaba entre las manos de aquel hombre, y entonces gravemente
respondió:
"-Dile a tu señor Mahomed que toda la policía de Inglaterra
no sería capaz de impedir que esa mujer entrara a El Cairo.
"El fotógrafo continuó:
"-Vendrás esta tarde a buscar las fotografías, y
entonces te diré lo que hay que hacer.
"La noche de ese mismo día, faltaba poco para amanecer,
un bote se deslizó junto a "La Nuit"; una escalerilla de cuerda se
desprendió de un costado oscuro de la popa, y Leonesa, envuelta en un
impermeable con capuchón, subió al buque. El primer oficial en persona la
esperaba. Bajaron unas escalerillas, se deslizaron a lo largo de recalentados
corredores de chapas de hierro, y después de atravesar una galería de la
sentina llegaron al tubo de la cadena del ancla.
"-Será sumamente molesto -dijo el oficial-, pero es el
único lugar del buque que jamás revisará la policía.
"Leonesa le escuchaba grave.
"-A medianoche le traeré siempre los alimentos. Entre
al tubo, no de cabeza, sino por los pies. ¿Quiere que le deje haschich para
olvidarse del tiempo?
"-No.
"-Entre. Mañana zarparemos a primera hora.
La cadena del ancla - parte 3
"Cuando el fotógrafo llegó al puesto de donde salían
los autobuses de Ceuta para Tánger, hacía cinco minutos que había partido el
último coche. Caviló un instante, pero luego se resolvió y contrató un
automóvil para volver a Tánger.
"A la una de la mañana, Abraham entraba al jardín de
palmeras de Yama Mahomed. El nieto del Raisuli escuchó el relato del fotógrafo,
y su mano izquierda, involuntariamente, comenzó a sobar su barba renegrida. El
detalle de la máquina para cifrar telegramas en clave indicaba sobradamente que
alguien que conocía muy de cerca a Leonesa la había delatado. Yama examinó el
rostro del fotógrafo, y le dijo:
"-Espérame.
"Luego cruzó el jardín de palmeras con paso tardo.
Estaba caviloso.
"Yama abandonó las pantuflas a la entrada de su
dormitorio y entró descalzo. Tendida en unos cojines, fumando y leyendo el
"Morning Post", estaba Leonesa. Yama se sentó a su lado, sobre una
estera, y le dijo:
"-Te han delatado, Lee. -Y le alcanzó los telegramas.
"Leonesa se cruzó de piernas al modo oriental; vista al
soslayo de la lámpara ofrecía el perfil de un ave de rapiña con la cabeza
recubierta de un ondulado casco de cabello rojo. Luego murmuró:
"-Es curioso. El único que sabía que yo llevaba una
máquina de cifrar telegramas era el subsecretario de Relaciones Exteriores. Él
y el ministro.
"-Pues, uno de los dos te ha delatado.
"-Debe ser el subsecretario.
"-Podría ser el ministro.
"-Es el subsecretario; pero escúchame, Yama. Tengo que
pasar a El Cairo.
"-¡Irás a meterte en la misma boca del lobo!
"-¿Conoces alguien que pueda llevarme?
"-Por tierra es imposible. Te será fácil escapar a la
policía inglesa, pero mejor irás por mar.
"-Si los ingleses me pillan, me ahorcan.
"Yama se restregó la barba y dijo:
"-Nunca debe matarse sino en caso de extrema necesidad.
(Se refería al oficial asesinado por Leonesa.)
"-Precisamente, ése fue un caso de extrema necesidad.
"Yama encendió un cigarrillo, y con expresión
soñolienta contempló las volutas. El único que podía servirle era René
Vasonier. René Vasonier era primer oficial de "La Nuit", un paquete
de diez mil toneladas que hacía el servicio de cabotaje entre Tánger y El
Cairo. René no lo conocía al nieto del Raisuli, pero el caudillo árabe conocía
las actividades del primer oficial. Éste contrabandeaba haschich y se dedicaba
a la trata de blancas como agente de Giácomo Nigro en toda la costa
mediterránea.
"Era necesario ponerse en comunicación con Yama
Mahomed, pero él no podía utilizar el telégrafo. El teléfono de su casa también
debía estar bajo el control de la policía; el único recurso era escribir, pero
recientemente, por un empleado indígena, había sabido que en el correo central
había un puesto de policía donde se abrían las cartas de todos aquellos
individuos conceptuados como sospechosos de espionaje, o actividades políticas.
Las cartas eran fotografiadas y luego se remitían al destinatario.
viernes, 17 de enero de 2014
La cadena del ancla - parte 2
El corredor de hoteles se respaldó en la silla, le pidió un
té verde al camarero y comenzó su relato:
-Para Leonesa, acusada del asesinato de un oficial de marina
británico, hubiera sido preferible que jamás una coincidencia la librara de la
horca, que la esperaba en Inglaterra. Ella había matado para salvarse;
posiblemente lo que le interesaba a la policía británica no era castigar a la
asesina de un súbdito de Su Majestad, pero el lntelligence Service también
necesitaba interrogarla.
"En cierto modo, el responsable de todo lo que ocurrió
fue el fotógrafo judío Ismael Abraham, agente confidencial del caudillo
musulmán nacionalista Yama Mohamed, nieto del gran Raisuli.
"La cosa ocurrió así. "Ismael Abraham entró a la
oficina de la policía marítima del puerto de Ceuta. Tenía que visar su
pasaporte, pues esa noche se embarcaba para Málaga, donde diligenciaría
diversos asuntos. Ismael entró al despacho de policía e hizo estos gestos:
"Echó la mano al bolsillo interior de su saco y extrajo
una libreta negra. Dentro de la libreta negra estaba su pasaporte. Dejó la
libreta negra sobre la mesa y le entregó el pasaporte al oficial.
Éste conocía al fotógrafo y conversaron de algunas
bagatelas. El oficial selló el pasaporte de Abraham y el fotógrafo se echó al
bolsillo el pasaporte y la libreta. Luego salió, echando a caminar por los
muelles en dirección hacia la compañía de navegación.
"Sin embargo, a mitad del tránsito tuvo una sensación
extraña. Su bolsillo estaba excesivamente abultado. Posiblemente había puesto
la libreta entre los forros y no en el bolsillo, y estaba por caerse. Llevó la
mano al bolsillo y experimentó una sorpresa extraordinaria. En su bolsillo
había dos libretas en vez de una: la suya y otra, otra de canto rojizo.
"Inadvertidamente se había llevado una libreta que
estaba sobre la mesa de la oficina marítima. Abrió la libreta y encontró varios
telegramas. Uno decía: "Vigílese escrupulosamente al ciudadano Italo
Lonbesti. Usa armas". Otro: "Deténgase a Leonesa Solesvi, acusada de
asesinato de un oficial de la marina británica. Lleva en su poder una máquina
para cifrar telegramas en clave".
"Lo de la máquina para cifrar telegramas en clave fue
una sorpresa para el agente de Yama Mahomed, pues ignoraba la existencia de
tales aparatos.
"Luego otro telegrama: "Leonesa Bolesvi se
encuentra en Tánger o Tetuán, pero se sabe que tiene que pasar a Ceuta.
Vigílese la casa de Antón López y la de Efraín el Negro en la Cuestecilla del
Monte".
"Cuando el fotógrafo Abraham terminó de leer estos
telegramas, se había olvidado en absoluto de lo que conversara con el oficial
del puesto. Bendijo a Jehová.
"La casualidad, la más extraordinaria de las
casualidades le había puesto en coyuntura de servirlo a Yama Mahomed. El
informe le valdría una buena bolsa de duros assanis, porque Leonesa estaba
refugiada en la casa del nieto de Raisuli. Lo que posiblemente ignoraba la
embajada inglesa era que Leonesa pensaba dirigirse a El Cairo.
"Era necesario ponerse en comunicación con Yama
Mahomed, pero él no podía utilizar el telégrafo. El teléfono de su casa también
debía estar bajo el control de la policía; el único recurso era escribir, pero
recientemente, por un empleado indígena, había sabido que en el correo central
había un puesto de policía donde se abrían las cartas de todos aquellos
individuos conceptuados como sospechosos de espionaje, o actividades políticas.
Las cartas eran fotografiadas y luego se remitían al destinatario.
La cadena del ancla - parte 1
Cuando a fines del año 1935 visité Marruecos el tema general de las conversaciones giraba en torno a las actividades de los espías de las potencias extranjeras. Tánger se había convertido en una especie de cuartel general de los diversos Servicios Secretos. En Algeciras comenzaba ya esa atmósfera de turbia vigilancia y contravigilancia que se extiende por toda África costera al Mediterráneo.
Entre las verídicas historias y aventuras de espías que me fueron narradas, ésta que se titula "La cadena del ancla" es la que conceptúo la más terrible.
Estaba una noche sentado en la mesa de un café de ese patio de calle que se llama el Zoco Chico de Tánger, en compañía de un hombre uniformado con el modestísimo traje azul de agente de hotel. Este hombrecillo, de ojos repletos de malicia, miraba pasar los burros de los indígenas entre las mesas, al tiempo que me decía caritativamente:
-En África no hable nunca de política. Desconfíe siempre y de todo el mundo.
Por seguir su consejo, empecé a desconfiar de él.
Hacía el servicio de corredor de hotel entre dos importantes establecimientos de Algeciras y Tánger.
Es decir un pie en España y otro en África. Su verdadero oficio era de policía. Lo que ignoro es a qué policía servía, si a la inglesa, a la francesa, a la española o a la italiana. Él era muy amigo de otro hombre que atendía el surtidor de nafta, estratégicamente ubicado a la salida del camino que conduce de Tánger a Tetuán.
El hombre del surtidor de nafta era un ciudadano de cara sonrosada, ojos celestes y sonrisa estúpida, que hablaba en francés, inglés y... árabe.
De este ciudadano modesto, que con el conocimiento de tres idiomas se consagraba al cuidado de un surtidor de nafta, me dijo un día Sergia Leucovich:
-Fíjese usted.
Ese hombre en el sitio que trabaja controla la filiación de todo el pasaje que va de Tánger a Melilla a Ceuta o Tetuán.
El hombre del surtidor de nafta pertenecía al Intelligence Service.
Estaba, como comencé narrando, una noche bajo los focos voltaicos del Zoco Chico con el corredor de hoteles, que no se quitaba jamás su uniforme azul y gorra de inmensa visera de hule, cuando acertó a pasar, guiado por un lazarillo, un europeo gigantesco, andrajoso ciego tan melenudo como un indígena del Borch, la barba en collar y los pies calzados con unas pantuflas de piel de cabra.
Extendió la mano y todos dejaron caer en su platillo algunas monedas. Cuando el mendigo se hubo alejado, el corredor de hoteles me dijo:
-Ha visto bien a ese hombre, ¿no?
-Demasiado.
-¿Y qué cree usted que es él ?
-¡Hombre, no lo sé!
-Pues ese ciego es un oficial de marina.
-¡Oficial de marina... y mendigando!
-¿Le interesaría conocer esa historia?
-Sí.
-Ha visto bien a ese hombre, ¿no?
-Demasiado.
-¿Y qué cree usted que es él ?
-¡Hombre, no lo sé!
-Pues ese ciego es un oficial de marina.
-¡Oficial de marina... y mendigando!
-¿Le interesaría conocer esa historia?
-Sí.
jueves, 16 de enero de 2014
Lo que pasa
Yo te entregué mi sangre, mis sonidos,
mis manos, mi cabeza,
y lo que es más, mi soledad, la gran señora,
como un día de mayo dulcísimo de otoño,
y lo que es más aún, todo mi olvido
para que lo deshagas y dures en la noche,
en la tormenta, en la desgracia,
y más aún, te di mi muerte,
veré subir tu rostro entre el oleaje de las sombras,
y aún no puedo abarcarte, sigues creciendo
como un fuego,
y me destruyes, me construyes, eres oscura como la luz.
Juan Gelman
sábado, 11 de enero de 2014
Límites
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.
Juan Gelamn
jueves, 9 de enero de 2014
miércoles, 8 de enero de 2014
martes, 7 de enero de 2014
lunes, 6 de enero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
La doble trampa mortal - Parte 3
Habían
llegado al avión. Subió Ferrain, y el mecánico la ayudó a Estela. Ella recogió
el paracaídas y se cruzó el correaje bajo las axilas.
Ferrain
la miró, y aunque estaba muy lejos de tener deseos de sonreír, no pudo evitar
que una sonrisa extraña, dubitativa, le encrespara los labios. E insistió en su
pregunta:
-Pero,
¿usted cree en ese chisme? -Luego, sin esperar que ella le contestara, apretó
el botón del encendido. La hélice osciló como un élitro de cristal, y el motor
tableteó semejante a una ametralladora. La máquina se deslizó por la pradera y
brincó ligeramente dos veces. Luego quedó suspendida en la atmósfera, cuando
Estela bajó la cabeza, las torres de la catedral estaban abajo. En los patios
con palmeras se veían algunos monjes que levantaban la cabeza.
Aparecieron
los caminos asfaltados, el mar; a lo lejos, entre neblinas sonrosadas, el
ceniciento peñón de Gibraltar; la costa de España se recortaba adusta en el
azul del Mediterráneo. Durante pocos minutos el avión pareció seguir a lo largo
de la mar; pero la costa desapareció y avanzaron sobre crecientes bultos de
montañas verdes. Por los caminos zigzagueantes avanzaban lentos camiones.
Grupos de campesinos moros eran ostensibles por sus vestiduras blancas. El
avión ganó altura, y la costra terrestre, más profunda y sombría, apareció
desierta como en los primeros días de la creación.
A
pesar de que lucía el sol, el paisaje era siniestro y hostil, con la
encrespadura de sus montes y la oquedad verde botella de los valles.
Una
congoja infinita entró en el corazón de Ferrain. Vio que Estela metió la mano
en el bolso y estuvo allí buscando algo. Finalmente, extrajo una petaca
morisca, y le ofreció un cigarrillo. Ferrain no aceptó. Ella fumaba y miraba
las profundidades. Ferrain sentía que un infortunio inmenso se aplastaba sobre
su vida, descorazonándole para toda acción. Hubiera querido decirle algo a esa
mujer, escribírselo en la pizarra; pero una fuerza fatal dominaba su voluntad;
tras él estaba el servicio, el destino así aceptado de servir en la absoluta
disciplina, y el tiempo, como una brizna cargada de hielo de muerte, corría a
través de sus pulmones ansiosos.
Más
bultos de montañas se renovaban en el confín. Abajo, la tierra, como en los
primeros días de la creación, mostraba riachos salvajes, entre verticales y
resquebrajaduras de bosques titánicos y cordones de una primitiva
geología.
Parecían
estar situados en el centro de un inmenso globo de cristal, cuya costra verde
se levantaba por momentos hacia sus rostros, como removida por un aliento
monstruoso.
Estela
miró su reloj pulsera. El corazón de Ferrain comenzó a golpear como el hacha de
un leñador en un pesado tronco. Avanzaban ahora hacia un valle que dilataba su
pradera entre dos cordones de cerros amarillentos. Allí abajo, casi al confín,
se veía arder una hoguera. Estela tocó el hombro de Ferrain, y le señaló la
dirección opuesta a la hoguera. Muy lejos, a ras de tierra, se distinguían los
cubos blancos de un caserío. Era el poblado de Beni Hassan.
Ferrain
volvió la cabeza, resignado. Adivinó el movimiento de Estela. Cuando quiso
lanzar un grito, ella saltaba al vacío. Tan apresuradamente, que sobre el
asiento se le olvidó el bolso.
La
mujer caía en el vacío semejante a una piedra. Verticalmente. El paracaídas no
se abrió. Ferrain hizo girar maquinalmente el aparato para ver caer a la mujer.
Ella era un punto negro en el vacío. El paracaídas no se abrió. Luego ya no la
vio caer más. Estela se había aplastado en la tierra.
Ferrain,
temblando, apagó el encendido del motor. Aterrizaría en aquella pradera.
Involuntariamente, su mirada se volvió hacia el bolso que Estela había olvidado
sobre el asiento. Iba a extender la mano hacia él, cuando de allí escapó una
llamarada. La explosión de la bomba, oculta en el bolso, y que Estela había
dejado para asegurarse la retirada, desgarró el fuselaje del avión, y el cuerpo
de Ferrain voló despedazado por los aires.
Roberto Arlt
http://www.ciudadseva.com
sábado, 4 de enero de 2014
La doble trampa mortal - Parte 2
El
director del aeródromo hizo las presentaciones. Ferrain estrechó fríamente la
mano enguantada de la muchacha. Ella le miró a los ojos, y pensó: "Un
hombre sin reacciones. Debe ser jugador".
Quizá
la muchacha no se equivocaba; pero no era aquel el momento de pensar semejantes
cosas de Ferrain. El aviador estaba profundamente disgustado al verse mezclado
en aquel horrible negocio. El mecánico se acercó al director, y éste se alejó.
Estela, que miraba las plateadas alas del avión reposando como un pez en la
pradera verde, volvió sus ojos a Ferrain.
-¿Ha
estado usted con el señor Demetriades?
-Sí.
-Supongo
que estará enterado de todo.
-Me
ha dicho que me ponga por completo a sus órdenes.
-Entonces
iremos primero a Xauen, y luego tomaremos rumbo a Melilla.
-¿Sus
documentos están en orden?
-Por
completo... ¿Conoce usted Xauen?
-He
estado dos veces.
-De
Xauen podemos salir después de almorzar. Esta noche cenaremos juntos en París.
¿Conforme?
-¡Encantado!
-¿Cuándo
salimos?
-Cuando
usted diga.
-Me
pondré el overol, entonces.-Ya ella se marchaba para la toilette del aeródromo
con su bolso de mano; pero bruscamente se volvió. Sonreía, un poco ruborizada,
como si se avergonzara de una posible actitud pueril. Dijo: -Teniente Ferrain,
no se vaya a reír de mí ¿Tiene usted paracaídas?
Ferrain
permaneció serio.
-Puede
usar el mío, si quiere. Yo jamás he necesitado de ese chisme.
-Es
que soy supersticiosa. Hoy he visto un funeral. Y la primera inicial del paño
fúnebre era la letra "E".
Ferrain
la miró sorprendido:
-¡Es
curioso! Yo me llamo Esteban. ¿Por quién sería el augurio?...
La
espía no sonrió. Un poco desconcertada, observó a Ferrain, y luego
balbuceó:
-¡Es
curioso!
Ferrain
miró el cielo azul de la mañana recortándose sobre las montañas verdosas, y
replicó:
-Tendremos
un viaje serenísimo. No se preocupe.
Ella,
con ágiles pasos, marchó a enfundarse en su overol.
Ferrain
se dirigió a su aparato. A medida que transcurrirían los minutos, el disgusto
por su misión aumentaba su volumen sombrío. ¿Cómo se había dejado atrapar por
aquel Demetriades? Algunos mástiles se alejaban del dique hacia Gibraltar.
Ferrain pensó con envidia que en los puentes irían pasajeros dichosos. Cierto
es que esa noche cenaría en París. ¡Cuántos sacrificios costaba un ascenso! De
modo que esa hipócrita, con su aspecto de mosquita muerta, había hecho asesinar
a Desgteit y a Mahomet "el Cojo"? ¿Qué aventuras la habrían conducido
al Servicio de Contraespionaje? De haber estado en sus manos, borraría a Ceuta
del mapa. Miró con rabia al mecánico, que terminaba de llenar el tanque de
nafta. Algunos pájaros saltaban en la hierba; más allá, los portones de cine de
un hangar se abrían lentamente. Y él, por esa mala pécora...
Sonriendo,
con su bolso de mano, apareció la señorita Estela. Evidentemente, era elegante.
Ella lo envolvió en su aterciopelada mirada azul, que escapaba de sus pupilas
abiertas como abanicos. Ferrain apartó los ojos de ella. Acaba de
representársela destrozada en un roquedal, las entrañas derramándose entre los
dientes rotos. La señorita Estela, cruzándose de brazos frente a él,
dijo:
-¡Lista!
Ferrain
se acercó penosamente al aparato. Ella caminaba a su lado alargando el paso y
charloteando como una colegiala maliciosa.
-¿Cómo
está el señor Demetriades? ¿Siempre paternal y cínico? Supongo que le habrá
contado...
Ferrain
la miró desafiante:
-¿Contado
qué?
-Nuestras
dificultades.
Ferrain
cortó en seco:
-Usted
perdone. El señor Demetriades me ordenó que la buscara a usted, y que eludiera
toda conversación confidencial respecto al servicio.
La
respuesta de Ferrain fue oportuna y adecuada. Estela pensó: "Este imbécil
teme que le estropee la foja con algún chisme", y acto seguido cambió de
conversación y de tono:
-¿Cree
usted que habrá elecciones en España?
Ferrain
la soslayó:
-Posiblemente.
. . Se habla de la chance del bloque popular. ¿Cree usted en esa
ensalada?
Ferrain
sonrió eficiente:
-El
bloque es un disparate. Gil Robles gobernará a España. La CEDA es el único partido
serio. Electoralmente, el bloque popular está condenado al fracaso. Azaña es un
literato.
Habían
llegado al avión. Subió Ferrain, y el mecánico la ayudó a Estela. Ella recogió
el paracaídas y se cruzó el correaje bajo las axilas.
viernes, 3 de enero de 2014
La doble trampa mortal - Parte 1
He aquí el
asunto, teniente Ferrain: usted tendrá que matar a una mujer bonita.
El
rostro del otro permaneció impasible. Sus ojos desteñidos, a través de las
vidrieras, miraban el tráfico que subía por el bulevar Grenelle hacia el
bulevar Garibaldi. Eran las cinco de la tarde, y ya las luces comenzaban a
encenderse en los escaparates. El jefe del Servicio de Contraespionaje observó
el ceniciento perfil de Ferrain, y prosiguió:
-Consuélese,
teniente. Usted no tendrá que matar a la señorita Estela con sus propias manos.
Será ella quien se matará. Usted será el testigo, nada más.
Ferrain
comenzó a cargar su pipa y fijó la mirada en el señor Demetriades. Se
preguntaba cómo aquel hombre había llegado hasta tal cargo. El jefe del
servicio, cráneo amarillo a lo bola de manteca, nariz en caballete, se
enfundaba en un traje rabiosamente nuevo. Visto en la calle, podía pasar por un
funcionario rutinario y estúpido. Sin embargo, estaba allí, de pie, frente al
mapa de África, colgado a sus espaldas, y perorando como un catedrático:
-Posiblemente,
usted Ferrain, experimente piedad por el destino cruel a que está condenada la
señorita Estela; pero créame, ella no le importaría de usted si se encontrara
en la obligación de suprimirlo. Estela le mataría a usted sin el más mínimo
escrúpulo de conciencia. No tenga lástima jamás de ninguna mujer. Cuando alguna
se le cruce en el camino, aplástele la cabeza sin misericordia, como a una
serpiente. Verá usted: el corazón se le quedará contento y la sangre
dulce.
El
teniente Ferrain terminó de cargar su pipa. Interrogó:
-¿Qué
es lo que ha hecho la señorita Estela?
-¿Qué
es lo que ha hecho? ¡Por Cosme y Damián! Lo menos que hace es traicionarnos.
Nos está vendiendo a los italianos. O a los alemanes. O a los ingleses. O al
diablo. ¿Qué sé yo a quién? Vea: la historia es lamentable. En Polonia, la
señorita Estela se desempeñó correctamente y con eficiencia. Esto lo hizo
suponer al servicio que podía destacarla en Ceuta. Los españoles estaban
modernizando el fuerte de Santa Catalina, el de Prim, el del Serrallo y el del
Renegado, cambiando los emplazamientos de las baterías; un montón de diabluras.
Ella no sólo tenía que recibir las informaciones, sino trabajar en compañía del
ingeniero Desgteit. El ingeniero Desgteit es perro viejo en semejantes tareas.
Con ese propósito, el ingeniero compró en Ceuta la llave de un acreditado café.
Estela hacía el papel de sobrina del ingeniero. El bar, concurrido por casi
toda la oficialidad española, fue modernizado. Se le agregaron sólidos
reservados. Un consejo, mi teniente: no hable nunca de asuntos graves en un
reservado. Cada reservado estaba provisto de un micrófono. Consecuencia: los
oficiales iban, charlaban, bebían. Estela, en el otro piso, a través de los
micrófonos, anotaba cuanta palabra interesante decían. Este procedimiento nos
permitió saber muchas cosas. Pero he aquí que el mecanismo informativo se
descompone. El ingeniero Desgteit encuentra con su cabeza una bala perdida que
se escapa de un grupo de borrachos. Supongamos que fueron borrachos auténticos.
Mahomet "el Cojo", respetable comerciante ligado estrechamente a la
cabila de Anghera, cuyos hombres trabajaban en las fortificaciones, es asaltado
por unos desconocidos. Estos lo apalean tan cruelmente, que el hombre muere sin
recobrar el sentido. Y, finalmente, como epílogo de la fiesta, nos llega un
mensaje de la señorita Estela... ¡Y con qué novedad! Un incendio ha destruido
al bar. Por supuesto, toda la documentación que tenía que entregarnos ha
quedado reducida a cenizas.
El
teniente Ferrain movió la cabeza.
-Evidentemente,
hay motivos para fusilarla cuatro veces por la espalda.
El
señor Demetriades se quitó una vírgula de tabaco de la lengua, y
prosiguió:
-Yo
no tengo carácter para acusar sin pruebas; pero tampoco me gusta que me la
jueguen de esa manera. Estela es una mujer habilísima. Naturalmente, ordené que
la vigilaran, y ella lo supone.
-¿Por
qué presume usted que ella se supone vigilada?
-Son
los indicios invisibles. Se sabe condenada a muerte, y está buscando la forma
de escaparse de nuestras manos. Por supuesto, llevándose la documentación.
Ahora bien; ella también sabe que no puede escaparse. Por tierra, por aire o
por agua, la seguiríamos y atraparíamos. Ella lo sabe. Pero he aquí de pronto
una novedad: la señorita Estela descubre una forma sencillísima para evadirse.
He aquí el procedimiento: me escribe diciéndome que siente amenazada su vida, y
de paso solicita que un avión la busque para conducirla inmediatamente a
Francia; pero nos avisa (aquí está la trampa) que en Xauen la espera un agente
de Mahomet "el Cojo" para entregarle una importantísima información.
¿Qué deduce usted, teniente, de ello?
-¿Intentará
escaparse en Xauen?
El
jefe del servicio se echó a reír.
-Usted
es un ingenuo y ella una mentirosa. La información que ella tiene que recibir
en Xauen es un cuento chino. Vea, teniente.-El señor Demetriades se volvió
hacia el mapa y señaló a Ceuta.-Aquí está Ceuta.-Su dedo regordete bajó hacia
el Sur.-Aquí, Xauen. Observe este detalle, teniente. A partir de Beni Hassan,
usted se encuentra con un sistema montañoso de más de mil quinientos metros de
altura. Nidos de águilas y despeñaperros, como dicen nuestros amigos los
españoles. Después de Beni Hassan, el único lugar donde puede aterrizar un
avión es Xauen. Ahora bien: el proyecto de esta mujer es tirarse del avión
cuando el aparato cruce por la zona de las grandes montañas. Como ella llevará
paracaídas, tocará tierra cómodamente, y el avión se verá obligado a seguir
viaje hasta Xauen. Y la señorita Estela, a quien sus compinches esperarán en
Dar Acobba, Timila o Meharsa, nos dejará plantados con una cuarta de narices. Y
nosotros habremos costeado la información para que otros la aprovechen. Muy
bonito, ¿no?. . .
-El
plan es audaz.
El
señor Demetriades replicó:
-¡Qué
va a ser audaz! Es simple, claro y lógico, como dos y dos son cuatro. Más
lógico le resultará cuando se entere de que la señorita Estela es paracaidista.
Lo he sabido de una forma sumamente casual.
El
teniente Ferrain volvió a encender su pipa.
-¿Qué
es lo que tengo que hacer?
-Poco
y nada. Usted irá a Ceuta en un avión de dos asientos. El aparato llevará los
paracaídas reglamentarios; pero el suyo estará oculto, y el destinado al
asiento de ella, tendrá las cuerdas quemadas con ácido; de manera que aunque
ella lo revise no descubrirá nada particular. Cuando se arroje del avión, las
cuerdas quemadas no soportarán el peso de su cuerpo, y ella se romperá la
cabeza en las rocas. Entonces usted bajará donde esa mujer haya caído, y si no
se ha muerto, le descarga las balas de su pistola en la cabeza. Y después le
saca todo lo que lleve encima.
-¿Con
qué queman las cuerdas del paracaídas?
Con
ácido nítrico diluido en agua. ¿Por qué?
-Nada.
El avión se hará pedazos.
-Naturalmente.
Ahora, véalo al coronel Desmoulin. Él le dará algunas instrucciones y la orden
para retirar el aparato. Tendrá que estar a las ocho de la mañana en Ceuta. Le
deseo buena suerte.
El
teniente Ferrain se levantó y estrechó la mano del jefe de servicio. Luego tomó
su sombrero y salió. Ambos ignoraban que no se verían nunca más.
El
teniente Ferrain llegó a las ocho de la mañana al aeródromo de la Aeropostale ,
piloteando un avión de dos asientos. Miró en derredor, y por el prado herboso
vio venir a su encuentro una joven enlutada. La acompañaba el director del
aeródromo. Ferrain detuvo los ojos en la señorita Estela. La muchacha avanzaba
ágilmente, y su continente era digno y reservado. Algunos ricitos de oro
escapaban por debajo de su toca. Tenía el aspecto de una doncella prudente que
va a emprender un viaje de vacaciones a la casa de su tía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)